Trujillo es una de esas ciudades que parecen detenidas en el tiempo, un rincón de Extremadura donde la historia, la arquitectura y la gastronomía se combinan para ofrecer una experiencia única. Situada a medio camino entre Madrid y la frontera portuguesa, y a solo 45 minutos de Cáceres, su casco histórico es un auténtico museo al aire libre, con plazas monumentales, iglesias centenarias y palacios renacentistas.
Además, su ubicación privilegiada la convierte en un punto de partida ideal para explorar algunos de los espacios naturales más impresionantes de España, como el Parque Nacional de Monfragüe o la Sierra de las Villuercas.
Trujillo es también cuna de algunos de los conquistadores más célebres de América, como Francisco Pizarro, lo que se refleja en la arquitectura y el legado cultural de una ciudad que medró a raíz del Descubrimiento de América y que posibilitó que, a su retorno, muchos de sus convecinos acabasen convertidos en acaudalados terratenientes.
El esplendor de Trujillo se empieza a configurar así a partir del Renacimiento, en las primeras décadas del siglo XVI, aunque existan testimonios arquitectónicos previos de la importancia de la ciudad, encaramada sobre una colina, lo cual la convertía en una posición privilegiada en la Ruta de la Plata, una de las grandes arterias romanas a su paso por la península ibérica, por lo que el legado arqueológico trujillano se hunde varios cientos de siglos antes.
Eso no quita que sea el viaje al Siglo de Oro, con casas nobiliarias, murallas medievales y atalayas el que domina la estética de la ciudad extremeña donde, si solo tienes 24 horas, tienes un plan perfecto que combina historia, naturaleza y buena mesa.
Eso no significa que Trujillo –y sus alrededores– no merezcan un fin de semana ni extender nuestras vacaciones, pero sí que podemos hacernos una idea del conjunto monumental de la ciudad en apenas un día. Nuestra recomendación es que no solo permanezcáis esas 24 horas, aunque podamos visitar algunos hitos trujillanos.
Aparte de eso, Trujillo es una buena opción de escapada en casi cualquier momento del año, aunque recomendaría evitar los meses de más calor. Sin embargo, tanto otoño como primavera e incluso invierno son buenos momentos para acercarse a Trujillo.
En este sentido, la primera semana de mayo se celebra una Feria del Queso –desde mediados de los años ochenta– donde la ciudad se llena de productores y puestos donde comprar quesos de la tierra, tanto artesanos como industriales, y que os recomiendo encarecidamente que vayáis. Además, es un plan que permite fácilmente se completado con rutas senderistas por los parques naturales que no distan de Trujillo.
Mañana: un recorrido por la historia de Trujillo
El día lo podemos comenzar en la Plaza Mayor, el corazón de Trujillo y uno de los espacios más impresionantes de Extremadura. Esta plaza porticada es un espectáculo visual, rodeada de palacios renacentistas como la Casa de la Cadena, el Palacio de los Duques de San Carlos y el Palacio del Marqués de la Conquista, con su icónico balcón esquinado decorado con figuras indígenas.
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Presidiendo el centro de la plaza se alza la imponente estatua ecuestre de Francisco Pizarro, una de las imágenes más representativas de la ciudad. Antes de empezar la ruta, merece la pena detenerse a tomar un café en una de las terrazas para disfrutar del ambiente y de la belleza de este conjunto arquitectónico donde, además, hay algunos bares donde podríamos picar algo, comer o cenar y donde volveremos más adelante.
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Desde la plaza, nuestra recomendación es hacer un recorrido que nos permita disfrutar de ese carácter monumental de la ciudad –preciosa, pero con una orografía compleja– y dirigirnos a la Puerta de Santiago, uno de los accesos históricos al casco antiguo de la ciudad.
Esta puerta formaba parte de la muralla medieval y te adentrará en un entramado de calles empedradas que conducen hasta el punto más alto de Trujillo: el Castillo de Trujillo. Esta imponente fortaleza de origen árabe, construida en el siglo IX sobre los restos de una antigua alcazaba musulmana, ofrece una panorámica espectacular de toda la comarca. Sus murallas, torres y aljibes medievales nos trasladan a tiempos de batallas y reconquistas.
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Bajando del castillo, la siguiente parada es la Iglesia de Santa María la Mayor, una joya del gótico que conserva un impresionante retablo mayor y una torre campanario a la que puedes subir para obtener otra vista impresionante de la ciudad. Muy cerca se encuentra el Aljibe Altamirano, un depósito de agua subterráneo de origen árabe que aún se conserva en buen estado.
Siguiendo el recorrido, llegarás a la Casa-Museo de Pizarro, situada en la que se cree que fue la casa natal del conquistador del Perú. En su interior se exponen mapas, armas y objetos relacionados con la conquista de América. Para nosotros, una parada obligada si visitamos Trujillo, pues merece emplear a fondo la mañana si nos interesan este tipo de contenidos.
