Cuando llega el verano, Madrid se vacía. Desaparece el incesante tráfico, aparcar se convierte en un juego de niños y tienes la sensación de que la ciudad es sólo para ti. También tiene sus cosas malas, como asumir que ya has agotado tus vacaciones o que aún te quedan unos cuantos días de oficina y 'curro' por delante.
Sin embargo, disfrutar de la capital en verano es más sencillo si gozamos del placer de hacer de 'rodríguez', al más puro estilo "La tentación vive arriba" pero sustituyéndola por la buena mesa. Para aquellos que se queden guardando el fuerte y no renuncien al hedonismo gastronómico va este tema, con el que acertarán de pleno a la hora de elegir restaurante sin tener que elucubrar si estará abierto o cerrado.
Barras, vinos y picoteos variados
Por qué sentarse en una mesa durante varias horas cuando la ciudad entera está casi a tus pies. Terrazas y tapeos son perfectas opciones para cumplir con el manual del infiel culinario en verano. De tabernas ya clásicas a renovadas propuestas, pasando por terrazas al aire libre en las que fundir el afterwork con la noche, está Madrid lleno, y desde allí se tienta a base de cantos de sirena al que de rodríguez se queda.
Taberna Laredo
Merece la pena asomarse por este icono del 'tabernismo' madrileño en cualquier momento del año, sobre todo en 2019, cuando cumplen sus bodas de plata. Laredo es uno de esos lugares en los que se bebe mejor de lo que se come, un auténtico piropo si tenemos en cuenta lo bien que se come en esta barra, de aires castizos, en la que no suelen faltar las rabas, las croquetas (brutales las de centollo) y unos soberbios boquerones en vinagre. Además, es frecuente que algunos platos de cocina se puedan disponer también en ella, siendo un pecado 'escaparte' de ella.
Porque tras sus fogones está Miguel Laredo, que ensambla una cocina de producto desde hace casi 30 años -fuera del predicamente modernista que ahora se ha montado en torno a ello- y que ponen en la mesa lo mejor del mar y de la tierra. Clásicos son sus tacos de merluza con alioli de almendras y el carpaccio de atún rojo, aunque no se quedan atrás las chuletillas de conejo o algunos guisos, como la crema de sopa de ajo o las verdinas. Y todo ello acompañado de vinos con mayúsculas.
Calle del doctor Castelo, 30.
StreetXo
Asequible, bien parapetado por la terraza de la séptima planta de El Corte Inglés de Serrano 52 y con la propuesta orientalista de Dabiz Muñoz se presenta StreetXo, una opción lowcost para disfrutar de algunos de los platos del chef madrileño, que elabora aquí una cocina fusión en la que la finger food y el compartir platos está a la orden del día.
Referentes de su carta son el espeto de pollo pekinés y bonito ahumado, el cocido Hong Kong-Madrid o el pichón Japón. La carta entera, concebida como un auténtico viaje de ida y vuelta en el que los múltiples sabores se citan, es una buena forma de adentrarse en los terrenos culinarios de Dabiz Muñoz sin dejarse una fortuna, y de paso, hacer un recorrido gastronómico que nos lleve de Tailandia a China, pasando por Japón y Corea, para después aterrizar en Madrid habiendo visitado unos cuantos países con el paladar en un par de horas.
Calle de Serrano, 52. Séptima planta de El Corte Inglés, dentro de Gourmet Experience.
Terraza Cibeles
La sexta planta del edificio Cibeles, sede del ayuntamiento madrileño, sirve como escaparate y refugio al viajero para descubrir uno de los lugares más icónicos de la capital y de paso, recurrir a un picoteo de corte internacional, bien secundado por una oferta coctelera y de destilados a la altura del espacio, que está abierto todos los días del verano, con un horario generoso que lleva desde el mediodía hasta la medianoche.
Sencilla pero reconfortante es su oferta gastronómica, en la que las raciones son las protagonistas de una carta de perfiles diversos, que seducirá por igual al sibarita que busque algo de exotismo y al cliente que prefiera apostar por clásicos patrios. En este sentido cohabitan el carpaccio de remolacha con el pisto manchego, o las ostras con la degustación de quesos, demostrando el sano equilibrio de una carta amena, sin estridencias y muy basada en el producto. Para golosos, el paso fundamental se da en torno al mazapán o los buñuelos fritos, aunque tampoco se debería dejar de lado el brindis, ya que son unas cuantas las referencias en whiskys y rones con los que 'bañar' el encuentro.
