El termómetro empieza a irse de madre… Los 20 grados se convierten en cosa del pasado y el contador sigue sumando… Los 30 grados aparecen ya con frecuencia y, aunque los 40º aún no están, puede que se les acabe esperando.
Ante esta tesitura y con la cerveza recién comprada es una tentación recurrir al congelador para enfriar rápidamente la cerveza, producto al que el calor sienta fatal y que a nosotros, cuando necesitamos algo refrescante, nos encomendamos sin remisión.
Aunque entre las ironías de los productos rehidratantes están los cafés y tés calientes, la realidad es que la apetencia nos lleva más bien hacia frescos terrenos. Da igual del tipo de cerveza que hablemos —incluso sin alcohol o 0,0%— casi todas estarán mejor más fresquitas.
Hay rarezas, muy british, como las porter y las stout, que no necesitan un frío extremo para ser degustadas, pero evidentemente no son cervezas para abrocharse a un mediodía sevillano o a un verano español.
Por qué no meter la cerveza en el congelador (por cuestiones de física)
El primer gran motivo para intentar enfriar la cerveza en el congelador es pensar que vamos a conseguirlo de manera veloz. Por desgracia, si tenemos cerveza caliente —o a temperatura ambiente— y metemos nuestras latas, botellas o botellines en el congelador lo único que vamos a conseguir es cargarnos lo que ya tengamos dentro.
Aún sacándolo será una mala idea por algo tan sencillo como es el equilibrio térmico. Si en el congelador tenemos pechugas de pollo y croquetas a -24º y, de repente, metemos una docena de latas de cerveza a 20º centígrados lo único que vamos a conseguir va a ser subir la temperatura de lo que ya está dentro y, además, sin enfriar sobremanera las cervezas de rigor.
Quien dice cervezas dice cualquier otra bebida —refrescos, zumo, agua, champán—, razones por las que la física nos desaconseja intentar enfriar rápidamente cualquier producto que esté a una temperatura elevada.
Estas cuestiones físicas también tienen un problema añadido: el riesgo de estallar. Pensemos en qué le sucede a nuestros filetes de pollo o a nuestro pescado cuando lo congelamos, momento en que el agua de las células se expande durante la congelación.
Ahora cojamos una cerveza, que es un 95% agua —depende de la cerveza, pero en torno a esa cantidad— y la metemos en el congelador, aumentando el riesgo de que expanda su tamaño y que, en casos extremos, puede suponer romper el vidrio o el envase que la contiene.
Por qué no meter la cerveza en el congelador (por cuestiones gustativas)
La física ya nos ha dicho que nos olvidemos de meter la cerveza templada o caliente en el congelador, pero ahora vamos a ponernos en otro supuesto: congelador vacío, cerveza a una temperatura aceptable (unos 10º centígrados) y prisas por enfriar de más la cerveza.
Ahora es el paladar el que dicta sentencia sobre las razones por las que no meter en el congelador la cerveza. Básicamente, salvo que estemos muy atentos y la saquemos apenas unos 40 minutos después de hacerlo, la cerveza comenzará a congelarse.
Cuando esto sucede hemos de tener claro que la cerveza una vez congelada se echa a perder. Primero porque al tener un poco de alcohol, tarda más en congelarse. Segundo porque la cerveza tiene carbónico y cuando la cerveza se congela, parte de ese carbónico y de esa burbuja se pierde, razón por la que una cerveza descongelada tiende a ser muy plana y sin burbujas.
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Además, como la cerveza está compuesta principalmente por agua y alcohol, ambos componentes marcan caminos distintos. Al congelarse, lo que se está convirtiendo en cristales de hielo es el agua, por lo que estaremos separando el alcohol del agua durante este proceso.
Como es lógico, la cerveza —y cualquier bebida congelada o semicongelada— tampoco es agradable al paladar porque los cristales de hielo se convierte en una suerte de copos que tampoco son muy fáciles de beber.
Si queremos enfriar rápidamente la cerveza es mucho mejor seguir el viejo truco del barreño con agua y sal. Mucho más efectivo y menos lesivo para nuestra bebida favorita.
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