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Para terminar la mañana, dirígete hacia la Puerta del Triunfo, otra de las antiguas puertas de la muralla, y pasea por la zona alta del casco histórico, donde encontrarás numerosos palacios y casonas blasonadas que reflejan el esplendor de Trujillo en los siglos XVI y XVII.
Comida: salirse de lo establecido
Comer bien y a un precio ajustado en Trujillo es fácil. Extremadura no es una tierra en la que sintamos que el bolsillo nos tira más de la cuenta a la hora de gastar en una buena comida. No obstante, eso no quiere decir que se coma ni poco ni mal.
En Trujillo no hay problema para encontrar restaurantes de calidad ni alternativas de barras de bar donde también podríamos disfrutar de la comida o de la cena. Sin embargo, si pretendemos ir en fin de semana o en momentos muy concretos del año, una llamada a tiempo nos puede asegurar una mesa en algún restaurante un poco más cotizado.
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Mi apuesta a caballo ganador en Trujillo es el restaurante Alberca, liderado por el chef Mario Clemente, que tras estar en establecimientos de la talla de Etxebarri, una de las mejores parrillas del mundo, decidió volver a casa para llevar las riendas del negocio familiar donde, de nuevo, ha hecho hincapié en las brasas como elemento diferenciador. Todo dentro de un edificio centenario que merece la pena visitar por sí mismo.
En Alberca, Mario Clemente destapa su talento con el fuego para servir carnes locales como la presa de cerdo ibérico o el entrecot de vaca extremeña, sino que también se atreve con algunos pescados. Con mucho gusto también por la cocina reposada y por las recetas locales, Alberca es un buen sitio para probar las clásicas migas o su particular forma de concebir las patatas revolconas.
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Como éxito asegurado al postre, una revisitación a la que ha bautizado como 'ups, se me ha caído la tarta de queso' muy sorprendente. No dejéis atrás los fuera de carta, donde suele utilizar producto de temporada como setas o verduras, que hacen la visita a Alberca una novedad prácticamente en cualquier momento del año.
Cena: clásicos y barras
Por fortuna, Trujillo tiene muchos alicientes gastronómicos para quedarse aquí más de un día. No solo por sus barras y restaurantes, sino también por la cantidad de tiendas donde se venden productos locales de una calidad media bastante buena y a precios generalmente comedidos.
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Quesos, tanto tortas como de los ibores; embutidos, muchos de ellos elaborados con carne de caza, y pimentón de la cercana comarca de La Vera no fallan como souvenir de Trujillo.
De nuevo en la mesa, una buena recomendación para acertar es El 7 de Sillerías, un restaurante tradicional donde el producto y el trato son la seña de identidad de una casa en la que comer buen ibérico y una cocina regional que también ha sabido adaptarse.
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También con un punto de innovación aunque más clásico es Corral del Rey que, como restaurante, también merece la pena tanto para comer como para cenar, así como El Rincón de la Reina.
Tarde: descubriendo más rincones con encanto
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Después de comer, a un ritmo algo menos acelerado, hay otros hitos trujillanos que no merece la pena perderse. Un buen punto de partida para la tarde es el Palacio de Juan Pizarro de Orellana, una impresionante construcción renacentista que en la actualidad alberga la Real Academia de Extremadura. Desde aquí te puedes acercar a la Iglesia de San Martín, ubicada en la Plaza Mayor, un templo de estilo gótico tardío que destaca por tener una de las portadas platerescas más impresionantes de España.
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Desde la iglesia, toma la Calle Ballesteros hasta llegar al Convento de San Francisco. Aquí ya no solo hablamos de cultura, sino también de una ración de donde las monjas elaboran dulces artesanales que son una auténtica delicia. Aquí puede que la fachada nos indique un ejemplo de sobriedad, pero conviene adentrarse en él y descubrir el retablo mayor que preside la iglesia.
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Además, es un buen momento para hacer una pausa y probar las perrunillas o los mantecados tradicionales, pero también las palmeritas de chocolate que hacen o las peculiares yemas de Pizarro.
La siguiente parada es el Museo del Traje Enrique Elías, un curioso espacio dentro del conventual de San Francisco, donde se exponen más de 70 vestimentas y trajes históricos, donados por el modisto local Enrique Elías donde hay piezas diseñadas por Balenciaga y Dior, pero también prendas que vistieron personajes de la alta nobleza y celebrities del siglo XX, así como testimonios etnográficos de trajes extremeños, que sirven para hacer un recorrido sorprendente a través del arte de vestirse.
Para terminar la tarde, nada mejor que un paseo por los alrededores de la Alcazaba, donde puedes descubrir restos de la muralla y disfrutar de la tranquilidad de esta parte de la ciudad. Si tienes tiempo, acércate hasta el Mirador de San Andrés, desde donde se pueden contemplar unas vistas espectaculares del campo extremeño al atardecer.
Imágenes | Diputación de Cáceres / Turismo de Trujillo / iStock
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