Este es el bocadillo que siempre me preparo cuando me voy a poner en carretera: te aseguro que el del al lado se quedará mirando

Olvídate de los infames congelados de gasolinera y áreas de servicio

Bocadillo Carretera Gasolinera
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Hay dos cosas que detesto cuando conduzco. La primera es conducir, lo cual no me apasiona, pero no queda más remedio, sobre todo en verano. No me habría contratado una marca alemana de coches para hacer su anuncio, la verdad.

Lo otro que detesto más de ponerme en carretera es tener que pasar por el peaje de ciertas estaciones de servicio donde el bocadillo de turno es infame, lo cual es cada vez más habitual en una España que ha llenado sus carreteras de franquicias y de bocadillos clónicos que han salido del mismo congelador.

Hay excepciones, benditas, como pueden ser Las Esparteras, en la A-5, en Valmojado, o los no menos necesarios altos que se pueden hacer en la A-1, ya arrimándonos a Burgos, si hablamos de El Alfoz o de Landa, dos clásicos en las rutas hacia el norte.

Por este motivo, mis paradas en carretera están muy medidas para no pifiarla y acabar pagando 12 euros por una Coca-Cola y un bocadillo que podría haber salido de El Ataque de los Clones, pero para mal.

La solución, que más de una vez ha girado un cuello tanto en carretera como en los típicos aparcamientos de gasolinera, es un bocadillo doméstico donde los haya, pero de los que causan impresión.

Fórmulas hay muchas. Muchas de ellas irresistibles, claro. Un buen bocata de tortilla de patatas siempre es un caballo ganador, pero no me gusta llevar recetas con huevo viajando más de la cuenta. Menos aún en verano. Tampoco me apetece llevar elementos que se queden muy secos ni, por supuesto, elementos que fríos pierdan todo su encanto.

Sin embargo, hay un mítico bocadillo valenciano, quizás la cuna de los bocadillos extravagantes gracias al esmorzaret, que es mi favorito para ponerme en carretera pues lo puedes resolver en casa en apenas 10 minutos y vas a tener un bocata de 10 para olvidarte de cualquier estación de servicio.

Vengo a hablaros de la mítica brascada, que en esencia es la evolución del clásico pepito de ternera, solo que con cierto tuneo –como no podría ser menos viniendo de la cocina valenciana–.

Lo único que se necesita aquí es un pan de barra, un buen filete de ternera –procura que sea tierno–, un poco de cebolla salteada y un par de lonchas de jamón ibérico. El filete permite que el pan se empape ligeramente, la cebolla salteada aporte jugosidad y el jamón le dota de un toquecito salado que le va de maravilla.

Ciencia no tiene ninguna. Solo hay que cocinar el filete a nuestro antojo. Yo procuro no dejarlo como una suela de zapato, pero cada uno con su punto. Mientras tanto, incluso en la misma sartén si es grande, puedes saltear la cebolla. Se tiene que tostar ligeramente, pero no es cebolla caramelizada.

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Una vez listo, lo montas. Abajo, la cebolla, sobre ella, el filete y de remate, el jamón. Cierras con el pan, aprietas un poco para que todos se hagan buenos amigos y tendrás el mejor bocadillo posible para comerte horas de atasco, tardes de gasolinera, ahorrar pasta y, si te gusta el fútbol y estás en plena Operación Salida –o Entrada– ir oyendo el España-Inglaterra de la final de la Eurocopa.

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