En Arteixo el dulce tradicional es tan popular que hace años que se celebra una fiesta local en torno a este roscón, que ahora queda huérfano
El municipio gallego de Arteixo es conocido por acoger la sede principal del grupo Inditex, por sus playas y aguas termales, pero también por su rica cultura panadera, como toda la provincia de A Coruña. Junto a hogazas y empanadas los obradores mantienen el legado también de dulces locales, algunos tan queridos por los vecinos que hasta se organizan fiestas en su honor. El roscón de Lañas, sin embargo, despide este mes de abril a las últimas manos artesanas que aún lo elaboran como antaño.
Este pasado fin de semana celebraba la parroquia de Santa Mariña de Lañas, pequeño pueblo conocido simplemente como Lañas, la decimonovena edición de la que se ha convertido en una de las fiestas más populares de Arteixo, la Festa do Roscón de Lañas. Un evento que nació de la iniciativa vecinal como promoción de uno de los dulces más apreciados de la zona, cuando estaban en pleno apogeo las fiestas gastronómicas de Galicia, y que no tardó en convertirse en todo un acontecimiento que atrae a numerosos visitantes de todo el municipio.
A lo largo de las dos jornadas que dura la festividad se desarrollan diversas actividades con actuaciones musicales, misa, verbena popular, degustación y venta de otros productos e incluso una gran pulpada, pero el roscón sigue siendo el gran protagonista. Son varias las panaderías de toda la zona que colaboran horneando sus roscones para la ocasión, pero los propios obradores del pueblo han ido, poco a poco, desapareciendo.
La panadería Agustín Fernández, un local familiar que lleva más de medio siglo horneando masas sin cesar en su antiguo horno de piedra, echa el cierre definitivo el próximo 30 de abril. Otilia Pérez, actual gerente y panadera, se jubila, y no hay nadie que quiera o pueda heredar el negocio.
Una aldea que se queda huérfana de pan y dulces
Como tantos obradores tradicionales que aún sobreviven por España, la panadería Agustín Fernández apenas es reconocible desde el exterior para el ojo ajeno a este horno de toda la vida. Solo un pequeño cartel identifica el negocio junto a la discreta puerta de entrada, sin escaparate ni más rótulos o señales que quieran llamar la atención a potenciales clientes.
Situado junto a la propia vivienda familiar, abierta sobre una cuesta a la calle Hermida, vía principal que atraviesa la reducida aldea, el negocio es el último horno de pan que se mantenía abierto y en funcionamiento desde que cerró la panadería de Moncho, también muy conocida y querida entre los vecinos. Moncho se jubiló hace ya unos años y sus únicas herederas nunca tuvieron interés por trabajar entre masas.
Tampoco las hijas de Otilia Pérez continuarán con el negocio familiar, aunque en su caso sí han trabajado en el obrador ayudando desde jóvenes a sus padres. Pero es un trabajo muy sacrificado y, a pesar de que la menor sí querría mantener el horno en marcha, la mayor, que cuece el pan por las noches, no quiere quedarse. Y su madre lo entiende perfectamente.
“Yo no digo nada porque es un trabajo bastante preso”, cuenta Pérez en una entrevista de La Opinión de A Coruña. “Son mayores, no las puedes obligar”.
Fue su suegro quien puso en marcha el obrador hace 60 años, que heredó su hijo, el marido de Pérez, encargándose desde entonces el matrimonio de todo el negocio, para el que contarían más tarde con la ayuda de las hijas. Su marido, más mayor, fue delegando tareas hasta limitarse a bajar a cocer las masas, pero hace tiempo que se retiró del todo dejando el trabajo a las mujeres de la familia. Ahora es ella quien ya ha dicho 'hasta aquí'.
Admite sentir pena y nostalgia, pero confiesa sentirse ya agotada de una vida dedicada al horno. “Es un trabajo muy esclavo”, afirma sin rodeos. “Me jubilo y también tengo ganas de descansar”. Como ella misma señala, en los negocios familiares pequeños se vive al día casi sin poder coger ni una baja, pues no hay sustitutos disponibles. Y si no hay relevo generacional, se acabó. “Nos toca cerrar, qué le vamos a hacer”.
Los clientes han recibido la noticia con disgusto y pena, aunque también con comprensión y palabras de agradecimiento a una panadera que también se merece descansar después de una vida entregada al trabajo. Pérez admite sentirse sorprendida por el cariño recibido estos días, con muchos vecinos de Lañas y de otros puntos del municipio que están encargando numerosos roscones estos días para poder congelar y tener reservas un tiempo.
Porque ese horno de piedra, que otorga a las masas una textura y sabor tan particular, se apagará para siempre cuando la panadería eche el cierre. Utilizarlo para el uso del hogar no es una opción factible, y tampoco contemplan la venta. Las grandes dimensiones hacen que, una vez apagado, se necesiten muchos kilos de leña y tiempo para que vuelva a coger temperatura, por lo que no sale a cuenta mantenerlo para asados particulares puntuales.
La Festa del roscón debe continuar
Aunque la panadería seguirá funcionando hasta final de este mes, ya se conocía su despedida tras su última participación en la XIX Festa do Roscón de Lañas, a la que han acudido con un lote extra de sus famosos roscones para suplir la baja de la Confitería Mari, de la vecina Pastoriza, ausente por motivos personales.
El roscón de Lañas es una masa dulce de panadería con forma de rosco, un gran bollo muy tierno que recuerda al roscón de Reyes, pero que en su forma tradicional solo se cubre con azúcar y suele presentar una miga mucho más tierna y jugosa, recordando a la rosca de Pascua gallega. La fama de este producto llevó a la asociación vecinal Fontesvellas a poner en marca la celebración hace ya casi 20 años de la feria y aseguran que la tradición continuará.
Jaime Traba, presidente de Fontesvellas, lamentaba a la prensa el cierre del último local del pueblo, pero afirma que la fiesta seguirá celebrándose mientras la asociación siga activa y haya otros obradores en el municipio dispuestos a participar. Aunque en Lañas ya no queden panaderías que sigan horneando roscones, panes y bizcochos.
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