La golosa pintura de Will Cotton, el exceso empalagoso como crítica del consumismo

La sociedad de consumo y la cultura pop ha marcado la trayectoria de muchos artistas desde mediados del siglo XX, y continúa siendo gran fuente de inspiración hoy en día para muchos creadores. Como hemos visto en otras ocasiones, la comida y los productos más populares ejercen un poder de atracción que los convierte en protagonistas de múltiples obras. En el caso de Will Cotton, sus pinturas están totalmente marcadas por la presencia de dulces, caramelos y golosinas, con los que forma escenas y recrea golosos paisajes.

Cotton, artista nacido en 1965 en Massachusetts (Estados Unidos), comenzó a centrar su interés en el mundo del consumismo comercial en el que nos hayamos inmersos. Con su obra quería llamar la atención a la sociedad del bombardeo de imágenes y mensajes publicitarios que nos asaltan a diario, buscando crear en nosotros la necesidad de desear productos asociados al consumismo. No tardó en convertir el dulce como la base de su iconografía, ofreciendo unas obras que se mueven entre el ensueño y lo inquietante.

Y es que, si analizamos algunas de sus obras, podemos darnos cuenta fácilmente de que la intención de Cotton no es sólo recrearse en el barroquismo de la pastelería y el azúcar, sino que impregna a sus creaciones de un halo desconcertante. Sus paisajes y sus figuras humanas, normalmente sensuales mujeres con estética pin up, pretenden causar en el espectador una sensación de deseo turbio.

Son imágenes que en el fondo representan los anhelos de la ser humano actual, de cómo la sociedad de consumo nos incita a desear objetos y experiencias que realmente nunca se consiguen alcanzar. Es el sentir insatisfecho, y por eso sus pinturas resultan extremadamente dulces y cargadas, pues del deseo al rechazo hay sólo un pequeño paso.

Will Cotton también elabora esculturas y emplea técnicas diferentes, aunque su trayectoria se centra principalmente en la pintura más tradicional. Pero a ello se suma su incursión en la pastelería, pues él mismo elabora muchos de los dulces que después traslada a sus cuadros. En una ocasión incluso convirtió una de sus exposiciones en una especie de pastelería pop-up, haciendo mucho más potente la experiencia de su obra para el público, que podían ver, oler y degustar los mismos dulces que se contemplaban en las pinturas.

Si os animáis a recorrer las galerías que aloja en su página, veréis cómo ha ido añadiendo paulatinamente más figuras a sus paisajes, especialmente femeninas, integradas con elegante erotismo en esos mundos dulces y oníricos. Así potencia aún más esa exhibición del deseo insatisfecho que nos impone la sociedad de consumo actual. Algunas de las obras de Cotton resultan muy atractivas, sobre todo para los más golosos como yo misma, pero lo realmente interesante es el mensaje que intenta lanzar al espectador con sus excesos empalagosos para hacernos reflexionar.

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