Taberneros
Bajo el paraguas que abrió Xavier Saludes con Vinoteca Tierra, desde la que carga el combustible enológico de Taberneros, este intrépido empresario decidió revitalizar la oferta del tapeo más céntrico a base de recetas tradicionales con un punto de innovación, marcado por Kenji Morita, el chef japonés que está en cocina.
Por eso es frecuente ver cómo las croquetas de pringá conviven con la receta Ojos de Dragón, un sustancioso plato muy compartible de arroz y bacon, que tienen por vecinos de carta a los callos o a una ensaladilla que tiene tintes de España y de Japón. Y de nuevo, bien pertrechado a nivel enológico, con referencias singulares y vinos casi de explorador, que Xavier introduce en el circuito vitivinícola.
Calle de Santigo, 9.
Casa Macareno
No sólo de modernidad vive Malasaña, así que no creas que todo el barrio está cuajado de smoothies, pokés o raciones de quinoa. En la excepción que confirma la regla está Casa Macareno, que reivindica el aroma de bar tradicional pero con un punto de juventud con el que conectar con el público local. Los responsables: Julián Lara y Sergio Ochoa, que han contado con el chef Pepe Roch para hacer una gastronomía castiza para el siglo XXI.
En la barra se abren hueco productos del mar, bien mimados, como pueden ser los boquerones en vinagre, las sardinas ahumadas o las conservas de anchoa, que sirven de preámbulo al festín y que pueden ser acompañadas de alguna fritura selecta, como las croquetas de jamón (y toque de trufa) o las patatas bravas Macareno. A partir de ahí toca ponerse serio y ya entrar en cocina, con tentaciones como la carrillera ibérica al pedro ximénez, el falso risotto de carabineros o las chuletillas de cordero a la parrilla. Todo ello si se apuesta por la cocina, aunque
Calle de San Vicente Ferrer, 44.
Raimunda
Cobijado en la Casa de América, con la Cibeles como vecina y en uno de los edificios con más renombre de Madrid, el Palacio de Linares, Raimunda es una oda abierta al viajero y al carácter acogedor del madrileño, que podrá disfrutar tanto de su terraza ajardinada como del restaurante, alojado en la planta baja del edificio.
Ideal para un copeo de afterwork o simplemente para un buen aperitivo merecido, Raimunda ofrece una carta que se embebe de los aromas latinos de la Casa, por lo que tiraditos, ceviches y guacamoles están a la orden del día. Del mismo modo, frescura y divertimento se ensamblan como propuesta, encontrando en franca convivencia a la croqueta y los huevos rotos con tatakis de salmón o noodles salteados al wok, permitiendo que tu pasaporte gastronómico pueda ser sellado en los cinco continentes. El resultado es un restaurante idóneo para los que quieren disfrutar de un buen ambiente en una terraza amplia y no quieren estar a la gresca eligiendo local en función de la carta porque todo, o casi todo, cabe en Raimunda.
Paseo de Recoletos, 2.
Restaurantes de precio medio
Apura
Con toques asturperuanos, Mario Céspedes ha conquistado, junto a su mujer, Conchi Alvárez, el paladar avilesino con Ronda 14. El éxito de la propuesta les hizo probar fortuna en Madrid y la consiguieron por partida doble, primero al exportar Ronda 14 a la capital y luego lanzándose a un nuevo concepto, Cilindro, que ahondaba en las raíces peruanas con más potencia.
Ahora, la oferta se diversifica de nuevo y se sumergen en una nueva aventura, esta vez con Apura, una sangucheria en la que Mario reúne en forma de sándwiches y bocadillos los sabores que ha ido llenando en su memoria gustativa, ya sean peruanos o asturianos. En un local amplio y con abundancia de mesas altas, las propuestas gastronómicas vuelven a oscilar entre las orillas del Pacífico y del Cantábrico, aunque no renuncia a otras influencias. Es el caso del brioche de carrillera con sésamo o de la hambuguesa El Canario, con la que Mario completa parte de este viaje culinario a través del océano.
