No es un clickbait de baratillo; tengo comprobadísimo que hasta el enemigo más declarado del calabacín se come sin rechistar estas sencillas tortitas saladas, una de mis cenas más recurrentes en casa. Y me encanta poder dejarlas listas con antelación para simplemente recalentarlas a la hora de la cena o reutilizar las sobras en un almuerzo al día siguiente.
Con pocos hidratos, estas tortitas de calabacín o medallones ceden el protagonismo a una verdura que está ahora en su mejor momento pero que puede causar grandes dramas en la mesa familiar. Me consta que no es la hortaliza preferida de muchos niños, y en mi caso convivo con un adulto que alude a algún trauma infantil con ella para negarse a darle otra oportunidad ya más crecidito.
Pero yo sé que hay platos donde el calabacín será bien recibido, y este es uno de ellos. Tan solo tenemos que rallar la verdura, escurrir el agua que suelta y mezclarlo con huevo, pan rallado, queso parmesano y distintos aderezos que aporten sabor (ajo picado, hierbas provenzales, especias, hierbas frescas...). Así obtenemos una masa algo húmeda que se cocina sola al horno, más fácil y menos engorroso que hacerlas una a una a la plancha.
Después se pueden pasar por la sartén para que queden más doradas y algo crujientes, sobre todo si las hemos dejado listas con antelación, y son estupendas para servir con una salsa que nos guste, por ejemplo una ligera salsa de yogur, salsa de tomate, con guacamole, un pico de gallo o mayonesa. Saciantes pero ligeras y nutritivas, son una cena comodín perfecta para todas las edades.
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