Cómo acertar al comprar un libro de cocina: 11 señales que delatan a los títulos más mediocres

El mercado de los libros de cocina no parece tener un fin a la vista. Por mucho que la industria editoral se estanque en nuestro país, ni el auge de internet, los blogs, apps y redes sociales impiden que cada año se lancen más novedades libreras que engrosan la sección gastronómica de las librerías.

Aatraen con sus portadas y fotos suculentas, seducen con titulares llamativos y la promesa de recetas infalibles. Se han convertido en un regalo comodín, lucen de maravilla en la estantería y adquirirlos es casi una adicción para quienes nos apasiona la gastronomía. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce; son muchos los libros de cocina mediocres condenados a acumular polvo en casa. ¿Cómo distinguir los que sí merecen la pena?

El catálogo de libros de cocina y gastronomía es, obviamente, amplísimo e inabarcable, con muchas categorías distintas que habría que juzgar de forma diferente. No es lo mismo un tratado sobre un aspecto concreto de la historia de la alimentación, que un recetario básico de galletas. Pero, dejando a un lado las obras más específicas, hay ciertas pistas que nos orientarán a la hora de escoger un buen o mal libro de cocina.

¿Qué valor aporta realmente?

Es la primera pregunta que cualquier comprador-lector debería hacerse, no solo en el ámbito gastronómico. ¿Qué estoy buscando en un libro? ¿Qué valor me va a aportar? ¿Me interesa sumar el enésimo recetario de arroces a mi biblioteca? ¿Necesito otro libro que me enseñe los conceptos básicos de repostería? ¿Me aporta algo una enciclopedia sobre el wok?

Y si el tema nos interesa, es recomendable revisar el índice y las primeras páginas. El título y la portada pueden llevar a error; por ejemplo, si somos muy novatos en la cocina y un volumen de “recetas básicas” va dirigido en realidad a personas con cierta base, o al contrario. Quizá queramos ahondar en los fundamentos del pan pero ese libro con tan buena pinta sea extremadamente básico.

Puntos clave para reconocer un mal libro de cocina

Bien tengamos una idea aproximada de la temática que nos interesa, bien vayamos a la caza librera azarosa y libre, podemos fijarnos en las siguientes señales para evitar una decepción, también de cara a hacer un regalo.

La autoría

¿El autor o los autores aparecen bien destacados? ¿Se les pone nombre, cara y una pequeña trayectoria o biografía personal? ¿Se detalla su experiencia profesional, relación con la cocina o alguna obra previa? Si no es el caso, mala señal.

Hay excepciones, pero un libro que solo recopila recetas sin autor conocido nos da menos confianza en cuanto a la fiabilidad de las mismas. No sabemos de dónde han salido, o si se han retocado sobre la marcha, quizá ni siquiera han sido probadas nunca en la práctica. También puede ocurrir con los libros bien firmados, pero el riesgo es menor. Y si un autor nos falla, ya iremos sobre aviso la próxima vez.

La traducción

En los libros escritos originalmente en otros idiomas juega un papel clave la traducción de los mismos. Lo ideal sería conocer bien a los buenos traductores especializados en cocina y gastronomía, y que pudieran gozar del reconocimiento y prestigio que se merecen como profesionales.

La cocina es un campo muy específico que requiere dominar cierto vocabulario y técnicas concretas. Hay muchos “falsos amigos” en la terminología culinaria que, en las malas traducciones provocadas -en muchos casos- por la presión editorial, pueden llevar al lector al fracaso cuando se ponga a cocinar.

Una receta mal traducida puede acabar en desastre culinario

Ingredientes extraños mal traducidos o erróneos, pasos confusos, utensilios desconocidos, cantidades o temperaturas mal adaptadas... Es difícil reconocer de primeras una mala traducción, pero en ocasiones se identifica rápidamente leyendo por encima unas cuantas recetas. Si las frases suenan poco naturales y extrañas o se mencionan ingredientes raros, cuidado.

Un ejemplo sencillo sería la traducción de brown butter por, literalmente, “mantequilla marrón”, típico error de quien no sabe qué es exactamente el término. O confundir la lobster estadounidense con nuestra langosta -que en realidad sería un bogavante-, etc.

La mala o nula adaptación de las unidades de medida

Desafortunadamente, el mundo anglosajón se empeña en mantener unidades de medida confusas en la cocina, como las pulgadas y las onzas. Y ya sabemos que en Estados Unidos y otros países siguen empleando el volumen como medida también para los ingredientes secos, son ese sistema de tazas cups tan poco fiable -no son siempre del mismo tamaño exacto-.

