Hinchazón, ardor, gases, diarrea, pesadez o acidez son síntomas que todos experimentamos alguna vez y parecen nimios por su carácter pasajero o, teóricamente, leve, pero cuando se sufren casi a diario pueden afectar seriamente a la calidad de vida, llegando incluso a causar otros problemas en el organismo. Y produce frustración cuando no parece haber una causa o explicación detrás.
Son problemas que se suelen sufrir en silencio, deteriorando así también la salud mental, pero cada vez son más las investigaciones que ahondan en las patologías digestivas, más complejas de lo que antaño se consideraba. Detrás de muchos de esos problemas de digestión no solo hay alergias e intolerancias comunes, también está el SIBO. Y es más frecuente de lo que podríamos pensar.
Estas siglas no se refieren a una enfermedad más o menos fácil de diagnosticar, como puede ser una salmonelosis o una gripe, sino que responde a una condición de la que aún se está investigando y que poco a poco se hace un hueco en el lenguaje popular. Hace pocos años se dio a conocer cuando una popular youtuber vegana confesó que lo padecía, lo que animó a muchas personas a descubrir si podían padecer lo mismo.
Qué es el SIBO
El SIBO se conoce internacionalmente por las siglas en inglés de small intestinal bacterial overgrowth, traducido como el sobrecrecimiento bacteriano del intestino delgado. Se trata de una proliferación superior a la normal de las bacterias en esa parte concreta del tubo digestivo, que cuando se producen de manera excesiva puede causar síntomas diversos.
Los efectos de ese sobrecrecimiento bacteriano más comunes son los gases o hinchazón, flatulencias o diarrea, además de afectar al bienestar general de la persona que lo sufre. La comida que se ingiere no sienta bien, sin llegar normalmente al extremo de una intoxicación o infección, pero sí siendo muy comunes esas diarreas. Si el SIBO es muy grave o se mantiene en el tiempo, puede llegar a causar problemas de salud en todo el organismo, derivados principalmente de una malabsorción de nutrientes e inflamación intestinal.
Un problema de defensas
Seguro que recuerdas los anuncios de ciertos productos de una marca de lácteos que aluden a las “defensas” del organismo, asegurando que su consumo las refuerza. Dirigiéndose a un público más infantil, incluso se utilizan personajes animados en forma de guerreros defensores que combaten dentro de nuestro aparato digestivo, emulando a esa gran serie de nuestra infancia, 'Érase una vez la vida'.
Marketing traído por los pelos aparte, lo cierto es que en las defensas de nuestro aparato digestivo está la clave del SIBO. Ya estamos familiarizados con la microbiota y su importancia en la salud de todo el organismo, así como de la salud mental, y los efectos saludables que tienen los prebióticos y los probióticos. En todo esto hay que recordar que en nuestro interior habitan bacterias con funciones importantes, siendo las del intestino delgado especialmente claves. Pero el exceso siempre es malo.
El cuerpo humano posee sus propios sistemas para protegerse, también de mantener bajo control esas bacterias intestinales. La boca, el estómago, el hígado o el páncreas juegan su papel, entre otros mecanismos, para que no haya un exceso de bacterias en el intestino delgado, y que no pasen al grueso. Cuando algo falla, cuando las defensas no funcionan bien, las bacterias pueden multiplicarse en exceso, derivando en ese sobrecrecimiento.
Causas frecuentes del SIBO
Desafortunadamente, las causas detrás del SIBO pueden ser múltiples y a menudo se confunden o se quedan enmascaradas con otras enfermedades o circunstancias, variando mucho de un paciente a otro. Al no considerarse tanto como una enfermedad común, sino un efecto o asociación a otros trastornos, resulta aún complejo de diagnosticar y tratar.
Porque, como hemos visto, el SIBO se desencadena cuando fallan las defensas, que pueden verse afectadas por causas dispares que a veces se retroalimentan entre sí. Algunos de esos trastornos más frecuentes son:
- Síndrome del intestino irritable.
- Pancreatitis.
- Diverticulitis.
- Enfermedad de Crohn.
- Alteraciones metabólicas (diabetes).
- Cáncer de colon.
- Problemas de riñón o cirrosis.
- Efectos de cirugías en el intestino.
- Problemas inmunológicos.
- Problemas de motilidad del tubo digestivo.
- Intolerancias y alergias alimentarias.
- Consumo de alcohol y/o drogas.
- Consumo de ciertos medicamentos, como omeprazol y otros protectores de estómago, o abuso de antiácidos.
Cuáles son los síntomas del SIBO y cómo se producen
Ya hemos mencionado los síntomas habituales de quien sufre SIBO, que pueden parecer comunes a otras enfermedades digestivas o incluso ser consideradas solo “molestias”. Las personas que padecen de problemas digestivos durante toda su vida terminan casi por acostumbrarse, asimilándolas como parte de su rutina cotidiana para sufrir en silencio, aunque poco a poco deteriora la salud mental y puede también deteriorar la vida social.
Son síntomas ligados a una “mala digestión”, por intoxicación, exceso o virus transitorio típico (gastrointestinal o la estacional gripe, por ejemplo), y casi siempre pasan por la característica distensión abdominal. Los llamados gases que causan incomodidad y también flatulencias, diarrea e incluso náuseas y dolor más o menos agudo son síntomas claros.
