Solo tres ingredientes hacen falta para salir por la puerta grande con este clásico
Quien tiene un amigo, tiene un tesoro. Y quien tiene un bocadillo, seguramente tenga un puñado de amigos dispuestos a pegarle un mordisco. Imposible no acordarse de aquellas riñas de patio de colegio, comprobando a ver quién lo tenía más grande o, mejor aún, cuando tocaba testar el cariño o arte culinario que se distribuía en ellos.
Aquella lección de sociología escolar daba para mucho. Comprobar a quién le hacían mejor el bocadillo era casi un duelo donde había esmero y paciencia, pero también prisas y recursos de última hora.
Lo cierto, viajes en el tiempo aparte, es que el bocadillo es un elemento fundacional de la cocina española. Y sí, decimos bocadillo, y no nos enredamos en terminologías como sándwich, pues todos tenemos claro que son dos mundos diferentes. Puede que en la esencia tengan su miga común, pero la realidad es que no hablamos de sinónimos y, si nos despistamos, no son ni de la misma familia.
Por eso, hoy para reencauzar una cena rápida o para llevarnos un bocadillo de excursión, nos trasladamos a las cocinas más clásicas para poner por bandera y ensalzar las virtudes del clásico pepito de ternera.
No pregunten por el origen del nombre, pues todo lo que vayan a encontrar seguramente se pierda en un caudal de leyendas y mitos con menos contraste que una televisión en blanco y negro. Centrémonos mejor en esta oda a la sencillez, al pan de calidad y a cómo remendar una cena en unos cuantos mordiscos sin andarnos por las ramas.
Pan –decente, de barra–, un buen filete de ternera y un poco de ajo, para darle algo más de encanto al asunto, son los tres ingredientes fundamentales de un pepito de ternera. No tiene más misterio en cuanto a la materia prima. Otro cantar es cuánto dinero nos queramos dejar en ellos y, sobre todo, que mimemos a los pocos ingredientes que vienen a participar.
Si es un filete de ternera, busquemos partes muy tiernas, que nos permitan un mordisco amable, como sucede con la espaldilla. Evitemos cortes con ternilla o fibrosos, pues nadie está libre de pecado con esos mordiscos en los que te llevas el relleno atrapado en los dientes, como si fueras un perro de dibujos animados.
Aparte de eso, procuremos cocinar el filete atemperado y en una plancha bien caliente. Lo justo para que se cocine y para que no se cueza. Luego solo hay que partir el pan –pásalo por la tostadora, que queda muy bien–, restriega un ajo y tumba al filete en ese crujiente lecho. Luego solo tendrás que disfrutar.
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