La Comunidad Valenciana siempre es un reclamo para huir de los últimos fríos del invierno con una escapada durante el mes de marzo. Da igual que echemos un vistazo a la provincia que queramos, pues sus playas se convierten en un reclamo perfecto para darse un capricho de fin de semana.
Buen tiempo, playas perfectas —para pasear o, si somos valientes, para darnos un baño—, un legado histórico y arquitectónico de primer orden y, como colofón, una gastronomía poderosa que sabe ir más allá de los arroces son las garantías de un territorio único.
Sin embargo, es posible que los cantos de sirena de Alicante o Valencia nos seduzcan y dejemos de lado Castellón, una provincia perfecta para disfrutar de dos mundos distintos en el mismo plano con su serrano interior y sus costas.
Así llegamos a Peñíscola, un pueblo cargado de historia, de leyendas marineras y que encima se salpica con un buen puñado de playas que se convierten en el remate perfecto para cualquier viajero, como sucede con la Playa Norte, una playa urbana que, sin embargo, es perfecta para paseos, postales y baños.
Marcada por su legado medieval, la ciudad está dominada por un imponente Castillo que sirvió de refugio para el famoso Papa Luna (Benedicto XIII), aunque no es el único reducto histórico que sirve como panorámica para la ciudad.
Conviene prestar atención al Portal Fosc, que era la entrada a la ciudad hasta el siglo XVIII, que ya da acceso al casco histórico que el rey Jaime I se empeñó en defender con uñas y dientes de las amenazas moriscas y corsarias. De hecho, el lienzo de la muralla sigue teniendo un aspecto renacentista, fiel a las fortificaciones italianas que importaría Felipe II en el siglo XVI.
La Plaza de Santa María, corazón de Peñíscola, y el Parc d'Artillería, ahora museo al aire libre sobre la historia defensiva de la ciudad, son otro par de baluartes de los que quedarse prendados.
Por el otro lado, el Portal de Santa María permite acceder también a la ciudad, que además sirve de paseo marítimo donde descubrir, por ejemplo, el Bufador —un bufadero donde el oleaje resuena y salpica— y su cercanía al Museo del Mar, mirador incluido, que también merece la pena visitar.
Sin embargo, ninguna visita a la ciudad está completa si no se recorre el castillo, que sirvió de fortaleza para Benedicto XIII, que pasaría a la posteridad como el Antipapa, y que en esta fortaleza de origen templario vivió sus últimos días sin reconocer su deposición del papado, habiendo sido en su día Papa de Aviñón, que sería la situación que forzaría años más tarde el llamado Cisma de Occidente.
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Todo ello colegido por un tiempo magnífico en el que los alojamientos turísticos y restaurantes vuelven a abrir sus puertas tras el invierno y porque también es ideal como punta de lanza para iniciar excursiones a otras zonas de Castellón como El Maestrazgo.
Imágenes | iStock Maylat / iStock Amoklv / iStock Ana del Castillo / iStock JackF
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