A menudo eclipsadas por las aceitunas y otros encurtidos, las alcaparras son mucho más que un mero aperitivo. Con un sabor potente y complejo, este pequeño producto es toda una joya culinaria para tener siempre en la despensa, pues es capaz de dotar de una nueva vida a todo tipo de platos. No suele dejar indiferente cuando se degusta tal cual; o se ama o provoca rechazo, pero incluso los más fuertes detractores podrán enriquecer sus recetas con nuevos matices cuando se aprende a dominar su virtudes.
Misma planta, tres productos diferentes
La alcaparra es un botón floral, el alcaparrón es ya el fruto inmaduro
La alcaparra -también llamada tápena- que encontramos en cualquier supermercado no es un fruto ni una semilla. Se trata del botón o capullo de la flor de la planta del mismo nombre, recolectada antes de desarrollarse por completo. El alcaparrón, su hermano mayor, es ya el fruto posterior y que alberga semillas en su interior. De la misma planta, además, se obtienen los tallos tiernos, muy apreciados en varias regiones mediterráneas.
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La planta madre de estos alimentos es el Capparis spinosa y también se conoce popularmente como alcaparro o alcaparral, para diferenciarlo del alimento que ofrece. Es un arbusto semileñoso que se extiende con sus ramas espinosas por el suelo a baja altura, con una morfología que puede presentar diferentes características según la variedad.
De origen asiático y ampliamente extendida por todo el Mediterráneo, la alcaparra es una superviviente que crece en terrenos áridos, climas cálidos y poco lluviosos. Es capaz de sobrevivir a largas sequías y no es raro encontrar campos yermos salpicados con estos verdes arbustos, generando un paisaje curioso que aún llama más la atención cuando se encuentra en plena floración.
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Aunque se cultiva, tradicionalmente la alcaparra crece de forma espontánea en zonas de litoral con escasez de agua. Su uso culinario y medicinal se remonta a la Antigüedad clásica, siendo probablemente los pueblos griegos quienes difundieron su producción por todo el litoral, convirtiéndose en un producto muy popular para numerosas culturas. Hoy crece y se emplea ampliamente en todo el mundo.
Las alcaparras más apreciadas proceden de Pantelaria, una pequeña isla italiana perteneciente a Sicilia, aunque más próxima a la costa africana de Túnez. El difícil clima y el suelo extremadamente seco permiten obtener alcaparras y alcaparrones de diferentes calibres y un sabor excepcional.
Diseccionando la alcaparra y el alcaparrón
Si analizamos detenidamente una alcaparra nos daremos cuenta rápidamente de que tiene una forma algo inusual que la diferencia de cualquier otro producto encurtido común. Esto se debe, precisamente, a su naturaleza de capullo o botón floral. A simple vista parecen tener forma redondeada, pero al contemplarlas con detalle veremos claramente ese perfil de flor a punto de abrirse, con un extremo ligeramente apuntado.
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Su tamaño suele ser pequeño, desde unos 4 o 5 mm, aunque se clasifican en diferenes calibres, pudiendo alcanzar los 14 o 15 mm de diámetro. Tradicionalmente se cree que son más sabrosas las más diminutas, aunque es un mito sin fundamento. Algunos expertos prefieren, de hecho, los ejemplares más grandes, pues ofrecen un sabor y unos aromas más maduros, aunque con menor firmeza.
Las alcaparras más grandes son más sabrosas
El alcaparrón es ya un fruto inmaduro, de mayor tamaño y con forma más alargada, recordando a la pera de boxeo, que habitualmente se recoge con parte del tallo. Sus dimensiones y grosor pueden ser también muy variables, según la planta y el momento de recolección. Ofrecen una textura más carnosa y jugosa, con el interior lleno de diminutas semillas.
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De color verde oscuro y piel algo dura, ambos productos necesitan ser curados previamente antes de poder consumirse como alimento, como sucede con las aceitunas. Los tallos más tiernos se recolectan en primavera y también se emplean para elaborar encurtidos y diferentes platos, incluso hay zonas donde se consumen las hojas de la planta.
En cuanto a sus propiedades, son poco energéticas, con apenas unas 26 kcal por cada 100 g, pues carecen prácticamente de grasas. Son ricas en agua y aportan una pequeña cantidad de fibra, además de vitamina A, C y minerales como el calcio, potasio o magnesio, si bien son cantidades muy pequeñas por la porción de consumo habitual. Como en todos los encurtidos, hay que tener cuidado con el contenido de sodio.
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Tradicionalmente se han considerado adecuadas para tratar problemas estomacales o como alimento con propiedades diuréticas, antirreumáticas y antiartríticas, aunque son creencias con más base popular que científica.
El procesado: encurtidas en vinagre o curadas en sal
Una vez recolectadas una a una, las alcaparras se someten a la necesaria curación que elimina el sabor amargo y suaviza su textura. Hay dos métodos: curación en líquido o en seco. El primer método es el más común por ser el más sencillo y barato, sometiendo a las alcaparras a una salmuera muy concentrada antes de envasarlas en vinagre y sal.