Calle del General Oráa, 45.
La Malaje
Detalles como el de Manu Urbano, que ha decidido no cerrar sus puertas este verano, se agradecen cuando el madrileño busca asilo gastronómico durante la canícula, en la que en ocasiones pretende llamar a puertas que no tienen visos de abrir hasta septiembre. Afortunadamente, en La Malaje, van a seguir batiéndose el cobre durante los meses más cálidos para que tengamos otro referente al que asirnos.
Repleto de sabores del sur, una visita a La Malaje podría convalidarse como una comida en cualquier ciudad andaluza. Imprescindibles en estas lides son sus sardinas ahumadas en mazamorra de almendra, el bacalao desmigado con naranjas y aceitunas o el longueirón de Huelva en escabeche. Todo ello formando parte de los entrantes, a los que secundan como principales un muy buen rodaballo con ajada de olivas negras o el bocao de la reina con crema de ajo. Además, si vas justo de tiempo, la barra de La Malaje también se presta a un picoteo rápido, por lo que son pocas las excusas que tienes para no dejarte caer por allí esta temporada.
Calle de Relatores, 20.
Tepic
Dividido en una divertida barra, con la cual entregarse a algunos mezcales y tequilas, y a la planta baja, donde se encuentran las mesas, Tepic permite hacer una incursión en la cocina mexicana sin salir del barrio de Salamanca. Tras triunfar en su anterior ubicación, en la zona de Chueca, decidieron emprender una nueva aventura en 2015 hacia este local, más espacioso, con el que expandir en Madrid su propuesta.
Basado en clásicos de la cocina mexicana, los evidentes reyes de Tepic son los tacos, siendo los pastor los que más fama tienen, aunque los de camarones y los de pescado frito no se quedan atrás. Recomendable para compartir y llenar el centro de la mesa de comida, los totopos y el guacamole tampoco deberían faltar en la comanda, así como las enmoladas, unas tortillas de maíz rellenas de pollo y que se cubren con mole poblano. Todo ello se puede coronar en lo dulce con las crepas o con el pastel de elote, que se elabora a base de granos de maíz, y está entre los grandes platos aún por conocer de la gastronomía de México.
Calle de Ayala, 14.
Mister O1
Si creías que fusionar Miami con Calabria era imposible, estás de suerte gastronómica si lo que buscas es una pizza que una lo mejor de ambos mundos. Tras forjarse en su Agropoli natal, el chef Renato Viola probó suerte en Estados Unidos, donde en pocos años se convirtió en un gurú de la pizza desde sus locales en Miami.
Ahora ha abierto en Madrid, donde podrás saciar durante todo el verano tus ganas de pizza. Justa fama tiene la Star Luca, que debe su nombre a la forma de estrella, con ricotta, salami y albahaca fresca pero no se quedan atrás sus calzone o los entrantes, como la burrata o la tabla de speck, con los que hacerse una gastrorruta italiana en pleno Madrid.
Calle de Sor Ángela de la Cruz, 22.
Taberna La Carmencita
Más de 100 años de historia contemplan a este icónico local, cuyos aromas a flamenco y toros aún impregnan sus azulejos, y que lleva con orgullo el sello de casa de comidas. Recuperado para la causa por el grupo DeLuz, cuyo interés está en reverdecer los laureles de locales emblemáticos, La Carmencita cumple con el perfil de restaurante de madrileños para madrileños.
Su cocina es sencilla, tradicional y de las que hacen que los recuerdos se agolpen en cada bocado. Sin alardes pero con sabor, los platos de La Carmencita además presumen de, en la medida de lo posible, realizarse con productos ecológicos, por lo que su carta es un auténtico viaje en el tiempo. Merece la pena recurrir al plato compartido, aunque también se pidan principales, porque es a lo que el local invita.
En esa tesitura, rabas, croquetas y callos no deben faltar, a los que se puede poner el contrapunto vegetal con la ensalada de tomate rosa. En los segundos, buena cuenta del mar se da a través de los tacos de rape o de merluza, así como del perfil terrestre con la vaca ecológica cántabra, que tanto en entrecot como en solomillo cumple con su sabroso cometido. De postre, aunque sea fuera de temporada, la torrija es una apuesta a caballo ganador.
