Una cuestión de modas ha cambiado la fisonomía de nuestros pueblos y llenado de polémicas las restauraciones
Hay dos Españas, al menos en lo arquitectónico, cuando hablamos de pueblos. Una se viste de piedra, que asociamos tradicionalmente a la zona norte de España o, cuanto menos, en la submeseta norte. La otra España, la más meridional, encala sus pueblos de blanco.
Una dicotomía arquitectónica que contrasta dos paisajes bien diferenciados y que nos hace pensar que históricamente la arquitectura y el diseño siempre fue así. Sin embargo, que los edificios de España presuman de piedra no es ni mucho menos una tradición. Basta tirar de Google y buscar imágenes históricas de pueblos y ciudades para comprobar que España, con sus más y sus menos, se vestía de blanco.
O no lo fue hasta hace apenas un siglo, año arriba o año abajo, momento en que las casas del norte de España empezaron a mutar hacia los tonos de la piedra en detrimento del blanco. Por ejemplo podemos tomar aún hoy en municipios y pueblos del Cantábrico, como sucede en lugares como Cudillero, Comillas o Getxo, donde las casas siguen encaladas en muchos casos.
Tierra adentro la realidad ha cambiado, apostando por la piedra como la cara visible de la mayor parte de construcciones históricas en nuestro país. Prácticamente, cualquier pueblo de interior habrá abandonado los tonos blancos que, sin embargo, habían sido habituales hasta el siglo XX, momento en que España aparcó el blanco y volvió a la piedra.
Lo cierto es que, más allá del mito —cierto— de que el blanco refleje la luz, motivo que hace que la mayor parte de las construcciones estuvieran encaladas y así siga siendo en buena parte de Andalucía, quizá la comunidad donde más se aprecie este contraste, España vestía de cal sus casas y lo hacía por varias razones, tal y como se desentraña en el hilo de Twitter del historiador del arte Miguel Ángel Cagigal, conocido como El Barroquista en esta red social.
La primera es que la piedra es un material que aísla peor, tanto el frío como el calor. Por ese motivo, las casas se enjalbegaban para mejorar su aislamiento térmico. Además, estos revoques de cal permitían que la piedra, más delicada —aunque parezca irónico— sufriera menos las inclemencias de la humedad, por poner un ejemplo.
A ello debemos sumar las virtudes de conservación que el encalado permite. Pongamos por caso cualquier típica construcción de sillería en una zona relativamente húmeda como pudiera ser Galicia, incluso en el interior. La lluvia favorece la creación de mohos, además de penetrar entre las rendijas que separan los sillares y sillarejos, piedras labradas de pequeño tamaño que suponían la construcción habitual de las casas y edificios.
Gracias al encalado, la lluvia no penetraba en estos sillares, como tampoco lo hacía el frío —no en la misma medida— y también favorecía la defensa contra el calor intenso. Además, favorecía que estas paredes no se desgastasen de la misma manera. Algo que en las zonas de costa entienden muy bien, pues la salinidad y humedad de la zona también justifica la necesidad de recurrir a la cal como elemento protector, evitando que un exceso de erosión dañase los muros de piedra.
De hecho, la ironía está en que eran las casas de las personas más humildes las que tradicionalmente lucían la piedra vista, pues no podían permitirse revocar de cal sus paredes. Sin embargo, desde hace unos cuantos años, la piedra vista se observa como una señal de poderío económico.
Una realidad que también alude a otros materiales constructivos, pues aun así la piedra era más cara que las casas que se levantaban con barro (adobe) y cañas, que era lo más asequible en muchos puntos de España. Por ese motivo, ese tipo de construcciones —como las alquerías y barracas, muy expuestas a la humedad en la zona del Levante— debían ser revocadas de blanco para aumentar su durabilidad.
Por este motivo también se conoce a esta técnica como enlucir que realmente no es dotar con un material —cal, yeso o estuco— una superficie para hacerla más tersa. Algo que incluso se hacía en los interiores, pues el encalado en las estancias permitía también reducir la humedad doméstica, la cual está asociada tanto al desarrollo de mohos y hongos como a dificultades respiratorias.
Sin embargo, el siglo XXI ha acabado pensando que las casas del norte de España siempre se edificaban con piedra vista, mientras que el sur se vestía de blanco cuando la realidad es que toda España, con ciertos edificios excepcionales, iban de inmaculado blanco por razones de conservación.
Ahora es más barato pagar sistemas de calefacción, o más accesible para la mayoría de las personas, y las condiciones de vida son mejores que hace cien años, razón por la que la piedra vista, además de tenerse en consideración como más elegante, han ido dejando de lado las paredes blancas.
Imágenes | iStock
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