Hace años que en mi casa no corremos el riesgo de enfrentarnos a una suela de zapato sosa en el plato, es decir, que nos despedimos de las pechugas de pollo insípidas y resecas. La experiencia es un grado y en la cocina casera mucho más, particularmente cuando se trata de preparar comidas y cenas a diario para la familia que sean saludables y también sabrosas.
Esa experiencia te puede convertir o no en una persona experta -ya depende de la estima que nos tengamos-, aunque yo concedería ese título a cualquiera que acumula años cocinando en casa. Y un recurso muy común y sencillo en casi todas las familias son las pechugas de pollo; fáciles de encontrar en cualquier comercio, económicas, cómodamente envasadas, bajas en grasa y ricas en proteínas. Solo tienen un pero: es fácil que nos queden casi incomibles.
Por eso suelo repetir a menudo la receta de pechugas de pollo jugosas al horno con ligeras variaciones aquí y allá, improvisadas sobre la marcha, según el día. He probado más técnicas y recetas más elaboradas con las que también quedan las pechugas muy ricas, pero este es el comodín al que recurro con más frecuencia.
Lo mejor es comprar pechugas enteras, sin filetear -mejor aún si se piden en carnicería o pollería de aves de corral-, para aprovechar mejor su carne y reducir el riesgo de sequedad. No hay más que dejarlas en una salmuera simple de agua y sal, mínimo 30 minutos y no más de dos horas en la nevera. Después, un aderezo simple y al horno.
Me gusta masajearlas con una mezcla básica de buen aceite de oliva y algo de mostaza, añadiendo a veces alguna salsa asiática, mayonesa o yogur, y especias simples que no fallan: pimentón, comino, tomillo, pimienta negra... En media hora o menos están asadas al punto, jugosísimas por dentro, perfectas para comer calientes o frías en ensaladas, bocadillos o fajitas.
En DAP | Cuando no tengo tiempo soluciono la cena en 10 minutos con esta salsa y unas pechugas de pollo
