El Índice de Masa Corporal es el santo grial del diagnóstico de la obesidad, pero cada vez está más claro que es engañoso
Los avances en la ciencia se producen cada vez más rápido, pero a la hora de abordar la mayor pandemia actual, la obesidad, seguimos usando herramientas defectuosas. O, más concretamente, una sola herramienta: el famoso índice de masa corporal o IMC, BMI por sus siglas en inglés.
Este método se popularizó en los años 80 del siglo pasado, pero su origen se remonta hasta principios del siglo XIX. Mucho ha llovido desde entonces, pero millones de profesionales de la salud, organizaciones y medios de comunicación siguen recurriendo al IMC sistemáticamente como si fuera el santo grial incorruptible, estando desfasado.
Se antoja harto complicado abordar uno de los mayores retos de salud a los que se enfrenta la sociedad mundial si ni tan siquiera sabemos cómo diagnosticarlo en primer lugar. Bajo esta premisa se ha presentado el último informe de The Lancet Commission on Obesity (Comisión Lancet en Obesidad), proponiendo una revisión a fondo del diagnóstico de la misma que vaya más allá del IMC para definir cuándo la obesidad es una enfermedad.
Los autores de The Commission on Clinical Obesity (La Comisión sobre Obesidad Clínica), publicado en The Lancet Diabetes & Endocrinology con el respaldo de más de 75 organizaciones médicas de todo el mundo, recuerdan que basar el en el IMC el enfoque médico de diagnóstico de la obesidad conlleva a menudo diagnósticos erróneos, ya que no es una medida fiable de salud a nivel individual. Ese mal diagnóstico tiene consecuencias negativas tanto para el paciente concreto, como para el conjunto de la sociedad, por lo que plantean un nuevo enfoque más detallado que combine diferentes parámetros.
Además, los investigadores introducen dos categorías nuevas para diagnosticar la obesidad y reducir así las clasificaciones erróneas: obesidad clínica y obesidad preclínica, con estrategias sanitarias diferentes adaptadas a cada persona.
Por qué el IMC está obsoleto
El índice de masa corporal se basa en el índice de Quetelet, formulado por el matemático, sociólogo y estadista belga Adolphe Quetelet (1796-1874), con otro fin muy distinto. Quetelet planteó el cociente de peso/talla (o kilogramos/metros) como un descriptor del comportamiento social en virtud de ciertas variables antropométricas. Tuvo distintos usos a lo largo de las décadas siguientes, hasta que en 1985 los autores Garrow y Webster lo sacaron del olvido en la obra Quetelet’s index (W/H2) as a measure of fatness, declarándolo como un indicador fiable de la obesidad.
Popularizado y usado sin miramientos durante años por profesionales de todo el mundo, el IMC es un número que se obtiene de la relación entre el peso corporal en kilogramos y la talla en metros. Se calcula simplemente al dividir el peso corporal entre nuestra altura al cuadrado. Ese número que se obtiene se compara con una tabla de cifras que, teóricamente, indican si la persona tiene infrapeso, normopeso, sobrepeso u obesidad.
Sin embargo, las voces críticas que cuestionan la validez de esta herramienta han aumentado en las últimas décadas, sobre todo desde el cambio de siglo. La publicación de cada vez más estudios y análisis que desmontan su eficacia, evidenciando los múltiples problemas y defectos que tiene, han puesto de acuerdo a la comunidad científica en la necesidad de abandonar el IMC como indicador único y fiable de la obesidad.
Uno de los principales problemas del IMC es que no distingue entre los distintos tipos de grasa, masa muscular y masa magra. Esto provoca que un deportista pueda ser diagnosticado como persona obesa cuando en realidad está completamente sano, mientras que alguien aparentemente delgado podría esconder gran cantidad de grasa visceral, muy peligrosa.
Tampoco tiene en cuenta los cambios que se producen en el organismo en los distintos grupos de edad -a mayor edad, mayor tendencia a acumular grasa y a perder masa ósea-, y tampoco considera las diferencias raciales y étnicas. En otras palabras, es una herramienta con sesgos racistas.
Y, sin embargo, se sigue diagnosticando y juzgando a los pacientes en base a esta fórmula obsoleta en medio mundo, usándose como medida por gobiernos, autoridades y organizaciones para diseñar planes de salud o hacer recomendaciones a la población general. Un diagnóstico defectuoso que solo ha conseguido poner trabas a la práctica clínica y al desarrollo de políticas de salud eficaces que frenaran la pandemia de obesidad que ya es una de las principales causas de muerte del mundo.
