Cuando se trata de algo que se come por piezas, un filete, cuatro empanadillas, cinco croquetas, no suele haber problemas en la cocina de mi madre, es fácil cocinar lo justo, se cuentan los comensales, se hace una multiplicación sencillita y se consigue que nunca sobre comida.
Pero cuando ella se pone a cocinar potaje, la cosa cambia, esa mujer no tiene medida, no es capaz de hacer ese tipo de platos para menos de quince personas. Si tenemos en cuenta que en su casa viven dos personas y que solo ocasionalmente nos tienen de invitados a alguno de mis hermanos o a mí misma, surge un verdadero problema.
¿Qué pasa con el potaje que sobra? puede parecer una pregunta tonta con respuesta obvia, separarlo en raciones y congelarlo, pero si tenemos en cuenta que el congelador de casa de mi madre ya está lleno con muchísimas otras raciones, de este y otros platos hechos con anterioridad, la cuestión deja de ser tan sencilla.
Como ella no está dispuesta a que sobre nada, o a tirar comida, encontró una solución hace tiempo, lo convirtió en un potaje viajero. Lo prepara cocinándolo de la forma habitual, espera que se enfríe un poco y lo separa en pequeñas ollas o cazos, los tapa y las deja descansando sobre el mármol de la cocina, en una pone dos raciones, en otra tres, en otra cuatro, en otra una y en otra dos. Acto seguido levanta el teléfono, hace unas cuantas llamadas y a lo largo del día las ollas van desapareciendo una a una.
Igual forma que desaparecen de su mármol, aparecen en las cocinas de casa de mis hermanos y de la mía. Así que después de recibir una llamada de teléfono y de dar un corto paseo a casa de mi madre, hoy en mi casa hemos comido el potaje viajero de mi madre, además de unas mandarinas del mandarino de su jardín.
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