Calle de la Libertad, 16.
Tiradito & Pisco Bar
Para descubrir Perú no es necesario, al menos gastronómicamente, cruzarse medio mundo. Si vas justo de tiempo o las vacaciones no llegan, apostar por Tiradito Pisco & Bar, la divertida propuesta de Omar Malpartida, siempre es una buena opción. Fresco, ligero y con producto americano, el restaurante es perfecto para los que quieren apostar por algo distinto, o para grupos de amigos que quieren degustar auténtica cocina peruana.
Como clásicos no fallan el anticucho, bien marinado y con un ligero picor, o el picante de nécoras, que hace honor a su nombre pero es soportable y muy sabroso. Como anticipo de ellos deberían estar los patacones o las tortitas de camarones, cuyo aderezo traslada inmediatamente a las costas peruanas. En el menú tampoco faltan, fiel a su nombre, una buena variedad de piscos, por lo que son la mejor opción para maridar la comida o, cuanto menos, tomarse unos cuantos cócteles con los que celebrar que es verano.
Calle del Conde Duque, 13.
Sottosopra
Combinar terraza con restaurante italiano siempre es un buen plan. Con un puro estilo romano, que por momentos nos trasladaría al Trastevere, Sottosopra ofrece una propuesta con aires de trattoria en la que predominan las recetas más clásicas de las 'nonna' italianas.
Buena fama merece su risotto caccio e pepe, así como la carbonara (la auténtica, la que lleva pecorino, huevo y guanciale), que son dos de sus grandes referencias en cuanto a pastas. También hay una buena variedad de antipasti, donde la rosetta (un pan típico de Roma, que se rellena y utiliza como entrante) merece un buen bocado y un repertorio de segundos breve pero suficiente, que encabeza una reinterpretación de la cotoletta, esta vez con carne de cordero, o unas jugosas albóndigas de estilo casero.
Callejón de Puigcerdá, 8.
Patio de Leones
Un paseo por el Parque de El Retiro o una visita a la Puerta de Alcalá pueden ser el pretexto para recalar en Patio de Leones, una propuesta gastronómica ecléctica y nonstop, que vehícula en torno a conceptos cañís, traducidos gastronómicamente en una cartografía de nuestro país. Hay muchas opciones de picoteo, como salazones gaditanos, cecinas leonesas o quesos manchegos, además del imprescindible jamón ibérico.
En cocina se siguen patrones parecidos, como la plancha para las gambas onubenses o un muy buen pulpo a la gallega, que puede compartir mantel con los callos, que aquí son a la vizcaína -que no falte el pimiento choricero- o una tortilla de patatas que seducirá a madrileños y turistas, y todo ello con la Puerta de Alcalá como telón de fondo, así que raro será que no tararees el "mírala, mírala".
Calle de Serrano, 1.
Bacira
El Mediterráneo y las influencias orientales son la base sobre las que Bacira se asienta. El proyecto, nacido en 2014, busca una fusión que huye de las pretensiones y que pone al sabor en el foco del comensal, demostrando que es un restaurante de cocina viva, en la que los cambios de carta están a la orden del día. Bajo un coqueteo con la alta cocina pero con un ticket medio ajustado, Bacira reivindica sencillez y mezcolanza en bocados atípicos.
Ya icónico es el risoteo de carabinero o los raviolis de morcilla, que coexisten con una primera parte de la propuesta en la que abundan los toques japoneses en nigiri y maki. Con una buena dosis de platos disponibles en media ración, Bacira ejemplifica ese tipo de restaurantes en los que compartir una decena de platos y salir más que satisfecho.
Calle del Castillo, 16.
Restaurantes de precio alto
La Bien Aparecida
A veces no hace falta salir de Madrid para disfrutar de lo mejor de otras cocinas. Es el caso de La Bien Aparecida, donde se gesta una propuesta culinaria en torno a Cantabria pero donde se coquetea, siempre respetando al producto, con presentaciones que se asemejan a la alta cocina. El responsable de ello es José Manuel de Dios, un santanderino con experiencia en estrellas Michelin, que traslada sabores y esencias del Cantábrico al barrio de Salamanca.
