Castell Peralada: cómo convertir una bodega 'invisible' con un castillo del siglo XVI en el mayor reclamo turístico del interior de Girona

¿Imaginas gastar 45 millones de euros para renovar una bodega y que nadie vea la fachada? ¿Imaginas seducir a un presidente estadounidense con un cava catalán que pudiera abrir las puertas de la Casa Blanca?

¿Imaginas tener el mayor museo vidriero de España con más de 2.500 piezas, incluso algunas del Egipto faraónico? ¿Imaginas tener también un jardín de estilo francés que oculta un castillo del siglo IX tras sus árboles?

Pues deja de imaginar porque existe y se llama Castell Peralada, que a las afueras de este pequeño pueblo medieval del Alt Empordà alberga a una de las mayores bodegas de la DO Ampurdán y que, además, por si faltara imaginación, también añade un restaurante con estrella Michelin.

Y todo comenzó en el año 1923, cuando la familia Mateu compró a los condes de Perelada el castillo y el convento ubicados en esta finca en la que, más adelante, se dieron cuenta que el vino llevaba siendo motor de crecimiento desde hace siglos y que ahora pone en el mapa mundial a un pueblo de apenas 2.000 habitantes.

De monjes, nobles y líos con el Estado

Damián Mateu acompaña al Rey Alfonso XIII y le explica las novedades del motor HS. A la derecha, se encuentra el ingeniero José Gallart.

Capital del condado de Perelada desde la Edad Media, los dueños y señores de este territorio eran los propios Condes de Perelada, que a principios del siglo XIX pusieron rumbo a París para ser embajadores de España en Francia en la figura de Antonio María Dameto y Crespi de Valldaura. Iglesia y nobleza volvían a coincidir, pues ya en el siglo XIII los condes admitieron a una pequeña delegación monacal en sus territorios, que habitarían el Monasterio de Santo Domingo.

Sería ya en el siglo XVI cuando los monjes, dominicos (tras la extinción de los agustinos) compartieran este espacio que los condes les habían cedido hasta ya entrado el siglo XIX. Con los condes fuera del plano, los monjes gestionan el convento y también parte del castillo.

El Claustro del Carmen, dentro del complejo del Castillo.

Sin embargo, en el año 1835 los monjes abandonan el convento tras la Desamortización de Mendizábal, que obliga a desafectar bienes eclesiásticos para sostener las arcas públicas. Los monjes se marchan y los condes, aún en París —aunque ya sin efectuar cargos públicos— no regresan a Perelada hasta finales del siglo.

Allí se encuentran con la confiscación de todo el territorio a manos públicas, debiendo demostrar que tanto el convento como el castillo eran de su propiedad. Tras varios litigios, los condes de Perelada ganan y reacondicionan la finca, convirtiendo los jardines en un pequeño Versalles y restaurando aquel antiguo castillo ampurdanés donde amplían la biblioteca, hoy un fondo con más de 80.000 volúmenes, incluidos más de 2.000 incunables.

Nuevas manos, bodega y museo

Dentro del museo, el vidrio y la cerámica tienen especial importancia.

Es en el año 1923, con los Condes en cierto declive económico, cuando aparece la familia Mateu, fundadores de lo que hoy conocemos como Castell Perelada. Es el tiempo de Damià Mateu, industrial del hierro y del motor, y de su hijo Miguel, la cabeza visible que convierte aquel castillo —con apenas 24 años— en un centro de coleccionismo y arte.

Vidrio, tapices, cerámica, pinturas sacras y la creciente biblioteca se convierten así en el epicentro cultural de un Castell por el que pasarían personalidades tan dispares como el presidente estadounidense Dwight Eisenhower (enamorado del cava Gran Claustro), el artista Salvador Dalí o el dictador Francisco Franco, amigo personal de Miguel Mateu.

La Iglesia del Carmen, propiedad de la familia Suqué Mateu e incluida dentro del recorrido de Castell Perelada.

Es Miguel quien resucita la bodega conventual, empezando a elaborar vino en ella tal y como se había hecho tradicionalmente hasta que se da cuenta del futuro que tenían aquellos vinos del Empordà. Entre medias, todo el legado cultural y arquitectónico del castillo y museo.

La biblioteca, el claustro o el propio Museo, totalmente visitable, se compagina con la actividad enoturística que pone al vino como epicentro de un centenario en el que no se ha escatimado en nada.

Una bodega del siglo XXI que no se ve, pero se siente

Imagen exterior de la bodega Castell Perelada, integrada en el paisaje.

"¿Me estás diciendo que vamos a construir una bodega donde no se va a ver la fachada?" eran las palabras de Arturo Suqué, yerno de Miguel Mateu y esposo de Carmen Mateu, a su hijo Javier Suqué cuando éste le comentó, ya en el año 2003, la intención de que la nueva bodega no tuviera una fachada vista.

Contactaron con un estudio de arquitectura local, del cercano pueblo de Olot, llamado RCR, comandado por tres jóvenes arquitectos que no superaban la treintena. Casi 20 años más tarde y con varios cambios en el diseño, la bodega por fin vio la luz.

La parte más antigua de la bodega, antiguas caballerizas y casas de trabajadores, y hoy también integradas en el paisaje.

Entre medias, sostenibilidad, ecología y la convicción de hacer los mejores vinos posibles. A su lado, el sello RCR, que en 2017 ganaría el Premio Pritzker de Arquitectura (lo que podríamos considerar una especie de Premio Nobel), que refuerza aún más el compromiso de una bodega que se ha convertido en referente enoturístico con capacidad para recibir 30.000 visitantes anuales.

Junto a ello, para seguir con el dominio de las artes, el Festival del Castell de Peralada, impulsado por Carmen Mateu y convertido en otro de los bastiones culturales de la zona. Artistas de la talla de la soprana Montserrat Caballé, del tenor José Carreras o el bailarín Rudolf Nureyev pasaron por este festival veraniego consagrado a las artes escénicas.

El bailarín Rudolf Nureyev en el Festival Castillo de Perelada.

Estrella Michelin

Bajo la batuta del hoy desaparecido Xavier Sagristà, Castell Peralada también llegó al cielo Michelin en 2018. Un premio que se gestó a cuatro manos, siendo fundamental el trabajo del sumiller y jefe de sala Toni Gerez, aún al pie del cañón en Castell Perelada.

La sala de Castell Perelada.

Ajena a cualquier tipo de disonancia, el gran salón del restaurante gastronómico —enclaustrado dentro del propio castillo—, la propuesta de la cocina hoy corre a cargo del chef Javier Martínez, que se fraguó durante década y media con Sagristà.

De sello ampurdanés y catalán, haciendo además didáctica sobre el vino, esta cocina que además tiene dos soles Repsol es la mejor embajada de la DO Empordà, y que pone en el mapa Michelin a un pueblo de apenas 2.000 habitantes.

Delfi Sanahuja, enólogo y director técnico de Castell Perelada desde hace 30 años, y Javier Suqué, presidente y copropietario del Grup Perelada.

Hoy, como hace más de 1.000 años, el Castillo de Perelada sigue siendo el epicentro de Empordà más gastronómico y enológico y, a su vez, el sueño de la familia Mateu por convertir aquel refugio histórico en el imán de la comarca.

Imágenes | Castell Perelada

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