Pasear sin rumbo por las calles de Valladolid en plena canícula lleva al visitante despistado a reparar en el gusto que hay en la ciudad por helados, granizados y horchatas. Ante la refrescante oferta salpicada de franquicias, mágicamente surge un modesto local a cuyas puertas siempre parece haber una cola tanto de turistas como de vecinos fieles. Cola permanente todo el año, pues los tentadores helados de Manuel Iborra ceden su protagonismo a los turrones y otros dulces cuando, por fin, el calor se despide de la ciudad.
Su clásica puerta de madera remite a esos locales históricos que no buscan llamar la atención con una decoración excesiva o diseños estridentes, ni tampoco sacando el género o la cartelería a la calle, como acostumbran cada vez más negocios actuales, pretendidamente modernos y chic.
Un pequeño escaparate acompaña al único cartel que cuelga lateral junto en perpendicular al portal, buscando ser visible desde la contigua Plaza Mayor, punto neurálgico de la ciudad y siempre foco de atracción del turista. Pero para degustar los que para muchos son los mejores helados y dulces de la tierra, hay que desviarse un poco de sus soportales.
Una saga familiar jijonense
Los helados, granizados y su estupenda horchata son las estrellas del lugar desde que da comienzo la temporada en la madrugadora primavera, pero la historia de Manuel Iborra está ligada al turrón y a su tierra, Jijona. Y arranca nada menos que a finales del siglo XIX.
Corría el año 1872 cuando Manuel Iborra nació en la localidad alicantina, en el seno de una familia que practicaba la elaboración tradicional de turrones desde hacía varias generaciones. En aquella época difícilmente podía el joven Manuel dedicarse a otra cosa que no fuera el oficio, y así desde pequeño aprendió todos los secretos de la elaboración de turrones y otros dulces típicamente navideños.
Conscientes de que las ventas en Pascuas dependía gran parte de la economía familiar, los Iborra no dudaban en cargar los bártulos para vender su golosa mercancía por el interior peninsular, en unos años convulsos en los que la industria y la distribución alimentaria nacionales todavían estaban en pañales.
De este modo, cuando se aproximaban las fechas navideñas los Iborra emprendían un dificultoso viaje en tren de más de dos jornadas en dirección a Valladolid, donde año tras año sus tentadores dulces gozaban cada vez de más éxito. Tanto era así que, ya casado con Isabel Planelles Candela y haciéndose con las riendas del negocio, Manuel Iborra decidió potenciar aún más las ventas en la ciudad castellana.
La conquista de Valladolid
Los Iborra vendían sus productos en el mercadillo navideño que Valladolid instauró de forma fija en el centro de la ciudad desde finales de noviembre hasta el día mismo de Navidad. Su puesto era uno de los más solicitados por la clientela, que cada año iba creciendo, igual que su gama de productos.
A los turrones tradicionales el artesano y su equipo fueron sumando nuevas variedades según las modas de la época, añadiendo además al catálogo otros dulces típicos de fiestas como peladillas, almendras rellenas, polvorones, mazapanes y frutas escarchadas. La apertura de su tenderete era esperada en la ciudad con la misma ilusión que se aguarda a los Reyes Magos, y el propio Iborra procuraba que todos supieran de su llegada y localización con anuncios en la presa local.
La buena marcha del negocio el cariño que profesaban los vallisoletanos a sus productos llevaron al turronero jijonense a alquilar un local, ya fuera de la temporalidad del mercadillo. Poco después, en 1958, inauguraría finalmente su propio establecimiento abriendo en la calle Lencería, un lugar estratégico que sigue siendo el mismo donde hoy abre sus puertas la popular turronería.
Del turrón al helado, y vuelta a empezar
Conociendo también la tradición heladera y horchatera que se vive en la costa alicantina y valenciana no es de extrañar que a los Iborra les picara igualmente el gusanillo de los dulces fríos, que comenzaban a despuntar cada vez más en aquellos años. Los tórridos veranos de Valladolid sin duda invitaban para ello, y abrían una puerta de negocio extra, y complementaria, al de los dulces navideños, muy estacional.
Dicho y hecho, el verano de 1958 marcaría el inicio de otro ritual de la ciudad que tanto acompaña a la memoria de los vallisoletanos, los cucuruchos y tarrinas de helados Iborra, también de elaboración puramente artesanal, y apostando primero por los sabores clásicos de turrón, vainilla, chocolate, limón, coco, fresa o simple nata.
La empresa ha continuado desde entonces en el mismo círculo familiar con los hijos y nietos de Manuel Iborra, abriendo en 1970 una fábrica artesana de turrones y dulces más moderna en Jijona, y culminando con el más reciente obrador de helados que la actual generación inauguró en Valladolid en 1999. La creciente demanda de ambos productos, cada vez menos estacionales, obligaba al negocio familiar a expandirse y aumentar su capacidad de producción.
Ya conocida como Turrones y Helados Manuel Iborra, la empresa sigue fiel a su carácter artesanal pero actualizada a los nuevos tiempos, con la capacidad de mantener un amplísimo catálogo de dulcería y helados que incluso ya se pueden comprar online desde cualquier punto del país.
Visita obligada todo el año
La centenaria historia que ha dado forma a lo que es hoy Manuel Iborra se mantiene en ese modesto local, pequeño si se compara con otras vistosas heladerías, pero lo suficientemente grande como para encandilar con su espacio que mantiene ese alma de los negocios antiguos, que no viejos, respetando el carácter artesanal y un pasado familiar siempre presente.
Da gusto ver las torres de barquillos de cucuruchos junto al colorido mostrador de sabores de helados, que en su variedad siempre aturullan un poco al cliente indeciso, con ese clásico mostrador metálico, el azulejo y la madera sin adornos. En pleno verano también conviven los últimos turrones y algún que otro dulce navideño, para el goloso irremediable o el visitante ocasional que no pueda acercarse a ellos en las fechas más señaladas.
Algunos sabores más novedosos, siguiendo las tendencias de los nuevos tiempos, llaman la atención de los más atrevidos, como el de oreo con queso azul, pero son los helados clásicos los que siguen reivindicando su posición frente a la marabunta estrafalaria de otras heladerías. Mantecado, turrón, fresa, ron con pasas, tutti frutti, leche merengada, stracciatella o café pueden pecar de viejunos, pero continúan siendo los más demandados.
Se agradece, eso sí, que en Iborra se hayan adaptado también a otras necesidades con sorbetes 100 % vegetales, helados más light, sabores sin lactosa muy cremosos (¡ese glorioso helado de avellana!) y también con opciones para celíacos. No hemos podido probar estos sin gluten, pero los barquillos tradicionales son una delicia crujiente que sí merece la pena comer, a diferencia de esos industriales rancios que cada vez, por desgracia, son más frecuentes.
Pronto arrancará la temporada navideña con la elaboración de la nueva remesa dulcera en Jijona, donde la propia familia Iborra sigue trabajando cada año para atender encargos y tener su tienda física y virtual bien surtida.
Aunque algunos sabores de helados se mantienen también en invierno -hay que reivindicar el helado como dulce atemporal-, a finales de otoño el mostrador se llenará de una gran variedad de turrones, mazapanes, peladillas, polvorones y muchas más delicias que sin duda endulzarán las mesas más allá de la Navidad.
Datos prácticos
Dónde: calle Lencería, 2. Valladolid.
Pedidos: 983 351121 y en su página web.
Horarios: abre todos los días de 10.00 a 23.30; sábados y domingos hasta las 0.30.
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Fotos | DAP - Manuel Iborra
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