Nunca he vuelto a poner azúcar en la salsa de tomate después de aprender este truco para eliminar la acidez sin añadir ningún ingrediente

Se acabó añadir también bicarbonato o leche

Durante años, he recurrido a una serie de métodos para corregir la acidez de la salsa de tomate. Seguro que te sonarán: añadir azúcar, un chorrito de leche, una cucharada de mantequilla o incluso bicarbonato de sodio.

Estos trucos son bien conocidos y forman parte del recetario tradicional de muchas familias. Sin embargo, tras descubrir un simple y eficaz truco, me deshice de todas estas alternativas. Ahora, preparo una salsa de tomate perfecta sin añadir un solo ingrediente extra, y te aseguro que el resultado es espectacular.

La salsa de tomate es un básico en la cocina, presente en innumerables recetas que van desde las pastas hasta las carnes. Sin embargo, la acidez natural de los tomates puede ser un desafío, sobre todo si la salsa se vuelve demasiado agresiva para el paladar. Por eso, muchas personas añaden azúcar, pensando que es la única manera de equilibrar el sabor.

Otros, menos convencionales, optan por la leche o la mantequilla, que logran suavizar la acidez a costa de modificar la textura y el sabor original de la salsa. El bicarbonato de sodio, por su parte, neutraliza la acidez al cambiar el pH, pero también puede alterar el sabor y hacer que la salsa pierda su frescura.

El horno como aliado

El truco que ha revolucionado mi manera de cocinar salsa de tomate es más simple de lo que podrías imaginar: se trata de controlar el tiempo y la temperatura durante la cocción. Este método no solo mantiene la pureza del sabor del tomate, sino que también resalta su dulzura natural, reduciendo la necesidad de añadir cualquier tipo de edulcorante o suavizante.

Sin embargo, además de cocinar la salsa a fuego lento, otro paso esencial es hornear los tomates antes de comenzar la preparación. Al asar los tomates en el horno, estos liberan parte de su agua y concentran sus azúcares naturales, lo que contribuye significativamente a reducir la acidez.

Basta con cortar cada tomate en cuatro trozos, colocarlos en una bandeja de horno y cocinarlos allí a 160 ºC unos minutos, hasta que veamos que los bordes empiezan a tostarse.

Este proceso no solo intensifica el sabor, sino que también ayuda a que la salsa adquiera una textura más rica y espesa. El horneado previo, seguido de la cocción lenta, es una combinación ganadora que transformará la forma en que preparas tu salsa de tomate.

Además, este método permite que otros ingredientes que puedas añadir, como ajo, cebolla o hierbas, liberen sus sabores lentamente y se integren de manera más armoniosa en la salsa, creando una mezcla de sabores rica y compleja.

El segundo paso: tiempo y temperatura

La clave está en cocinar la salsa a fuego lento y durante un tiempo prolongado. Este proceso permite que los ácidos presentes en el tomate se vayan evaporando poco a poco, dando como resultado una salsa más suave y menos agresiva.

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No es necesario acelerar el proceso; la paciencia es fundamental. Al cocinar a baja temperatura, los azúcares naturales del tomate tienen tiempo de desarrollarse y caramelizarse ligeramente, lo que equilibra la acidez de manera natural y sin añadir calorías ni alterar el sabor.

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