Imprescindibles son las rabas de Santander y las croquetas cremosas de huevo cocido y lacón. A su lado, ya en la fase de los principales, la apuesta se diversifica en arroces, carnes y pescados, donde no es conveniente dejar pasar el arroz meloso de almejas “finas”, la cola de merluza a la meuniére o un curioso mar y montaña a base de manitas de cerdo y carabinero. Perfecto para los que quieran darse un homenaje pero también para los que tengan algún 'compromiso' de visita y quieran asegurarse el éxito.
Calle de Jorge Juan, 8.
99 Sushi Bar Eurobuilding
Uno de los referentes madrileños de la cocina oriental bien merece una visita durante el verano. Sushi de calidad y un ambiente selecto son los imanes por los que dejarse atrapar mientras las noches capitalinas se vuelven tórridas. Por eso, una apuesta por pescados crudos y platos fríos puede ser el antídoto perfecto para disfrutar de la ciudad en torno a la buena mesa.
La panoplia que aquí se mima en torno a la cultura japonesa es casi indescriptible, enarbolando producto y cuidado en la elaboración, haciendo un repaso por clásicos como los gunkan, los nigiri, los maki, que no faltan en una carta donde también hay sabores muy europeos, como las gyozas de jabalí con queso arzúa y cebolla caramelizada, e incluso con propuestas que aquí suenan rupturistas, como el pichón de Mont-Royal en dos cocciones. El lugar perfecto para reencontrarse con la alta cocina japonesa y convertir cualquier noche madrileña en un momento único.
Calle de Padre Damián, 23.
Le Bistroman Atelier
No sólo de clásicos vive Madrid, sino también de aperturas y seguramente hagas bien en dejarte caer por Le Bistroman Atelier durante el estío. Las buenas maneras del restaurante en el que oficia Miguel Ángel García Marinelli, harán difícil que a partir de septiembre encuentes mesa con holgura, así que podrás presumir de ser un pionero.
Su cocina se basa en producto y tradición francesa, donde la ligazón en la haute cuisine es clara, pero también reivindicando clásicos galos como los caracoles à la bourguignonne, la pissaladière estilo Niza o unos contundentes raviolis rellenos de boeuf bourguignon. Un retorno por todo lo alto de un chef que levantó Madrid hace unos cuantos años con Café Saigon y que ahora planea la reconquista con una propuesta a la francesa que la capital necesita.
Calle de la Amnistía, 10.
Lakasa
Aunque César Martín es el artífice de Lakasa, la realidad es que cualquiera que cruce por sus puertas se siente automáticamente en su hogar. Considerado restaurante de cocineros, por lo que no es difícil que encuentres caras conocidas allí, Lakasa es un templo de producto y de precisión técnica, siempre al servicio del sabor, con lo que hará las delicias del cliente que busque retornos sápidos en su memoria gustativa.
Icónico es el solomillo Wellington, sólo los sábados al mediodía, pero que merece muchísimo la pena, aunque no está solo. Los fuera de carta están a la orden del dia, por lo que es conveniente dejarse aconsejar in situ. Si prefieres hacerte una idea previa, menciones especiales merecen las manitas de cerdo rellenas de rabo de toro (un win-win casquero), el galo celta con carabineros (dignificación del mar y montaña) o la corvina macerada en achiote. PD: Deja hueco para el postre, en especial para el tocinillo de cielo con chantilly de wasabi (sí, has leído bien y déjate sorprender si lo pruebas).
Plaza del Descubridor Diego de Ordás, 1.
Rocacho
La brasa y la llama son las protagonistas casi absolutas de la sabrosa propuesta de Rocacho, que construye su carta en torno al producto y un recetario clásico**, en el que se cuelan toques de innovación bien entendida, pero que tienen como misión no enmascarar las materias primas con las que trabajan.