Redefinir la obesidad para combatirla con eficacia
La Comisión sobre Obesidad Clínica pone sobre la mesa además otra cuestión largamente debatida en la comunidad médica, si la obesidad puede o debe ser considerada una enfermedad.
“La pregunta de si la obesidad es una enfermedad es errónea, porque presupone un escenario simplista de todo o nada”, afirma el profesor Francesco Rubino, del King's College de Londres, presidente de la Comisión, señalando que la realidad es más compleja que precisa de un abordaje distinto.
“Considerar la obesidad únicamente como un factor de riesgo, y nunca como una enfermedad, puede negar de manera injusta el acceso a atención médica oportuna a las personas que están experimentando problemas de salud debido a la obesidad por sí sola. Por otro lado, una definición general de la obesidad como una enfermedad puede resultar en un sobrediagnóstico y a un uso indebido de medicamentos y procedimientos quirúrgicos, con el potencial de causar daño al individuo y costos desmesurados para la sociedad”.
Lo que proponen los autores es replantear la obesidad desde esa realidad compleja y multifactorial, de tal modo que se pueda ofrecer una atención personalizada a cada individuo en base a sus necesidades concretas. Hay personas cuya obesidad se corresponde con una enfermedad crónica, mientras que otras presentan riesgos asociados a la obesidad, pero sin considerar que sufran una enfermedad en curso.
Pese a reconocer la utilidad del IMC para identificar en un primer momento a las personas con un mayor riesgo de padecer problemas de salud, los autores consideran problemático basar en esta fórmula el diagnóstico completo. En su lugar proponen emplear uno de los siguientes métodos:
- Al menos una medición del tamaño corporal (circunferencia de cintura, relación cintura-cadera o relación cintura-estatura) además del IMC.
- Al menos dos mediciones del tamaño corporal (circunferencia de cintura, relación cintura-cadera o relación cintura-estatura), independientemente del IMC.
- Medición directa de grasa corporal (por ejemplo, mediante un escaneo de densitometría ósea o DEXA), independientemente del IMC.
- En personas con IMC muy elevado (por ejemplo, >40 Kg/m²), el exceso de grasa corporal puede asumirse de manera pragmática.
Obesidad clínica y obesidad preclínica
De forma complementaria, la Comisión propone un nuevo modelo para el diagnóstico de obesidad basado en medidas objetivas de enfermedad a nivel individual, distinguiendo entre dos tipos:
- Obesidad clínica. Asociada con signos objetivos y/o síntomas de reducción de la función de los órganos, o una capacidad significativamente reducida para realizar actividades cotidianas (bañarse, vestirse, comer) debido al exceso de grasa corporal. Deben considerarse pacientes con una enfermedad crónica activa
- Obesidad preclínica. Se mantienen las funciones orgánicas normales. Son personas que no sufren una enfermedad en curso, pero sí están en riesgo de sufrir problemas de salud derivados de la obesidad, como diabetes tipo 2, cáncer, enfermedades cardiovasculares, etc. El tratamiento debe enfocarse a a reducir ese riesgo y que no derive en obesidad clínica.
Un correcto diagnóstico en base a estas dos nuevas clasificaciones permitiría que cada paciente reciba el asesoramiento sanitario adecuado y la atención basada en la evidencia que precise, siempre de manera individual y adaptada a sus circunstancias concretas, evaluando posibles riesgos y beneficios. Los autores consideran, además, que la obesidad clínica no debería requerir la presencia de otra enfermedad que justifique una cobertura sanitaria, como suelen exigir las aseguradoras privadas.
“El enfoque propuesto por esta Comisión puede ayudar a aclarar conceptos erróneos y a reducir el estigma. También instamos a mejorar la formación del personal sanitario y de los responsables de políticas públicas para abordar este problema,” señala Joe Nadglowski, defensor de pacientes y Comisionado de la Obesity Action Coalition de EE. UU.
Se calcula que más de mil millones de personas en todo el mundo viven con obesidad, unas cifras que han aumentado de manera alarmante entre los países en desarrollo y en grupos de población con menos recursos. Con esta propuesta, la Comisión espera que la comunidad internacional adopte una definición universal común de la obesidad, así como un método más preciso para su diagnóstico y tratamiento.
Imágenes | Freepik/Racool_studio - jcomp - World Obesity Federation
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