Empezaré por el final. Definitivamente Ven a cenar conmigo no es un programa de cocina. ¿Es un programa de decoración? Da la impresión de que no. ¿En qué consiste entonces este programa? Yo no lo sé.
La semana pasada hemos podido ver a cinco personas actuando como invitados y anfitriones. Cada uno con sus gustos sobre los colores y la comida. Unos más abiertos que otros a conocer algo distinto. Unos más transigentes que otros.
Antes del programa me hice unas expectativas. Esperaba ver un programa de cocina, no necesariamente que me enseñasen paso a paso los platos, pero por lo menos un poquito sí.
No quise hacer una crítica del primer o segundo capítulo de este programa, básicamente porque no todo termina como empieza y en una semana ya se ha demostrado claramente. Primero con el tiempo de emisión, de los 30 minutos escasos del principio, al viernes que duró casi 50 minutos (más publicidad también). Y segundo, porque en las dos primeras entregas vimos "algo" de cocina, "algo" de detalles en la mesa. Y en las últimas se ve claramente como se abandona la faceta culinaria del programa y se adentra en caminos esperpénticos de un mini Gran Hermano.
El remate fue el avance del resumen de esta semana. En los 20 ó 30 segundos de resumen creo que el 95% del tiempo se dedicaron a poner breves imágenes de peleas y enfrentamientos de unos concursantes contra otros.
Claramente Ven a cenar conmigo no es un programa de cocina. Y una cosilla, si yo fuese César me quejaría al programa, no puede ser que una persona se queje tanto, en tiempo y de todos los aspectos. Imposible.
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