En las últimas semanas hemos podido leer y escuchar en numerosos medios gastronómicos un titular que, al menos, despertaba la curiosidad: llegan nuevos plátanos rojos con sabor a frambuesa. Lo cierto es que, ni son exactamente nuevos, ni saben a frambuesa, a no ser que nuestras papilas gustativas estén un poco atrofiadas. En Directo al Paladar nos encanta esta fruta, y antes de lanzar las campanas al vuelo con el llamativo plátano rojo, teníamos que probarlo.
Sí es una novedad a nivel de gran consumo, pues desde el pasado mes de febrero la cadena de hipermercados Alcampo ha empezado a incorporarlo a su catálogo de frutas, bajo la marca propia de Alcampo Producción Controlada. Es fruto de un acuerdo alcanzado con el Grupo Eurobanan, una de las grandes empresas de producción y distribución de frutas y hortalizas que agrupa diversas marcas, entre ellas el Grupo Regional de Cooperativas Plataneras de Canarias (COPLACA).
De momento, se trata de un primer tanteamiento del mercado con una oferta temporal, para estudiar cómo acoge el consumidor esta nueva variedad más allá de la novedad. Y es que decantarse por el plátano rojo en la compra frente al tradicional amarillo de Canarias exige un desemboloso notablemente superior. Una bandeja de 700 g está a 3,29 euros, es decir, es un plátano que cuesta 4,70 euros el kilo, frente a los 1,89 euros el kilo del formato más ecónomico de plátano de Canarias que ofrece la misma cadena.
Existen muchas variedades de plátano rojo en el mundo, tanto del género Musa acuminata, el más común para consumo, como del Musa balbisiana. Son más populares en países latinoamericanos como Bolivia, Guatemala o Ecuador, además de diferentes zonas del sureste asiático. Como ocurre con los amarillos, los hay más grandes, más pequeños, más finos, más gruesos, más dulces o más agrios.
En Canarias comenzó el cultivo del plátano rojo hace ya más de 20 años a través del Instituto Canario de Investigaciones Agrarias (ICIA), a partir de semillas traídas de la isla francesa de La Martinica. También se cultivan a muy pequeña escala en la llamada Costa del Sol Tropical, entre Málaga y Granada, donde es un producto más de invierno.
En qué se diferencia el plátano rojo
Lo primero que llama la atención de este plátano es, obviamente, el color exterior de su piel. Observamos una gama de tonos rojizos o pardos, con matices y manchas que pasan del morado o púrpura más oscuro hasta tonalidades más anaranjadas o ligeramente rosadas.
Es un plátano más bien pequeño, más chato y definitivamente de calibre inferior al banano o plátano importado de América a precios más baratos, pero bastante grueso, lo que eleva el peso de cada pieza a pesar de sus dimensiones.
Los plátanos rojos que pudimos encontrar el día de la compra presentaban todos un aspecto similar, con una textura muy parecida al tacto, indicando que se ofrecen a un nivel de maduración homogéneo. La piel cedía ligeramente a la presión, dando una pista de que ya estaban en un momento óptimo de consumo. A diferencia del amarillo, la textura blanda no parece corresponder especialmente con una piel más oscura o con manchas, lo que puede dificultar la identificación de los ejemplares más maduros.
Con una piel ligeramente más gruesa, es un plátano que se pela sin dificultad, dando una sensación de están como más mullida por dentro. El color de la pulpa ya no es tan llamativo, aunque sí se ve distinto al plátano amarillo, con un matiz rosáceo, menos pálido, y escasas semillas diminutas. No emite gran aroma al pelarlo.
Más interesante es la textura al corte de la pulpa; el interior es mucho más intenso, con un color anaranjado y tintes rojos que se acentuaba en las piezas más maduras, con el paso de los días. Es un plátano más cremoso, meloso, muy sabroso y agradable al masticarlo, pero con un sabor mucho más atenuado que su primo común.
Porque este plátano no sabe a frambuesa, ni tampoco es más dulce. Recuerda más bien a un mango suave, con toques de manzana Golden, y solo algún recuerdo remoto a bayas, pero sin acidez ni ese dulzor intenso típico del plátano amarillo de Canarias maduro. Sabe a plátano, pero menos dulce, menos fragante, con un retrogusto agrio en absoluto desagradable.
Lo interesante es cómo ofrece esa cremosa textura que solo conseguimos en los plátanos amarillos más maduros, pero sin recibir el dulzor y el aroma tan intenso, a veces excesivo, típicos del plátano de Canarias ya algo blando de más. Y, a pesar de su cremosidad, la pulpa no se desmorona ni mancha en exceso, permaneciendo firme.
Cómo utilizar el plátano rojo en la cocina
Además de la opción más evidente, degustarlo al natural a cualquier hora, es el plátano rojo ofrece mucho juego a la hora de preparar postres menos empalagosos y también platos salados. Lo hemos probado pasándolo por la plancha sin más, y el calor consigue intensificar su sabor sin sobrecargar. Podría ser una buena guarnición de carnes y pescados, y un ingrediente fantástico para acompañar arroz a la cubana o un curry agridulce o picante.
No nos parece un plátano adecuado para las recetas healthy que recurren al esta fruta muy madura como endulzante natural, pero sí para incorporar a postres menos azucarados, o elaboraciones como un smoothie bowl, helados, batidos o gachas de avena. Por su cremosidad y firmeza, es una variedad especialmente adecuada para bañar en chocolate fundido, en una fondue de chocolate o, tras congelarlo ya pelado y cortado, para convertirlo en un helado natural.
¿Merece la pena su compra?
Tras haber degustado varios plátanos rojos de los que ofrece actualmente Alcampo, solo recomendaríamos la compra a quien busque un plátano cremoso pero no muy dulce, y no tenga problemas en gastar un poco más. La diferencia de precio actual respecto al común de Canarias es demasiado alta para justificar la inversión, al menos como fruta de consumo habitual en una familia media.
Como capricho ocasional o para salir de la rutina sí es una compra curiosa, y al fin y al cabo tampoco es la fruta más cara que podemos encontrar hoy en día en los comercios. El alto precio responde a que la planta exige unos cuidados diferentes, pues el fruto tarda más en madurar y ofrece una menor rentabilidad. Si en el futuro próximo hay demanda y aumenta la producción, quizá bajen los precios.
Al final, todo se reduce al gusto personal y a cómo valore cada uno lo que está dispuesto a pagar por el producto que recibe.
Imagen | Ekem
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