En nuestro recetario británico no podían faltar unas buenas pastas, o biscuits como ellos las llaman, para acompañar el té de la tarde. Sé que el nombre de estas Garibaldi biscuits no suena muy británico, pero se trata de unas galletas de larga tradición en las islas, muy populares.
Creadas por John Carr, pastelero escocés, comenzaron a comercializarse en el año 1860 por la compañía Peek Frean. Se las bautizó con su característico nombre en honor a Giuseppe Garibaldi, militar italiano, que hizo una afamada visita a Gran Bretaña a mediados del siglo XIX. Estas pastas alcanzaron pronto una gran popularidad y hoy las venden multitud de marcas, pero hacerlas en casa resulta de lo más sencillo.
Es importante tener la mantequilla bien blanda, y el huevo a temperatura ambiente. Batir la mantequilla y el azúcar glas con una batidora de varillas hasta que quede una mezcla cremosa. Añadir el huevo y seguir batiendo hasta que se vuelva homogéneo.
Incorporar la harina, la pizca de sal y las pasas de corinto, mezclando todo bien con una espátula o lengüeta, pero sin movimientos bruscos, hasta conseguir una masa regular.
Disponer una lámina de papel film sobre la superficie de trabajo, colocar la masa y cubrir con otra parte de film. Estirar bien para dejar un rectángulo plano y llevar a la nevera. Dejar enfriar como mínimo tres horas.
Precalentar el horno a 160ºC y colocar papel sulfurizado sobre una superficie de trabajo. Poner encima la masa sin el film, y estirar con un rodillo hasta dejar un grosor de no más de 4 mm. Transferir la masa con el papel a una bandeja de horno y hornear durante unos 10-14 minutos. Los bordes deben están más oscuros, pero la masa sólo con un leve tono dorado.
Fuera del horno, aún caliente, espolvorear con un poco de azúcar (opcional). Cortar los bordes irregulares y recortar la masa con un cuchillo formando rectángulos, con la masa todavía caliente. Transferir a una rejilla y dejar enfriar totalmente.
Con qué acompañar las galletas
Las Garibaldi biscuits son lo que se puede esperar de unas típicas pastas. Crujientes pero suaves, no demasiado dulces, destaca su sabor a mantequilla y la delicadeza de las pasas de corinto. Resultan ideales por tanto para acompañarlas con una buena taza de té, o con el café, si somos menos aficionados a la bebida británica por excelencia.
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