Es el caso de las carnes, donde algunas de ellas, como la chuleta de vaca o la cecina, provienen de El Capricho, el célebre asador leonés en Jiménez de Jamúz. No tienen tanto pedigrí sus arroces, y no los necesitan, porque tanto los melosos como secos podrían pasar perfectamente por perfectos arroces levantinos, en especial el a banda. Aunque tampoco conviene dejar atrás el poder de la brasa en los pescados, en especial del rodaballo, aunque también la merluza o el rape son grandes opciones.
Calle del Padre Damián, 38.
BiBo Madrid
Aires andaluces copan la carta del, de momento, único restaurante de Dani García en Madrid (aunque con dos aperturas a la vuelta de la esquina), en la que también se incluyen versiones de algunos platos que llevan muchos años con él, formando parte ya de su ADN culinario. Desenfadada, apta para grupos y versátil, la opción de BiBo es perfecta para los que quieren disfrutar de buen ambiente y buena cocina sin complicarse la cabeza en comandas o búsquedas.
Por eso el recital suele comenzar con los brioches (el de rabo de toro o el de chorizo desmigado), que son buena piedra de toque. A ellos puede seguirles alguna de las recetas con sello Michelin que reprodujo aquí, como el yogur de foie o el gazpacho de cerezas, que elevan el listón hacia la alta cocina. Otra idea, para los que echen de menos el mar, puede fluir en torno a las ostras, los ceviches o el atún rojo, además de algunas frituras, por lo que los aromas de Andalucía están asegurados para cualquier rodríguez capitalino.
Paseo de la Castellana, 52.
La Primera
De los creadores de Cañadío llega este local, el más céntrico del grupo, que abre sus ventanales sobre el cruce de Gran Vía con la calle Caballero de Gracia. En su cocina predominan los toques cántabros que han dado relevancia nacional al grupo, además de incorporar varias sugerencias de picoteo que permiten hacer un ágape breve, perfecto para los que estén por la zona centro.
Preparaciones como la ensaladilla rusa o los buñuelos de bacalao (fundamentales) asientan la comanda en torno a sabores de toda la vida, como también pueden ser los trozucos de merluza o los pimientos rellenos de hongos y langostinos. En los principales, también revestidos de clasicismo, no faltan buenas menciones a los arroces -espléndido el negro de cachón- y buenos pescados, siendo la merluza el eje vertebrador, que se dispone en cuatro preparaciones distintas. Los guisos también piden atención, en especial los callos, y en los postres es casi imprescindible apostar por la tarta de queso.
Calle de Gran Vía, 1.
Pez Fuego
Sin trampa ni cartón. Sólo el 'bautizo' de este restaurante, que forma parte del Grupo Oter, nos indica que aquí el duunvirato va a estar en manos de la llama y de los productos del mar. Con él encontramos un alegato que permite al madrileño ignorar el manido "vaya, vaya, aquí no hay playa" porque con restaurantes así, donde lo mejor de las costas llega a diario, no es ni necesario.
Buena forma de comenzar es con la parte del marisco, como la gamba roja de Jávea o el carabinero de Isla Cristina, que pueden ser secundados por los calamares a la gaditana o los fritos de rape, remembranza asturiana, o el pulpo de roca. En parrilla es el turno de chipirones, cogotes de merluza, lenguados y como no, rodaballo. Y si echas en falta algo más 'terrenal', siempre hay unas cuantas carnes esperando al comensal.
Calle de Orense, 68.
Amazónico
No te dejes influenciar por lo que te hayan contado y disponte a vivir la experiencia Amazónico por tí mismo. Es cierto que es un restaurante lleno de gente más interesada en ver y ser vista, pero no quita que el restaurante tenga una propuesta gastronómica bien elaborada y de mucha calidad. Puede que se disipe en el ambiente si no es lo que más te llama la atención pero la oferta culinaria que Sandro Silva dispone aquí es de muchos quilates, y sobre todo, más 'accesible' en verano, ya que no será tan complicado hacer una reserva.
Si te has atrevido a dar el paso, en Amazónico la carta fluctúa entre guiños tropicales y producto local. Siempre curiosas son las ancas de rana con salsa de mango, o el fragante arroz chaufa con pato, que forman parte de los entrantes. A la hora de abordar los principales, las referencias se cargan de menos aderezos, bien representado por algunos pescados que se cocinan en espetos, como el lenguado o la lubina, y una buena legión de carnes, algunas de ellas traídas de Latinoamérica, siendo original la picanha al rodicio. Si apuestas por una carne más exótica, hay ofertas de wagyu y de kobe (que no conviene confundir) y que pueden poner el punto final a una experiencia gastronómica y festiva curiosa.