Si un libro se edita para venderse en España debería adaptarse a nuestro país. Grados centígrados, sistema métrico internacional y medidas en peso para los ingredientes sólidos, es lo mínimo que podemos exigir como lectores. Cuando una editorial falla en esto, demuestra falta de interés, inconsciencia o prisas por sacar el libro ahorrando costes.

Fotografías sospechosas: sin autor, sin personalidad, desligadas de la receta o demasiado familiares

Sabemos que la comida entra por los ojos y el aspecto visual es más importante que nunca en la sociedad de masas. Para llamar la atención hay que destacar con una imagen llamativa, y en el mundo gastronómico la fotografía parece que ya lo es todo.

El triunfo -¿obsesión enfermiza?- por capturar nuestra comida y por seguir a quienes comparten las fotos más bonitas y atractivas demuestran que una imagen vale más que mil palabras. Pero, ¿queremos un libro útil con buenas recetas, o un álbum de fotos?

En un mundo ideal tendríamos libros con textos tan valiosos como sus imágenes seductoras de acompañamiento, pero no siempre se da el caso. Son muchísimos los recetarios que utilizan y reutilizan fotografías de bancos de imágenes para, supuestamente, ilustrar las recetas, incluso aunque no se correspondan del todo.

Hay que sospechar si la autoría de las fotos está casi escondida o apenas se hace una referencia enigmática con siglas, peor si se menciona una base de datos o una empresa aparte. Los buenos profesionales de la fotografía son también autores cuyo nombre merece ser destacado, y en los mejores casos aparecen junto al autor de los textos, cuando no son el mismo.

Un ojo experimentado sabrá reconocer esas fotos sospechosas de haber aparecido ya en infinidad de publicaciones. También es fácil identificar imágenes que no se corresponden con la receta que acompañan, por faltar ingredientes o porque, simplemente, el plato es otro.

Es un recurso muy típico que se emplea especialmente en recetas "alternativas" o más "saludables": una supuesta receta de bizcocho light vegano acompañada de una fotografía que de "ligero" tiene poco, o añadir ingredientes que no se mencionan en la elaboración.

Muchas fotos atractivas esconden trucos profesionales poco honestos con la cocina

Si las fotografías no siguen las tendencias del momento podría ser una buena pista. Aunque no sean tan bonitas como otras, el valor puede estar en la autenticidad del plato y su correspondencia con la realidad. Las fotos más espectaculares suelen salir de estudios en los que se emplean trucos de profesional para que la comida luzca bien, pero será incomible.

¿Queremos una imagen irreal de fantasía, con la que recrear la vista y soñar con mundos de purpurina? ¿O preferimos una foto que nos enseñe cómo luce el plato cocinado, en una cocina normal, esperando para ser disfrutado en familia? Fotografías bonitas, sí, pero que sean honestas.

Las fotografías se comen el texto

Un complemento del punto anterior es el otro ejemplo que identifica libros muy vistosos, pero pobres. Páginas enteras o dobles de imágenes suculentas que intentan ocultar textos de calidad ínfima o contenido sin apenas valor.

En este sentido, hay que reivindicar los libros de cocina sin fotografías. Hoy parecen condenados al olvido, pero se encuentran pequeñas joyas que, aún sin imágenes -fotos o ilustraciones-, esconden textos fantásticos con recetas y otros contenidos mucho más interesantes que tantos recetarios insulsos.

Merece la pena dedicar un momento de atención a estos libros valientes para comprobar lo que ofrecen sus páginas. A veces incluso es positivo el no contar con una foto que acompañe a la receta, pues elimina la presión de tener que ajustarnos a una idea utópica del plato. Y nos da mayor libertad en la cocina.

Falta de contenido extra

Hasta la receta más simple necesita de cierta introducción o anotaciones al margen. En ocasiones pueden ser incluso más útiles que la elaboración en sí misma, pues nos pueden dar ideas nuevas sobre platos que ya creíamos conocer de sobra.

Un pequeño comentario sobre el origen o la historia de la receta, consejos a tener en cuenta antes de empezar, lista de utensilios útiles necesarios, aclaraciones sobre ingredientes, sugerencias de conservación y degustación, ideas para variar o sustituir ingredientes, etc.

Los contenidos extra enriquecen y completan los libros aportando mucho más que una sucesión de recetas que de otra forma podrían no llamarnos nunca la atención.