¿Por qué se producen esos gases? Nuestras amigas las bacterias son las responsables. Cuando nada las controla, se acumulan y, como bien describe el especialista en gastroenterología José Carlos Marín del Instituto Clínico del aparato digestivo, montan toda una fiesta en nuestro intestino.
Cuando el sistema digestivo no funciona como debería, algunos alimentos van dejando restos y sus nutrientes no se absorben. Las bacterias, campando a sus anchas, se dan un festín con esas sustancias, produciendo fermentaciones que liberan gases. Los fermentados pueden ser muy beneficiosos y deliciosos, pero no es este el caso. Quien haya elaborado algún fermentado en casa, sabrá que ocurre: bacterias comiendo, fermentación, gases olorosos.
Consecuencias y efectos asociados
Como ya hemos mencionado, el SIBO en sí mismo puede parecer de poca gravedad -al menos a ojos ajenos que no lo sufren-, pero puede provocar problemas más graves derivados de déficits nutricionales, llegando a la pérdida de peso involuntaria.
La mala absorción de nutrientes esenciales que ingerimos a través de los alimentos es la consecuencia más común. Los carbohidratos son los más afectados; estos azúcares son muy apreciados por las bacterias, que los “rompen”, provocando un exceso de las mismas que se quedan sin absorber por el intestino. Además de hidratos típicos como todos los derivados de cereales (pan, pasta, avena…) también se asocia a legumbres, frutas y verduras ricas en azúcares o fibra.
Son las grasas mal asimiladas las que suelen causar las diarreas más recurrentes y graves. Las bacterias también se dan un festín de ácidos biliares, impidiendo que nuestro organismo pueda digerir las grasas correctamente; al acumularse en el tubo digestivo, atraen el agua y tienden a salir con poca delicadeza.
En casos graves se pueden sufrir déficits de vitaminas y minerales, especialmente vitaminas liposolubles, que las bacterias nos pueden “robar” antes de que la asimile el cuerpo. Ocasionalmente puede haber problemas de proteínas, siendo más preocupante así en personas que siguen una dieta vegetariana o vegana, pues el SIBO puede echar al traste una correcta planificación de sus alimentos proteicos y aporte de B12. Un caso similar puede suceder a los deportistas o personas con un elevado gasto energético.
Diagnóstico y tratamiento del SIBO
El diagnostico diferencial de SIBO no es fácil, por los motivos ya expuestos de su falta de conocimiento y por su vinculación y confusión con otras causas.
La médico especialista en digestivo Marina Gras Ruíz, de SEMERGEN (Sociedad Española de Médicos de Atención Primaria) apunta como esencial la sospecha clínica de los profesionales, y la importancia de tenerse en cuenta en casos concretos como pacientes con trastornos de la motilidad, anomalías anatómicas del intestino delgado y síndromes de malabsorción. También se puede sospechar con pacientes diagnosticados con síndrome de intestino irritable (SII) que no mejoran con el tratamiento.
Los métodos de diágnostico más comunes a día de hoy son la prueba de aliento de hidrógeno y/o metano espirado, que mide hidrógeno producido del metabolismo hidrocarbonado de las bacterias en la respiración. Es la que más se practica, y sin embargo conlleva varios problemas de fiabilidad, pudiendo dar falsos positivos y falsos negativos.
Según el caso, pueden practicarse pruebas complementarias como endoscopias y colonoscopias, análisis de heces o de sangre, analíticas, aunque en esta última rara vez se muestran alteraciones.
Martín nos indica que la prueba más fiable es mediante el cultivo del aspirado del intestino delgado, pero aún se practica poco, pues es muy costosa e invasiva para el paciente. El tratamiento que se suele aplicar consiste primero en tratar la posible causa o causas que provocan el sobrecrecimiento bacteriano (diabetes, consumo de alcohol, enfermedad de Crohn...). Los antibióticos se recetan para reducir la presencia bacteriana, aunque cada vez se limita más su uso debido al aumento de resistencias antibióticas.
Mejores resultados ofrece el control de la alimentación. Depende del paciente y de cada caso, pero habitualmente se pauta una dieta FODMAP, que limita los hidratos de carbono fermentables: oligosacáridos fermentables, disacáridos, monosacáridos y polioles. Se incluyen azúcares, edulcorantes, legumbres, cereales integrales, leche, frutas y verduras muy ricas en fibra, verduras como coles o de hoja, y zumos.
Al ser tan restrictiva, la dieta FODMAP debe ser pautada y controlada por un profesional de manera individualizada para evitar problemas nutricionales. Asimismo, y derivado del propio SIBO, como parte del tratamiento pueden suplementarse las vitaminas y minerales de las que se sospecha posible déficit.
Hay que ser conscientes de que no es normal sufrir malas digestiones si llevamos una dieta equilibrada, y no hay que tener reparos en consultarlo con nuestro médico. Ante cualquier sospecha de SIBO, lo primero identificar las causas y aplicar el tratamiento que se nos indique, confiando en los especialistas en nutrición y patologías digestivas si se nos recomienda seguir una dieta concreta. Solo los profesionales podrán orientarnos y evitar efectos más graves.
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