Todo el mundo flipa con el pollo frito estadounidense, pero la mejor receta (y más fácil) es esta versión japonesa

No sabemos si fue antes el huevo o la gallina (aunque en verdad sí lo sabemos), pero lo que está claro es que allí donde hay un pollo, hay alguien que ha tenido la intención de freírlo.

Rebozadas y sin rebozar, las recetas de pollo frito se multiplican a lo largo y ancho del mundo con la proteína de animal terrestre más abundante, barata y largamente domesticada que el ser humano. Tanto como para que, incluso, el pollo frito tenga su rey, que no es otro que el mítico Ramoncín.

Tronos aparte, es cierto que la monarquía estadounidense del pollo frito ha hecho que la mayor parte del planeta crea que la única forma de freír pollo es el estilo Kentucky, con aquel inefable coronel Sanders vestido de blanco como adalid de una receta que hace las delicias de millones de personas cada día.

Pero hay vida más allá de Kentucky, tanto para pollo frito como para el whisky y para la música country. Por eso, hoy vamos a romper una lanza por una receta japonesa de pollo frito que no tiene ciencia, misterio y sí un saborazo que os hará repetir una y otra vez.

La gracia está en que es especialmente ligera y que el pollo, tras marinarse previamente, queda jugoso y muy bien sazonado, por lo que te despides para siempre de pollos insulsos.

Puedes usar pechugas de pollo, pero lo mejor para el karaage es utilizar contramuslos, deshuesados pero con su piel, cortados en trozos de bocado. Luego se marina en una mezcla de jengibre fresco rallado, azúcar, salsa de soja, sake y sal. Si no tenéis el sake, no pasa nada, pero le da un toque divertido.

Dejáis que el pollo coja el sabor unos minutos, masajeamos bien para que penetre en las tajadas y lo dejáis reposar. Puede ser una hora, pero mejor de una noche a la mañana siguiente.

Cuando haya cogido el aderezo, lo escurres, lo rebozas en fécula de patata y mueves un poco las tajadas para que se impregnen bien. Luego solo tendrás que freír el pollo por tandas en aceite bien caliente (a 180 ºC)

La gracia está en hacerlo en tres inmersiones: primero 30 segundos, dejamos reposar medio minuto fuera y repetimos la operación dos veces más. Después basta que lo dejes escurrir sobre una rejilla y estará listo.

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