Como consumidores, ¿nos dejamos llevar por los prejuicios?

Un prejuicio es una opinión que se tiene sobre algo sin que ello se conozca lo suficiente como para juzgarlo. Además, suele ser un dictamen desfavorable que se defiende con cabezonería, del que cuesta desprenderse. En la sociedad actual los prejuicios se consideran como algo muy negativo, de lo que avergonzarse, y pocos son los que admiten tenerlos. Pero la realidad es que es fácil caer en ellos, también como consumidores. ¿Hasta qué punto nos influyen los prejuicios en la comida?

Como seres culturales que somos, estamos sometidos a la influencia de muchos factores que nos definen como individuos y como colectivo en nuestra sociedad, y por mucho que nos esforcemos en ser autónomos, es difícil que nuestras ideas no se vean afectadas por la información que nos rodea. Al igual que ocurre en otros aspectos de la vida, la mayoría de nosotros intentamos tener una mente abierta respecto a la comida. Pero lo más probable es que todos estemos acompañados de prejuicios cuando nos sentamos a la mesa.

La forma en que un prejuicio nos puede afectar a la hora de comer se puede observar muy bien con el ejemplo de los más pequeños. Muchos niños rechazan ciertos alimentos nada más verlos sobre su plato, incluso antes de haberlos probado, sólo por ser algo desconocido o con aspecto extraño. Sin embargo, si se les ocultan entre sus comidas "de confianza" se los pueden tomar sin rechistar, hasta disfrutándolos.

Este comportamiento también lo podemos ver entre personas adultas. Yo misma tengo familiares que afirman con convicción que no les gusta nada algún ingrediente, y como me vean preparar la comida con ello torcerán la nariz ante su plato. Pero si no son conscientes de que lo lleva, al comerlo muchas veces ni se dan cuenta. No se trata de engañar al comensal ocultándole algo que no quiere comer, sino demostrar que en realidad puede que sí disfrute del sabor de algo que pensaba previamente que jamás podría gustarle.

Y es que un prejuicio se basa precisamente en tener una opinión negativa sobre algo sin que lo hayamos valorado antes como le corresponde, y en la cocina sucede mucho ante lo desconocido. Todavía ocurre con frecuencia a día de hoy, y no es raro encontrar a muchas personas que fruncen el ceño ante la mera idea de ir a comer a un restaurante vegetariano, o un asiático, o de cocina de autor, sin que realmente lo hayan probado nunca antes.

Uno de los factores que más dan forma a los prejuicios alimentarios son las modas que vienen y van en la gastronomía. Puede que muchos pensemos que no nos afectan en nuestras comidas diarias, pero si nos paramos a analizar nuestros hábitos de consumo, seguramente más de uno nos llevaríamos una sorpresa. En la actualidad hay un ejemplo muy claro, la tendencia a valorar más "lo natural", aunque sea un término muy vago.

No hay más que ver el giro que están dando los productos de la industria alimentaria en sus campañas de publicidad y marketing. "100% natural", "nada artificial", "sin conservantes ni colorantes", "al estilo de la abuela", "como lo haría tu madre", "sabor tradicional", etc. ¿Qué quieren decir realmente estos ganchos? ¿Eso que definen como "lo natural" tiene mejor calidad y sabor?

Hay un ejemplo de actualidad que ilustra muy bien el tema de los prejuicios alimentarios. Recientemente, la Junta Asesora de Cultivos Marinos (Jacumar) ha presentado los resultados de un proyecto de investigación financiado por la Secretaría General de Pesca Marítima del Ministerio de Agricultura. Se trata de la Caracterización del pescado de crianza, un trabajo de varios años en el que se ha incluido la participación de consumidores elegidos entre diversas Comunidades Autónomas.

Con el objetivo de conocer cómo valora el consumidor medio el pescado de acuicultura, se sometieron a evaluación más de 7500 muestras de las especies de pescado más importantes de la industria. Así, se desarrollaron dos tipos de catas de evaluación. En la cata a ciegas, los consumidores valoraron más positivamente el pescado de crianza frente al salvaje. Pero cuando se les informó previamente del origen de cada especie, mostraron una mayor preferencia hacia el salvaje.

De este modo, los consumidores mostraron una actitud contradictoria a la hora de valorar las mismas muestras de pescado, dependiendo de si conocían el origen o no. Se dejaron llevar por los prejuicios, ya que el consumidor medio tiende a valorar más el pescado extraído del mar, cuando se ha demostrado que, a la hora de la verdad, muchas especies criadas en piscifactorías ofrecen la misma o incluso mayor calidad que las salvajes.

Es difícil emitir juicios de valor completamente objetivos, en cualquier ámbito de la vida. Nos inundan influencias de todo tipo a diario, que sin darnos cuenta contribuyen a dar forma a nuestras opiniones y gustos. Es inevitable, también respecto a la comida. Por eso creo que lo más honesto sería aceptarlo y reconocer que nos dejamos llevar por los prejuicios más veces de las que nos gustaría.

Si somos conscientes de ello, si nos detenemos a plantearnos nuestros juicios de valor, será más fácil considerar si nuestras opiniones están realmente infundadas, y así poder abrir nuestras expectativas. Que los prejuicios no nos impidan disfrutar plenamente de todas las experiencias gastronómicas que quizá nos estemos perdiendo.

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