Recetarios impersonales

¿Cuál es la motivación del libro? ¿Qué pretende el autor con su publicación? ¿Cuál es el hilo conductor o sus objetivos? ¿Cuál es el trasfondo o la fuente de inspiración?

Cuando un libro responde a estas preguntas, el contenido suele ser mucho más interesante porque no se trata de una mera acumulación de recetas sin ton ni son. La falta de contexto y motivaciones produce recetarios impersonales, desligados de una realidad con la que pueda conectar el lector.

Las historias detrás de un plato pueden ser más valiosas que la receta

Descubrir las historias que hay detrás de los platos, porqué una receta es así o cómo se llegó a ella, qué significa para el autor o qué nos puede aportar, cómo encajarla en nuestra vida diaria, qué podemos esperar de ella... Incluso aunque no sea una obra ligada 100% a las experiencias un autor concreto, la falta de personalidad de los recetarios suele condenarlos al olvido.

Redacción o indicaciones confusas e insuficientes

A pesar de que los textos largos y las recetas con párrafos interminables pueden echar para atrás, las recetas parcas y demasiado simplistas tampoco son siempre una buena idea.

En la cocina, y más en las domésticas, hay pocas leyes universales o medidas exactas. No todo el mundo tiene los mismos electrodomésticos, ni cocinamos con la misma temperatura ambiente o la misma humedad, ni usamos los mismos ingredientes o utensilios. Por eso, indicaciones como "hornear 20 minutos" o "dorar las especias" pueden quedarse muy cortas.

Comentarios adicionales que nos den pistas sobre cómo debe oler la sartén, o qué textura tenemos que buscar en el guiso, o qué aspecto debe ofrecer el bizcocho antes de sacarlo, nos orientarán mejor durante el cocinado. Si se omiten estas indicaciones, estamos ante otra mala señal en contra del libro.

"Regalos" inútiles

Hay que tener cuidado con los libros que quieren llamar la atención mediante regalos que, muchas veces, son de poca calidad. Moldes de repostería, espátulas o varillas, accesorios de decoración o pequeñas cazuelas o vasitos son ejemplos típicos.

A veces las librerías especializadas ofrecen conjuntos de libros y accesorios que sí son más atractivos, pero las editoriales no suelen apostar por útiles culinarios de buena calidad. Cuando el libro es del tipo genérico sin un autor reconocido, los regalos normalmente son peores.

Si además no se conoce el fabricante o la marca del objeto en sí, hay que sospechar el triple. Y si el regalo es demasiado bueno para ser verdad, quizá sea el libro entonces lo que no merece la pena. Cuando el "regalo" encima es una excusa para engordar el precio, peor.

El cuidado de la edición, diseño y maquetación

En las redes es fácil ver blogs y páginas con diseños muy parecidos, y no tiene mayor importancia -especialmente cuando se hacen por amor al arte-. Pero un libro necesita destacar un poco para distinguirse de los demás también en su diseño.

No todas las obras tienen que ser rompedoras en la maquetación, pero sí se agradece una personalidad visual diferente, original y acorde con el contenido. Por ejemplo, si es un recetario tradicional puede transmitir esa sensación de cuaderno de recetas de antaño mediante el diseño, los colores o el tipo de fuente.

Esto, claro, requiere una inversión extra y el trabajo de profesionales de arte y diseño que no siempre interesa hacer. Mientras no sea un recurso para maquillar un mal contenido, es una señal de que se ha puesto interés -y medios- para ofrecer un producto de cuidada calidad.

La calidad del papel y la encuadernación

Contenido aparte, no olvidemos nunca el cuidado del aspecto más físico de un libro. En plena era digital los amantes del papel tradicional queremos seguir disfrutando de obras bien cuidadas, con tapas que no se estropeen a las primeras de cambio y un papel que sea un placer de manipular.

Las hojas demasiado finas o delicadas, las impresiones con tinta descolorida o mal centradas, y las encuadernaciones débiles demuestran una falta de interés por la editorial para ofrecer un producto de buena calidad. En teoría, los libros de cocina van a utilizarse con frecuencia durante muchos años, y tienen que ser resistentes y agradables al tacto.

Tampoco tienen mucho sentido los libros que son incómodos de abrir y hojear, que pesan demasiado o que resultan difíciles de leer. Si el volumen no se manipula con facilidad, nos dará más pereza volver a él en el futuro y estará condenado a acumular polvo en la estantería. Por muy bonito que sea.

Fotos | iStock - Unsplash - Pixabay - Didriks - foam - Meal Makeovers Moms

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