Dos catedrales, acueducto, muralla, palacios, plaza mayor y un Parque Nacional a sus puertas: esta ciudad de Cáceres lo tiene todo

No es que abunden en España —ni en el mundo— ciudades tan 'chulas' que tengan dos catedrales. Seguramente, si a un español con algo de cultura catedralicia se le pregunta, quizá sólo le venga a la cabeza la respuesta de Salamanca como la ciudad de las dos catedrales.

Sin embargo, no demasiado lejos de Salamanca, una ciudad cacereña también presume de ser una de las pocas ciudades del mundo con tener dos catedrales. Hablamos, ni más ni menos, de Plasencia.

Con casi 40.000 habitantes, a apenas 80 kilómetros de Cáceres ciudad y a unos 250 kilómetros de Madrid, Plasencia no sólo presume de tener dos catedrales —la Nueva y la Antigua—, sino de estar cuajada de palacios renacentistas, calles empedradas y hasta de tener un acueducto.

Por si fuera poco y el verano nos llama, Plasencia está además a escasos 20 kilómetros del Parque Nacional de Monfragüe, enclavado en el centro de la provincia de Cáceres, y que equidista prácticamente de Cáceres, de Trujillo y de Plasencia.

Mirador del Salto del Gitano, en el Parque Nacional de Monfragüe.

Allí, en Monfragüe, el Tajo es el rey, circulando entre extensas dehesas y discretas montañas que sirven de cobijo a algunos de los ejemplares de avifauna más potentes de nuestro país como cigüeñas negras, alimoches, buitres —tanto negros como leonados— y numerosos ejemplares de águila imperial.

Cruce de los ríos Tajo y Tiétar en el Parque Nacional de Monfragüe.

Un lujo a dos pasos de Plasencia, que nos tienta con su casco histórico, que atrapa todas las miradas con su doble catedral, anejadas pero cada una con su propia idiosincrasia. La antigua, en estilo románico en transición al gótico, más sobria aunque con esos primeros conatos de arcos ojivales. Junto a ello, detalles decorativos como el retablo barroco de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo o un imponente cristo de marfil en la hornacina principal.

Fachada de la catedral antigua de Plasencia.

La Nueva, por su parte, ya se acerca a esas convenciones que funden el gótico y el estilo renacentista, aunque realmente se remata con puntadas de barroco. Más aérea y más abierta, sus bóvedas nervadas resultan impactantes cuando se levanta la cabeza hacia sus techos.

Más profusamente decorada que su homóloga, la Catedral Nueva es por sí sola una auténtica exposición de pintura barroca, además de un tesoro iconográfico entre capillas, sacristías y sepulcros donde el mármol, los dorados y los frescos se citan entre imponentes retablos de estilos churriguerescos. Mención especial merece además la sillería del coro, otro de los grandes atractivos de la catedral, que en su día estaba diseñado para servir en la catedral antigua, pero que con la nueva construcción se adaptó.

Fachada de la catedral nueva de Plasencia.

Fuera de las catedrales, Plasencia sigue impactando, a pesar de gozar de menos fama turística que algunas de sus hermanas provinciales como Trujillo o la propia Cáceres. Sus murallas románicas también sorprenden y aún es hoy la guarda de la ciudad intramuros. Casi completa, aunque con modificaciones de siglos posteriores, la muralla data de finales del siglo XII, cuando la ciudad es conquistada por Alfonso VIII de Castilla.

Ya dentro, calles empedradas, palacios renacentistas como el de los Monroy o el de Mirabel, vuelven a saludar al visitante que ya descubrió sus imponentes catedrales. También hay que hacer un alto en la plaza mayor, completamente porticada y uno de los orgullos de los placentinos.

El impresionante Retablo Mayor de la catedral nueva de Plasencia.

Levantada en el siglo XVI, aunque luego restaurada, vuelve a ser un buen ejemplo transitivo del gótico al renacimiento y, como es evidente, uno de los centros neurálgicos de la ciudad tanto por su oferta hostelera como por alojar el mercado de martes.

Tampoco se debe olvidar la abundante presencia judía que hubo en la ciudad. De hecho, Plasencia está adscrita a la Red de Juderías de España, aunque los elementos que vinculan su pasado hoy están entremezclados con el resto de la ciudad.

El acueducto de Plasencia, a su paso por el barrio de San Antón.

Un ejemplo claro es la antigua Judería de la Mota, que tras la expulsión hebraica se utilizó para ampliar el Palacio de Mirabel y el convento de San Vicente Ferrer —hoy Parador Nacional—. Parecida suerte corrió la segunda sinagoga, que tras edificarse en la hoy Plaza de Ansano, acabaría siendo la base de lo que es el Palacio de Carvajal.

Y, además, Plasencia sigue con el más difícil todavía gracias a su acueducto. En este caso, esta conducción de agua data del siglo XVI, cuando reemplazó a la anterior cañería del siglo XII. En muy buen estado de conservación, son 55 los arcos que de él se conservan en la zona de San Antón y se extiende durante 300 metros.

Dos noches de hotel para dos personas en el Parador de Plasencia (****)

Superviviente de guerras, de fuegos artificiales e incluso de maleza, una restauración contemporánea del acueducto permite convertirlo en otro de los grandes atractivos de una Plasencia más que sorprendente y que recomendamos encarecidamente conocer.

Imágenes | iStock

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