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Pero los expertos prefieren el sistema de la curación en seco con sal, que proporciona un sabor mucho más intenso y fresco, sin el típico avinagrado de los encurtidos. Como señala Harold McGee en La cocina y los alimentos, la curación con sal "transforma las alcaparras por completo, sustituyendo las notas de rábano y cebolla por aromas de violetas y frambuesa".
El sistema de la sal es el más apreciado y popular en Italia, donde las alcaparras son un ingrediente fundamental, especialmente en la cocina del sur. En nuestro país, desafortunadamente, son muy difíciles de encontrar y tenemos que contentarnos con las alcaparras encurtidas en vinagre, aunque tampoco desmerecen como ingrediente y producto de calidad. Y son mucho más económicas.
Más allá del aperitivo: cómo usarlos en la cocina
Por su mayor tamaño, el alcaparrón es más propicio a servirse por sí solo a la hora del aperitivo, como las aceitunas, aunque puede complementar muchos platos, como en esta sopa fría de remolacha con arenque en salazón. Sin embargo, son las alcaparras, más pequeñas y mucho más sabrosas, las que realmente pueden enriquecer nuestras recetas hasta límites insospechados.
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Son indudablemente un ingrediente asociado a la cocina mediterránea, que por tanto combina bien con sus hortalizas y productos frescos. Solo hay que echar un vistazo a la cocina italiana para comprobarlo, pues es un producto habitual en platos de verduras veraniegos, como la caponata de berenjena, aderezando pescados como la caballa, o dando ese punto extra de sabor a pizzas y pastas.
No falta en cualquier elaboración bautizada como "a la siciliana", combinada con tomate, anchoas y aceitunas, dos ingredientes también muy sabrosos con los que forma un trío imbatible para lograr sabores intensos con muy poco. Picados o enteros, frescos o salteados, basta con añadirlos a una ensalada, verduras, pescado, carnes o pastas marineras para convertir un plato aburrido o soso en una bomba de matices y aromas.
Curiosamente también se identifican las alcaparras con la cocina nórdica o escandinava, ligadas irremediablemente a la salsa tártara y a los pescados ahumados, en conserva o encurtidos. En efecto, marida a las mil maravillas con el salmón, el bacalao, la trucha, los arenques y las salazones de atún y bonito. También es habitual añadir alcaparras al aliño de un tartar, ya sea de carne o marinero, y potencia el sabor de salsas cremosas con nata, mayonesa o yogur.
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Picadas se pueden integrar casi hasta fundirse con los demás elementos, o triturar para engrandecer una salsa tipo pesto. De hecho, en algunas zonas de Italia se añaden a variaciones del clásico genovés, y podríamos agregarlas al trapanese o al calabrese, para darle un puntito ácido. Lo mismo se puede aplicar a nuestra ensaladilla rusa clásica favorita, o cualquier variante de ensalada con patata o pasta.
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En platos tan sencillos como el lenguado con costra de puerro, las alcaparras ejercen un papel clave para poner el contrapunto de acidez y sabor que realza todos los demás componentes, por eso merecen ser incluidas en nuestras recetas de pescados blancos, especialmente con salsas lácteas. Lo mismo se puede aplicar a carnes blancas, como un pollo asado, pero sin duda se complementan igual de bien con las rojas, equilibrando la grasa de estas.
Volviendo a los lácteos, cualquier salsa o base con mantequilla, nata, yogur, crema espesa o un queso cremoso, agradecerá el golpe de sabor de las alcaparras. Desde un lenguado a la meuninère hasta un untable con atún, o unos simples huevos rellenos. La cocina italiana y la nórdica se pueden fusionar en recetas tan sugerentes como la pizza de salmón ahumado con mascarpone, en la que las alcaparras actúan como nexo de unión que dan vivacidad a todos los ingredientes.
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Y las alcaparras se pueden cocinar. Fritas son un manjar diferente, volviéndose crujientes y con aromas diferentes, rebajando un poco la acidez del encurtido. Además, dependiendo del punto en el que se recolectaron, pueden llegar a abrirse en flor durante la fritura.
Los alcaparrones pueden complementar cualquiera de estas recetas o sustituir la alcaparra, si se prefiere un sabor más sutil y menos intenso, con texturas distintas, ya sean picados o enteros. Sin embargo, lo más habitual es encontrarlos formando parte de ensaladas -muy típicos en el tomate partío murciano o con ahumados-, tablas de antipasti y diversos aperitivos, o, más recientemente, aderezando cócteles y bebidas.
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En definitiva, el sabor de las alcaparras, salino con matices amargos, ácidos y frescos, tiene la virtud de realzar y revivir prácticamente cualquier receta. Son un comodín muy a tener en cuenta como recurso de última hora para reanimar platos planos o sosos, quedando en el gusto personal la decisión final de la cantidad a incluir.
La Nicchia Pantelleria Alcaparras de Sicilia en salazón, Calibre pequeño 4/8 mm - Tarro de 90gr
Fotos | iStock - Unsplash – Pixabay – Merce - James F. Carter - Wendy - Jun Seita
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