Aunque a lo largo de mi aún no muy extensa vida he tenido el placer de acudir a muchas bodas, algunas humildes y otras muy rimbombantes, siempre he salido del convite con la sensación de poder afirmar que había comido bien pero nunca que la comida estaba deliciosa.
Supongo que para todo hay una primera vez en esta vida, y la Arrossería Duna ha tenido el honor de albergar el primer convite en el que la calidad y sabor de los platos ha primado sobre su nombre y su elitismo.
Todo eso con vistas al mar mediterráneo, entre las dunas de la playa de El Saler en Valencia, y en un local decorado con gusto, de forma sencilla y elegante, sin ostentaciones innecesarias.
El menú, que por cosas de la vida tuve el placer de probar dos veces en pocas semanas, consistía en una serie de entrantes acompañados de dos medias raciones, una de arroz y la otra de cochinillo, y un postre no muy pesado para rematar.
El primer plato en llegar a la mesa fue una ensalada de aguacate con bacalao. Una combinación arriesgada por el contraste de sabores y texturas, pero que como entrante inaugural es perfecto por suavidad y ligereza, además de una presentación exquisita.
Después de la ensalada vinieron dos bocados tan pequeños como intensos. Primero unos buñuelos de bacalao que enlazaban con el bacalao de la ensalada y después unas croquetas de bogavante.
Los buñuelos (a la derecha en la imagen) estaban muy ricos pero las croquetas estaban realmente deliciosas; intensas y con una textura y un rebozado perfectos. Una de esas tapas que esconden una explosión de sabor tras una apariencia inocente.
Únicamente había uno de cada por comensal, algo que puede parecer extraño, pero a mi encantó quedarme con ganas de más ya que ahora los recuerdo como una delicia que solo pude catar brevemente y no como unas simples croquetas.
Siguiendo con el pescado y el marisco, llegó el momento de los calamares a la romana. “Que plato más triste” pensaréis, pues bien, os puedo asegurar que son los mejores calamares a la romana que he probado en mi vida, que ni mi abuela vamos.
Muy sabrosos y llenos de matices, con el rebozado justo y jugosos como pocos. Y es que a veces merece más la pena esforzarse en hacer las cosas de siempre bien y no en preparar platos ostentosos que luego defrauden en el paladar.
Tras los calamares vino el que se suponía el entrante estrella, un trozo de foie glaseado que imponía solo de verlo y que no triunfó tanto como se esperaba, al menos en la mesa de los “jóvenes”, coyuntura que aproveché para disfrutarlo por duplicado.
A pesar de que estaba todo lo rico que debe estar el foie, resultaba un poco excesivo incluso para los amantes de tan sabroso manjar. La primera vez que lo probé me lo sirvieron en un chupito y resultaba más comedido e interesante.
Tras el atracón de foie y tras una breve pausa (servían todo muy rápido, lo cual es de agradecer), llegó el turno del arroz meloso de rojos. Un arroz tan sencillo como delicioso, que enamora por su sabor intenso y su textura ligeramente pastosa (sin llegar a ser caldoso).
Aunque la primera vez que lo probé fue en una paella para dos que estaba espectacular, he de decir que la calidad y sabor del arroz no se vio demasiado mermada por el hecho de tener que ser preparado para 60 comensales. Si bien no era ese manjar de dioses que probé semanas atrás, estaba igualmente sobresaliente.
Después de saborear el arroz, la comida tocaba a su fin con un cochinillo confitado que estaba realmente delicioso. Mucho más jugoso de lo que uno puede esperar de una carne cocinada para tanta gente, con una presentación que hace de la pieza la única protagonista.
A pesar de ser el último plato, no vi a nadie dejarse ni un solo trozo de carne, señal de que estaba bueno, porque os puedo asegurar que con hambre no se había quedado nadie.
Para rematar la comida, un postre ligero con el nombre más rimbombante de todo el menú: crema de café con gelatina de whisky. Suave, cremoso y sabroso, ideal para poner el broche final a una comida maravillosa en todos los sentidos.
Tras el postre, disfrutamos de los cafés y de unos maravillosos mojitos sentados en los sofás de la terraza desde los que se podía ver y sentir el mar y la playa hasta el punto de estar literalmente a un paso de la arena.
En resumen, la Arrossería Duna es un restaurante precioso en un lugar inmejorable y que cuenta con un menú realmente recomendable. Si tenéis algo que celebrar o simplemente disfrutar de una buena comida, no se me ocurre mejor lugar.
Restaurante Arrosseria Duna
Al final de la Avenida de la Rambla
Playa de El Saler
Tel: 96 183 04 90
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