En Logroño todo el mundo sabe, o sabrá en cuanto pise la ciudad, que es obligatorio ir a tapear a la calle Laurel y aledañas. La oferta de pinchos, tapas y raciones que vuela de barra en barra es inabarcable para un estómago normal en una sola jornada, si bien hay nombres que se repiten como los más populares año tras año. En el Bar Tío Agus hay un pincho en concreto al que muchos le pondrían un altar.
Es "el pincho" por excelencia del local, un bar que lleva más de 35 años al frente dando de comer a vecinos y visitantes todos los días de la semana, desde media mañana y en horario ininterrumpido. Su carta ofrece otros bocados, pero el conocido simplemente como pincho tío Agus es ya una institución en la localidad, algo único que desconoce el resto del país, y en el fondo nos gusta que así sea.
Porque podemos darnos el capricho de tratar de llevarnos ese sabor a casa después de probarlo en su casa madre, sabiendo, eso sí, que nunca será igual. No solo por el encanto y maestría de sus autores, sino porque un elemento clave del pincho es la salsa secreta de la abuela Damiana, la cual solo podemos recrear de memoria como el paladar buenamente nos deje rememorar.
Sea como sea, mientras no podamos escaparnos a Logroño, en casa sí tenemos la opción de darnos un homenaje convirtiendo este pincho en un señor bocata de categoría, en el tamaño que más nos plazca.
Necesitamos adobar carne de cerdo magra antes de cocinarla en brochetas a la plancha, y preparar una recreación de la salsa con mostaza, aceite, vinagre y varias hierbas y especias. Después solo hay que rellenar los panecillos tostados en la misma plancha de las brochetas, con la carne extraída de los pinchos y una cantidad obscena de la salsa. Hay que devorarlos recién hechos, calientes y, si es posible, chorreando un poco.
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