Unas simples judías con tomate se convierten en un plato delicioso dejando que se guisen sin prisa y añadiendo el toque aromático de hierbas frescas. Esta receta de fasolakia, un plato tradicional griego, han sido todo un descubrimiento que sin duda repetiremos a menudo, especialmente durante el verano. Recién hechas están buenas, pero reposadas y servidas frías ganan muchísimo más en sabor y textura.
Al ser un plato tan simple podemos encontrar diferentes versiones del mismo, pero todas coinciden en lo mismo: judías verdes guisadas en salsa de tomate. En Grecia suelen usar más de las tipo boby o redondas, pero queda igualmente bien con las planas, más comunes en nuestros mercados. Utiliza un buen tomate de lata de una marca de confianza, y dale tiempo para que se guise sin prisa, dejando que reduzca y caramelice un poco.
Cortar la cebolla en juliana fina y rallar los ajos con un rallador tipo Microplane o uno bien fino, para dejarlos como una pasta. Alternativamente, usar un prensador. Lavar, secar y cortar las judías en piezas de unos cuatro o cinco centímetros de largo.
Calentar unas tres cucharadas de aceite de oliva en una cazuela amplia a temperatura media-baja; añadir la cebolla y el ajo, remover y salar ligeramente. Dejar cocinar hasta que la cebolla esté blanda, pero sin dejar que se dore.
Añadir las judías, remover y echar el tomate. Agregar el orégano, salpimentar ligeramente y echar el agua usando el mismo bote del tomate, para terminar de recoger los restos que queden dentro. Llevar a ebullición, bajar el fuego, tapar y dejar cocinar 30 minutos.
Destapar, remover un poco y dejar cocinando a fuego muy lento unos 15-20 minutos más, hasta que la salsa haya reducido mucho y el tomate se haya concentrado. Probar, corregir de sal, añadir el zumo de medio limón y servir con un puñado generoso de eneldo fresco y perejil picados.
Con qué acompañar las judías verdes a la griega
Como ya hemos comentado, este es un plato que, como nuestro pisto, se puede servir caliente o frío, dejándolo atemperar un poco de la nevera para que no se mate tanto el sabor. Podemos presentarlo como primer plato o como guarnición de un pescado a la plancha o carne a la parrilla, o convertirlo en plato único con algún extra. El queso feta le va de perlas, y podríamos añadir también unas aceitunas kalamata -o de Aragón-, patatas cocidas o algún huevo duro o escalfado. Un buen bonito en conserva sería otro complemento fantástico. Y que no falte pan.
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