“Esto no es Heidi y Marco; no vale solo la vocación”: la experiencia de un agricultor ecológico a las afueras de Bilbao

  • Desde hace década y media, este agricultor vizcaíno cultiva dos hectáreas en Amorebieta-Etxano

  • Profesionalización, diseño y conocimiento son los motores de su huerta ecológica

Agricultor Ecologico Vizcaya
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“La agricultura ecológica es la que cuida, mantiene y aumenta la fertilidad de la tierra”. Lo dice Jon Bastante Moreno, que a sus 36 años lleva ya quince años dedicándose a la agricultura ecológica. Toda una vida para este joven de Amorebieta-Etxano, un pueblo plagado de polígonos industriales a las afueras de Bilbao.

Aquí regenta su propia marca, Ibarra Baserria, una huerta de dos hectáreas y media con la que ya empezó a hacer agricultura ecológica en 2009. “No fuimos los primeros, pero sí de los primeros”, explica a pie de campo en una tarde de junio que cubre el cielo vizcaíno de un gris plomizo tibio que anticipa lluvia.

Lejos de mensajes naturistas, Jon Bastante tiene clara una realidad: “Es un sector muy ideologizado y politizado pero los negocios son para ganar dinero y, si palmas pasta, lo estás haciendo mal”. Ajeno a brindis al sol y a participar de un sainete del que es consciente que mueve dinero, Bastante se afana en sacar de su huerta lo mejor de cada temporada.

De aquí salen tomates y pimientos, pero también puerros, lechugas, calabacín, patatas, habas, berzas, brócoli, berenjenas… Lo único que se le resiste son las zanahorias.

Sin ningún vínculo previo con el campo, más allá de que los abuelos tuvieran una huerta en Ciudad Real, de donde emigraron para trabajar en la industria pesada vizcaína en los años 60, Jon Bastante aparcó una carrera como informático para formarse en la Escuela Agraria de Derio.

“Pasas de picar código donde no ves los procesos a ver todo el proceso de la planta, que es mucho más tangible”, ilustra. Una realidad en la que también reivindica la dureza de un trabajo que no entiende de vacaciones.

De picar código a manejar la azada

Jon Bastante Moreno Bastante tiene arrendadas dos hectáreas de huerta a las afueras de Amorebieta-Etxano, su pueblo, en las que lleva alquilado 15 años.

En verano libra 15 días, que aprovecha para ir con su pareja e hijos a Asturias. Esas dos semanas son las que su padre se queda al frente del huerto. Aquí emplea también a dos personas, demostrando que el campo bien tratado da dinero y sostenibilidad económica.

“Llega mucha gente para meterse a agricultor pensando que esto es fácil y son muchos los que lo dejan”, explica. También advierte de que “ahora somos menos agricultores, pero con más superficie de producción y más volumen”.

Desmontando mantras. Jon Bastante aclara que toda esa romantización no es positiva. “Aquí hay que saber de química, de botánica, de entomología, de soldadura, de fontanería…”, enumera.

Img 8020 Trabaja más de 200 variedades distintas de vegetales, aunque los más relevantes son los tomates, los pimientos –como las piparras– y los puerros.

Aun así, a Jon Bastante no solo le gusta lo que hace, sino que le va bien y los números salen. El grueso de su producción lo vende en mercados de Vizcaya como el de Amorebieta, el de Balmaseda o el de Gernika. También vende a hosteleros, pero pocos, como cuenta. Uno de ellos, que se pueden glosar con los dedos de una mano, es Beñat Ormaetxea, del restaurante Jaureguibarria, también en Amorebieta.

Minifundismo y ecologismo en la misma ecuación

Img 8043 El 65% de su producción se comercializa a cliente final, bien a través de mercados de productores o bien a través de una tienda de productos autogestionada entre varios.

“Empezamos casi a la vez”, relata Beñat, que es quien nos ha presentado y guiado hasta Jon. “Llegó un día al restaurante para dejar unos tomates y que los probásemos”, recuerda. Desde ese entonces, Jon surte a Beñat de buena parte de las verduras y hortalizas que usa en el restaurante.

Sin embargo, es el cliente particular del que depende Jon Bastante, que también hace talleres para escolares en su huerta o da clases en la Escuela Agraria de Derio. “Hay gente que se ha pensado que esto es Heidi y Marco pero no es una cuestión solo de vocación, hay que echar horas y estudiar”, resume sobre el advenimiento de perfiles urbanos que luego acaban desertando de la agricultura.

Img 7973 Beñat Ormaetxea (izq) es uno de los pocos hosteleros con los que Jon Bastante (dcha) trabaja directamente. Lo hacen desde hace 15 años.

En búsqueda activa de terreno, como él mismo dice, Jon Bastante topa con un problema añadido: la falta de suelo. “Aquí estamos arrendados”, comenta, pero queremos comprar nuestra propia parcela. Sin embargo, el legendario minifundismo vasco y la cerrazón de los propietarios lo dificulta.

“Aquí se dice eso de soldue fastue, que significa ‘vendido perdido’ y mucha gente tampoco vende pensando que alguna vez van a poder construir en esos terrenos”, lamenta. En cifras, le han llegado a pedir hasta 180.000 euros por una hectárea. Para hacernos una idea, una hectárea de buen viñedo en Rioja Alavesa puede costar 60.000 euros.

El equilibrio entre tradición y formación

Con los pies en la tierra (muy literalmente) y la vista puesta en el futuro, Jon Bastante ilustra un camino en el que considera que lo lógico es encontrar “un punto medio entre el conocimiento tradicional de los baserritarras y lo técnico” que necesariamente pasa por “profesionalizar el sector” y evolucionar esa “agricultura cantábrica, que era de subsistencia”, al contrario de lo que sucedía en el centro y sur de España.

Img 8068 Una de las dificultades que encuentra Bastante Moreno es el de la adquisición de un terreno propio, algo complicado en Vizcaya.

Ante eso, formación y no dejar que las ocurrencias o las casualidades sucedan y que, en caso de que lo hagan, le pillen prevenido. “Hay que buscar el punto de equilibrio entre lo planificado y lo improvisado porque nunca hay dos años iguales”, reflexiona.

Por eso, su mes favorito para trabajar es el de diciembre. “Ahí es cuando planeas todo el año. Diseñas, ves lo que quieres plantar, cómo, cuándo…”, relata. El resultado se verá meses después, pero el éxito de sus productos hace que hasta las personas de caseríos cercanos los compren.

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“Lo que falla es no hacer la venta de un producto con cara”, considera, pero la cara sin calidad no garantiza la venta. “La gente tiene miedo a acercarse al puesto ecológico porque piensas en sablazo”, lamenta, pero explica desde que han empezado a poner los precios en el mercado “la gente ve que no es tan caro, que es de aquí y como está bueno, repiten porque los precios no están lejos de lo que ven en el supermercado”.

Imágenes | Jaime de las Heras

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