El frijol fava, también conocido como haba, es una de las plantas más antiguas del mundo. Uno de los primeros cultivos de la historia, que data del 6000 a. C e incluso antes, cuando se cultivaba junto con garbanzos y lentejas en la región mediterránea.
Hoy en día, las habas forman parte de la cocina asiática, de la de Medio Oriente y también latinoamericana y africana, especialmente en el norte del continente. Versátiles y deliciosas, se adaptan a las preparaciones saladas y dulces y se pueden utilizar en ensaladas, guisos, salsas, rellenos, aperitivos y más, aunque la forma más típica de cocinarlas es estofadas o convertidas en purés y cremas.
Este vegetal crece en una serie de vainas verdes y grandes, en una planta similar al guisante que se cosecha en invierno. Dentro de ellas, hay gránulos verdes que son grandes, planos y brillantes con una piel dura y clara que normalmente se quita para comer. Al igual que otras legumbres, las habas no tienen colesterol, son bajas en grasa y ricas en proteínas de origen vegetal, por lo que son especiales para los vegetarianos, veganos y flexitarianos y para todos las personas de todas las edades. Hablamos siempre de la legumbre seca, pues la fresca y tierna, nutricionalmente y a efectos prácticos, es más una verdura.
Las habas secas tienen un sabor similar a los garbanzos o alubias rojas y canela. Por esta razón se preparan de manera similar, y deben ponerse en remojo antes de cocinar, al menos desde la noche anterior a que vayamos a hacerlas, como el resto de legumbres más duras.
En España se consumen sobre todo en la Región de Murcia, donde las habas secas se conocen también como michirones por asimilarle al guiso tradicional del mismo nombre, aunque también se elabora en las regiones cercanas por proximidad histórica y cultural. En Andalucía es tradicional una versión menos conocida del ajoblanco elaborado con habas secas.
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Dada la corta temporalidad del haba fresca y lo solicitadas que están en los mercados, las secas se convierten en un producto básico de despensa que antaño suponía una gran fuente esencial de nutrientes para la población ás humilde. Si se conservan bien, en un lugar seco y a resguardo de la luz del sol y el calor, las habas secas pueden durar incluso años sin problemas, aunque cuanto más viejas, más remojo y cocción lentan necesitan.
La piel del haba seca es algo más dura y gruesa que la de otras legumbres, aunque no hay nada que un guiso a fuego lento y sin prisas no pueda solucionar. Aún así, muchos comensales prefieren retirar la piel a la hora de comerlas, pues sale fácilmente, asegurando de este modo una digestión más ligera, para disfrutar directamente de su mantecosa textura interior.
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