Acaba de saltar la noticia a los medios: Michael Bloomberg, alcalde de la ciudad, plantea prohibir los refrescos gigantes en Nueva York, como parte de su programa de lucha contra la obesidad. La medida, como no, ha levantado la polémica y el debate ¿Es este el camino para combatir la obesidad?
Antes de entrar en materia, pongámonos en contexto. Para que os hagáis una idea, en Estados Unidos el tamaño pequeño de refresco que te dan con el menú, es casi tan grande como el que aquí pides con suplemento. Normalmente, lo menos que te sirven son 16 onzas (0,47 litros), cuando aquí el menu mediano tiene 0,4 litros y el grande 0,5 litros.
Sin embargo, lo habitual allí es lo que ellos llaman Big Gulp (gran trago), grandes cubos de refrescos que van desde las 20 onzas (0,6 litros) hasta, atención, las 64 onzas, casi dos litros de refresco en un vaso inmenso, que por cerrar el estereotipo, irá acompañado de otro cubo enorme de pollo frito.
Todo esto no lo supongo, lo he visto con mis propios ojos, tanto en Nueva York como en otros muchos sitios a lo largo de toda Norteamérica. Escucharles pedir mientras estás en la cola de alguno de los millares de establecimientos de comida rápida que hay por el país, es todo un poema. Parece que estén todos embarazados, porque comen por dos. Aunque, obviamente, estoy generalizando de forma burda, porque también hay mucha gente que come sano, el problema de la obesidad es mucho más grave que en Europa, y eso es algo para lo que no hace falta hacer ningún estudio, salta a la vista.
Dentro de ese contexto, podemos entender la propuesta del alcalde de Nueva York de prohibir las bebidas azucaradas gigantes (de más de 16 oz). La obesidad tiene un coste tremendo para la sociedad, y tiene claro que en este caso es mejor prevenir que curar. No es la primera medida que toma ni la primera que intenta, pues ya ha prohibido las grasas trans en los restaurantes de comida rápida y les ha obligado a mostrar la información nutricional de sus productos. También se quedaron por el camino propuestas como la de subir los impuestos a los refrescos azucarados.
Por otro lado, hay que matizar que la prohibición solo afectaría a los refrescos con azúcar, aquellos con más de 100 calorías por litro. Los que no superen esta cantidad (los “light”), y también los que lleven al menos un 50% de lácteos (como los grandes cafés que también acostumbran a beber) están exentos, y podrán seguir sirviéndose en cubos. Tampoco afecta esta medida a los supermercados, porque se entiende que las botellas te las llevas a casa y no te las bebes de golpe.
Es quizás esta distinción entre unos refrescos y otros la que le quita un poco la gracia a la prohibición —cada vez les pega menos lo de land of freedom— porque de lo que se trata es de erradicar los malos hábitos, y utilizar agua para calmar la sed en vez grandes dosis de agua carbonatada con edulcorantes y colorantes que no sacian realmente nuestra sed.
Sea como fuere, la propuesta de prohibir los refrescos gigantes en Nueva York se hará efectiva en breve, pues solo debe ser aprobada por el Consejo de Salud —compuesto por consejeros afines al alcalde—, veremos si incide realmente en mejorar la salud de los neoyorquinos. Michael Bloomberg afirma que sus anteriores medidas surgieron efecto, y que la esperanza de vida de sus conciudadanos ha mejorado.
Personalmente, no tengo nada clara mi opinión. Por un lado, entiendo a quienes critican al alcalde por una especie de sobreprotección, de querer controlar demasiado a la población y decirle lo que está bien o lo que esta mal —ellos lo llaman acertadamente Nanny State (Estado niñera)—. Por el otro, cuando un problema adquiere las dimensiones que ha adquirido la obesidad en Estados Unidos, hacen falta medidas drásticas, y sin duda, la ingesta masiva de refrescos azucarados y la obesidad, van de la mano.
Qué opináis vosotros ¿Es este el camino para combatir la obesidad?
Imágenes | section215, AmheilLaxamana y redjar en Flickr
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