Erradicar el hambre plantando lechugas en una isla privada no es fácil. Larry Ellison gastó 500 millones de dólares para nada

Larry Ellison, cofundador de Oracle y uno de los hombres más ricos del mundo, siempre ha sido conocido por su ambición y su gusto por los grandes proyectos, pero también ha conseguido hacer bueno el refrán español de zapatero, a tus zapatos.

Su fortuna, construida en el mundo del software empresarial, le permitió darse algunos lujos extravagantes, pero también embarcarse en iniciativas con un supuesto propósito filantrópico.

La más conocida de ellas comenzó en 2012, cuando tomó una decisión sorprendente: comprar casi toda la isla de Lanai, en Hawái, por unos 300 millones de dólares. Su idea no era solo disfrutar de su propio paraíso y retirarse allí a vivir una vida contemplativa en mitad del Pacífico, sino transformar el lugar en un modelo de sostenibilidad y bienestar.

Uno de sus planes más ambiciosos fue el desarrollo de un sistema de cultivo hidropónico de alta tecnología a través de la empresa Sensei Ag. Junto con el médico y empresario David Agus, Ellison quería revolucionar la producción de alimentos utilizando inteligencia artificial, sensores y control climático en invernaderos de última generación.

No solo pretendían abastecer a la isla con productos frescos, sino crear un modelo escalable que pudiera aplicarse en otras partes del mundo para combatir el hambre y mejorar la nutrición. Sobre el papel, la idea sonaba prometedora. La realidad, sin embargo, fue otra historia.

Desde el principio, el proyecto enfrentó problemas que no habían sido previstos. El clima de Lanai resultó ser un enemigo inesperado. Los invernaderos fueron diseñados para climas desérticos, como los de Israel, pero no soportaron las condiciones de la isla.

Los fuertes vientos, que pueden superar los 100 kilómetros por hora, dañaban constantemente las estructuras, arrancaban los techos y obligaban a reparaciones constantes.

Además, los paneles solares, pensados para proporcionar energía limpia, no funcionaban bien porque la acumulación de polvo y escombros reducía su eficiencia. Como solución de emergencia, tuvieron que recurrir a generadores diésel, lo que iba en contra del ideal de sostenibilidad que querían promover.

Pero el clima no fue el único problema. A pesar de contar con expertos en tecnología y negocios, el equipo detrás de Sensei Ag tenía poca experiencia en agricultura. Sus decisiones, tomadas desde una perspectiva más empresarial que agrícola, no siempre eran las más acertadas.

Se planteó, por ejemplo, el cultivo de frutas exóticas de alto valor, como melones cuadrados al estilo japonés, pero la idea se descartó porque no encajaba con la visión del proyecto. Al final, lo que lograron producir fueron lechugas y algunas verduras, pero a un costo completamente desproporcionado.

El modelo de negocio tampoco ayudó. En lugar de centrarse en producir alimentos accesibles, la empresa terminó vendiendo productos premium a precios elevados, lo que se alejaba de la idea original de combatir el hambre. Las lechugas cultivadas en Sensei Ag no estaban destinadas a comunidades necesitadas, sino a consumidores dispuestos a pagar por un producto de lujo con el sello de “tecnología avanzada”.

Después de años de inversión y más de 500 millones de dólares gastados, el proyecto nunca alcanzó los objetivos que Ellison había imaginado. Aunque los invernaderos siguen funcionando, el impacto real en la producción de alimentos es mínimo y la idea de revolucionar la agricultura mundial se desvaneció con el tiempo.

Imágenes | Sensei Farms

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