Convertido el mundo del marisco en uno de los grandes tótems de la cocina gaditana, cuesta en pleno siglo XXI concebir que hace más de 2000 años uno de sus más ilustres ingredientes pudiera haber estado en peligro de extinción.
Lo irónico, o al menos para alguien que ha nacido 2000 años después, es que un alimento se pudiera extinguir por otro uso que no fuera el propiamente culinario.
Pues esto, ni más ni menos, es lo que sucedió en el Cádiz romano (incluso varias décadas antes del nacimiento de Cristo), cuando una potentísima industria textil arrasaba las poblaciones de las legendarias cañaíllas para sus prendas.
De nombre científico Bolinus brandaris, las cañaíllas son hoy uno de los numerosos reclamos gastronómicos de la ciudad de Cádiz y de su provincia, junto a las frituras, el pescado o los no menos clásicos churros. Cocidas, estos gasterópodos son fundamentales en la forma de entender la cocina gaditana, pero esto bien poco importaba a los antiguos romanos.
Aunque, siendo honestos, no fueron ellos los que destaparon la liebre del otro uso de la cañaílla. Fundada por dos fenicios sobre el año 1000 a. C., Cádiz era uno de los puertos clave en el Mediterráneo para el control comercial entre la parte occidental y la parte oriental. Siglos más tarde, aparecerían los cartagineses y posteriormente los romanos, que habrían heredado de los fenicios, el gusto por un singular color, el púrpura, para cuya obtención hacían falta cañaíllas.
De hecho, serían los fenicios los que dieran el nombre a este tipo de color, bautizado como púrpura de Tiro (Tiro era uno de los grandes puertos fenicios en el Mediterráneo oriental), que también se conocería en la Antigüedad como púrpura real o púrpura imperial.
Como es evidente, hablamos de un color relacionado con la alta nobleza y con los reyes, además de con los grandes estamentos religiosos de la época. Lo curioso, es que este color entre rojo, purpúreo y morado es, presumiblemente, ya utilizado por los cretenses sobre el año 1500 a. C.. Es decir, alrededor de 500 años antes de la fundación de la ciudad de Cádiz.
Lo que sucedía con la cañaíllas es que este tipo de tinte se extraía de una mucosidad o secreción de una glándula presente en este caracol, que solo se secretaba a modo de defensa, cuando el animal se veía amenazado. Como es lógico, la cantidad por cada animal es absolutamente pírrica. De hecho, se estima que, para extraer 60 gramos de tinte se necesitarían alrededor de un kilo de glándulas, es decir, unas 50.000 cañaíllas. Por ponerlo en contexto, para teñir un kilo de lana, se necesitarían alrededor de 200 gramos de tinte.
No obstante, aunque los expertos no se ponen de acuerdo en torno a las cantidades, lo cierto es que se necesitarían miles de cañaíllas —que habría que recoger con mano de obra esclava— para luego molerlas y obtener estas preciadas glándulas.
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Por este motivo, solo las clases más extremadamente pudientes de la antigua Roma, como los propios emperadores o los más altos cargos religiosos, vestían prendas que se habían tenido con este tipo de púrpura de Tiro, un material que era incluso más caro que el propio oro.
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