El bocata del recreo y aquellos maravillosos años

En los últimos días, hemos tenido mucha polémica sobre si se debe pagar o no cuando se lleva la comida propia al comedor, y hemos aprendido mucho con los testimonios y opiniones que nos dejasteis en los comentarios. Hoy sin embargo, viendo el regreso de las lluvias y los fríos, me he puesto un poco nostálgico al recordar el bocata del recreo y aquellos maravillosos años de mi niñez.

Como las clases empezaban muy temprano y en casa éramos algo perezosos, mis hermanas y yo apenas habíamos desayunado un colacao o un café con leche clarito, con unas galletas o unas tostadas de pan del día anterior, y cuando llegaban las once de la mañana estabamos casi famélicos. El timbre del recreo abría las puertas del patio y en la variedad de los bocadillos que llevaba cada uno, se reflejaba la diversidad de la clase social de su familia.

Los bocadillos

Una de las alegrías que tenía la mañana era descubrir de qué era el bocadillo que te había preparado tu madre, al abrir el papel aluminio. Cuando yo era niño, bocadillos de jamón serrano, la verdad, se veían pocos. Los bocadillos estrella eran los de fuagrás, los de queso y los de chorizo, en sus dos variedades.

Los que tenían familia en algún pueblo, traían sus bocadillos con los chorizos insertados en el pan como si fueran un perrito caliente, y se veía la grasilla coloreando la miga cercana al embutido. Los que eran de ciudad, traían sus bocatas con las lonchas de chorizo asomando por el borde. Al morder aquellos bocadillos, se veía si habían retirado o no las pieles del chorizo que a veces asomaban desgarradas por el mordisco, si a la madre se le había olvidado quitarlas.

Cuando el bocata era de salchichón, los más gourmets quitaban las bolas de pimienta, porque si no, al morderlas explotaban en la boca llenándola de picante. Otro clásico era el bocadillo de chocolate, que según te lo comías se iba derritiendo y te iba manchando las manos y las comisuras de la boca.

Entonces no era frecuente la Nocilla o crema de chocolate sino que se usaba la tableta de chocolate con leche pero aún así, esta delicia se cotizaba mucho en mi colegio. Cuando llevabas un bocadillo de chocolate era inevitable la petición del amigo. – ¿Me das un poquito? (Sobre ese tema volveremos luego)

Finalmente, el bocadillo de mantequilla con azúcar espolvoreada o con aceite de oliva en lugar de mantequilla, era otro clásico que nos solucionó a muchos el hambre de media mañana. Seguramente se me olviden muchos pero creo que estos eran los bocatas más representativos. Si queréis podéis contarme de qué eran vuestros bocadillos en los comentarios.

Los sandwiches o las frutas

Cuando yo era pequeño, no era muy frecuente llevar al cole ni lo uno ni lo otro. Solamente cuando no había pan tierno o no daba tiempo a ir a comprarlo nos preparaban el sandwich con pan de molde, normalmente de jamon de york y queso, qué eran los más ricos, o de mortadela o chopped, dos ingredientes a los que casi todos los niños teníamos manía.

Los sandwiches de fuagrás sí nos gustaban más, aunque muchas veces, al buscarlos en el fondo de la cartera entre los cuadernos y los libros, estaban un poco espachurrados cuando los sacábamos de su envoltorio de papel aluminio.

En cuanto a la fruta, al menos en mi casa no era frecuente lo de ir con la manzana al colegio como los niños de las series americanas, por lo que las frutas las tomábamos solamente al mediodía y en la cena. Cómo han cambiado los tiempos y los conocimientos sobre lo que se debe comer, ¿verdad?

La bollería

Lo de comer bollos en la hora del recreo empezó cuando yo empezaba ya a ser mayorcito. Recuerdo el anuncio de TV de ¡Andá, los donuts! ¡Andá la cartera! y por supuesto las palmeras de hojaldre cubiertas de chocolate, las trenzas de azúcar, las pinkas, (muchos no las habéis conocido) entre los bollos más o menos artesanos.

También estaban los bollos comerciales como los Bucaneros, los Tigretones, los Bonys y las Panteras rosas, aunque debo reconocer que como en aquellos maravillosos años no abundaba el dinero en mi familia, los comí muy pocas veces, quizás un mordisco al que me invitase algún amigo.

Los olvidos

Una de las peores cosas que te podía ocurrir era que se te olvidara el bocadillo en casa. Entonces al llegar la hora del recreo tenías que gastarte tus ahorritos infantiles (si llevabas dinero) en comprar un bocadillo de los del colegio o uno de esos bollos.

Pero lo habitual era pedir un poco a los compañeros de clase que fueran más amigos. Ahí surgió una de las tradiciones que todos recordamos: tanto cuanto pedíamos como cuando eramos nosotros los que ofrecíamos a otros que hubieran olvidado su bocadillo, la costumbre era poner un dedo como barrera para que el otro no mordiera demasiado.

Aquellos momentos eran una excelente oportunidad de probar lo que otras madres preparaban a sus hijos. Así descubrías el bocadillo de atún de lata con tomate frito, el de tortilla francesa o el de lomo embuchado, si nunca los habías comido.

Espero que este paseo nostálgico por mi niñez a través del bocata del recreo y aquellos maravillosos años os haya gustado, os haya traído recuerdos de vuestra infancia y os haya hecho sonreir. Y ahora, a preparar a vuestros hijos buenos bocadillos para que no tengan que pedir a los compañeros que les inviten a un mordisquito. Y si queréis compartirlos, contadme vuestros recuerdos en los comentarios.

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