Calle de Jorge Juan, 20.
Restaurantes de hotel
Pierde el miedo a entrar en un lobby y, como un viajero más, redescubre los salones de la capital en busca de la buena mesa. El madrileño va atreviéndose a penetrar en estos espacios, injustamente vedados en el subconsciente, y donde cada vez se come mejor y más variado, lejos del postulado de restaurante arcaico de hotel.
Aduana
El Gran Meliá Fénix sirve de aposento a este Aduana, ubicado en la séptima planta del hotel y cuyas vistas dan a la Plaza de Colón, por lo que podrás tener Madrid a tus pies mientras comes. Su cocina, ejecutada por el chef Miguel Martín, está basada en clásicos que coquetean con la haute cuisine, tanto en elaboraciones como producto, pero dinamizándolos y haciéndolos algo más modernos, permaneciendo fiel a la estética del hotel pero con un toque rupturista, que enseguida se percibe en la propuesta
Es el caso de uno de los emblemas de la carta, el txangurro a la donostiarra, capaz de compartir escenario con un carré de cordero que se acompaña de cuscus y yogur o el pulpo salteado con boniato y aceite de sésamo. Para la opción purista, un paso indispensable lo forman los raviolis de langosta con salsa ligera de azafrán y el sempiterno caviar sobre blinis, para los que apuesten por darse un homenaje por todo lo alto. Perfecto como restaurante para grandes acontecimientos o celebraciones especiales, Aduana es uno de los salvoconductos gastronómicos por los que merece la pena quedarse en Madrid.
Calle de Hermosilla, 2. Planta Séptima del Hotel Gran Meliá Fénix.
Lobo 8
Ubicado en la planta baja del Gran Hotel Inglés, muy cerca de la Puerta del Sol, Lobo 8 ofrece una cocina dinámica y de base castiza, perfecta para el huésped pero también para el 'gato' que quiere redescubrir la mesa madrileña, que gira en torno al picoteo y las raciones, por lo que puede ser una parada ideal si se recorre el centro de Madrid.
Ejemplo de ello son las patatas con alioli de albahaca y mojo rojo, las bravas o los mejillones tigre, cargados de sabor a mar. En esas mismas lides se encuentran las mollejas de ternera con meunière de cordero o los camarones adobados, invitando al comensal a no dejar de tener el pan a mano. También de corte clásico, aunque no dejan de ser compartibles, las opciones de la dorada a la espalda o el chateaubriand de vaca ponen un buen punto final al ágape, que se puede maridar con la importante carta de jereces que aquí se sirven.
Calle de Echegaray, 8. Dentro del Gran Hotel Inglés.
Media Ración X Cuenllas
El icónico Cuenllas, cerca de Princesa, se duplicó en los bajos del Hotel Urso, para añadir aires nacionales que bailasen en torno al picoteo y los productos selectos dentro del hotel. Bajo esa premisa, los clásicos de una cocina muy transitada por los madrileños ha encontrado un 'hijo' pequeño donde diversificarse, incluso en formato, haciéndose más accesible para compartir y permitir que el cliente pueda probar una decena de platos sin rubor.
A ello ayuda también la otra duplicidad, la espacial dentro del hotel, ya que hay barra y restaurante, por lo que sólo dependerá del tiempo que tengas que apuestes por una u otra. En este sentido, la barra está repleta de conservas de calidad, como las de Gueyu Mar y de chacinas, amén de algunos platos de cocina como la ensaladilla rusa o los soldaditos de Pavía. Ya en el salón, la carta se extiende en guisos, arroces y carnes, además de pescados, siendo clásicos de la casa los callos, casi con denominación de origen, la raya escabechada o por qué no, unos huevos con morcilla, sobrasada y patatas, tan sencillos como sabrosos, y que suelen ser el capricho que nunca nos atrevemos a dar fuera de casa.
Calle de la Beneficencia, 15. En el Hotel Urso
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