Uno de los grandes problemas que amenazan a gran parte de la población mundial es el sobrepeso y las enfermedades que derivan de ello. La vida sedentaria y una mala alimentación, sobre todo con exceso de azúcares, son las principales causas, y en países como Estados Unidos son las bebidas azucaradas las que tienen gran parte de la culpa. Después de muchas propuestas fallidas, el pasado jueves la ciudad de Philadephia aprobó finalmente fijar un impuesto sobre los refrescos con azúcar. Como cabía esperar, la medida está rodeada de polémicas.
Hace años que se nos está advirtiendo del riesgo que supone un excesivo consumo de azúcares. Estados Unidos es el gran ejemplo, con cifras de obsesidad y diabetes alarmantes, y son muchos los estudios que lo ligan al abuso de refrescos azucarados. Recientemente han surgido muchas acciones que han intentado reducir las ventas con medidas como impuestos añadidos, pero casi siempre han fracasado. Solo se cuenta con un precedente, Berkeley, pero Philadelphia supone un caso mucho más significativo. Es una de las grandes urbes del país donde además hay gran tasa de pobreza, y aquí el impuesto se ha planteado de manera diferente.
Los precedentes: México, Berkely y la propuesta de Reino Unido
En México entró en vigor el impuesto sobre las bebidas azucaradas el pasado 1 de enero de 2014, no sin haber tenido que enfrentarse antes con las trabas puestas por la industria. El país norteamericano también tiene el reto de reducir la obesidad y las cifras de diabetes entre su población, la cual comparte la misma pasión que sus vecinos por los refrescos. Después de los primeros meses, un estudio llevado a cabo por el Instituto de Salud Pública hizo la primera evaluación de la medida y constató que se está reduciendo la venta y consumo de estas bebidas.
El ejemplo de México se ha tomado como precedente por los que llevan años luchando en Estados Unidos por conseguir que se apruebe una medida a nivel nacional, como ya defendía Mark Bittman hace un tiempo. Un impuesto para todo el país es complicado, pero sí han estdado a punto de salir adelante medidas locales en diversas ciudades y estados. Sin embargo, a la hora de votar caían en saco roto. Tuvo que llegar la pequeña localidad de Berkely para aprobar el primer impuesto de este tipo, aunque sin grandes repercusiones para el resto del país.
Lo cierto es que esta ciudad no tiene el peso suficiente en la nación y su población no representa al estadounidense medio. La propia industria de bebidas achacó en su momento la aprobación de la medida como un signo más de los aires de progresismo y modernidad con los que a veces se asocia Berkeley, y por tanto su situación no se puede extrapolar al resto de estados americanos. Pero sí ha sido un ejemplo a seguir por aquellos que han intentado combatir la venta de refrescos.
Localidades más importantes como Nueva York lo han intentado, pero la idea no es bien recibida por todo el mundo. Las compañías de refrescos realizan campañas millonarias para combatir las propuestas y desprestigiar esta medida, atacando directamente a los políticos y al Estado acusándoles de cohartar las libertades y de querer decidir por el propio ciudadano qué puede y qué no puede consumir. Ahí parece estar gran parte del problema: no nos gusta que nos traten como a niños pequeños. Se acusa a los gobiernos de querer ser “niñeras”, de no dejarnos elegir y decidir por nosotros mismos lo que queremos tomar. ¿Quién tiene la responsabilidad de su sobrepeso o de su diabetes, la industria, los políticos o el ciudadano?
En Europa también está la pregunta en el aire. Reino Unido ha aprobado recientemente un impuesto sobe bebidas azucaradas que se espera entre en vigor en 2018, pues preocupa mucho el gasto sanitario derivado de los problemas de salud. Aunque algunos políticos no terminan de estar convencidos al respecto, la comunidad médica y organizaciones científicas llevan tiempo presionando para que se tomen medidas, y se estima que un impuesto ayudaría a reducir el consumo. Otros países como Hungría, donde también se han gravado otros productos nutricionalmente polémicos, también muestran efectos positivos. Pero es necesario que pase más tiempo y analizar a fondo todas las estadísticas para lanzar resultados más concluyentes.
¿Puede Philadelphia cambiar las cosas?
Como ya hemos comentado, el caso de Philadelphia puede ser muy significativo de cara al futuro no solo por su importancia como ciudad dentro de Estados Unidos, sino por el modo en que se ha planteado la medida. El alcalde Jim Kenney no enfocó el impuesto como una forma de proteger al ciudadano frente a los nocivos refrescos, sino como una forma de invertir en el propio bienestar social de la ciudad. En ningún momento se pidió el apoyo de la propuesta aludiendo a “obesidad” o criminalizando los refrescos, la clave está, como casi siempre, en el dinero.
La localidad tiene que enfrentarse a unas cifras muy altas de pobreza y de problemas sociales, y se necesitan fondos para mejorar las condiciones de vida. De este modo, se ha prometido invertir todo lo recaudado con el recién aprobado impuesto en acciones sociales, pero no de mejora de salud pública. Particularmente se crearán escuelas preescolares y se mejorarán muchos centros educativos, así como bibliotecas o centros de ocio públicos. Y esto sí ha sido recibido de forma mucho más positiva por la ciudad.
¿Tendrá efecto en la venta y consumo de refrescos? Se espera que así sea, aunque probablemente no tanto como se hubiera deseado para combatir de verdad los problemas de salud. Pero puede ser un primer paso para cambiar el comportamiento y los hábitos de la gente, para lo cual hará falta tiempo. Por el momento, se agravará el precio de los refrescos en 1,5 centavos por onza líquida, un aumento que deben asumir los distribuidores para la venta en la ciudad. Se esperan obtener unos 91 millones de dólares al año con este impuesto, que se empezará a recaudar a partir del 1 de enero de 2016.
¿Propaganda política? ¿Populismo? ¿Afán recaudatorio? ¿O verdadera preocupación por la salud de la población? Estamos todavía en una fase muy temprana para analizar con propiedad todas estas medidas, pero al menos tenemos que ver como algo positivo que se estén moviendo fichas con acciones reales. El tema es muy complejo y no tiene una solución única y fácil, pero está claro que todos tenemos parte de responsabilidad en nuestra alimentación. Hay que cambiar la situación, eso es lo único evidente. Aunque me temo que la industria no se va a quedar de brazos cruzados.
Fotos | iStock, Didriks, shardayyy, Nachett
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