El mes de agosto está marcado a fuego en el calendario del indie rock español y Aranda del Duero (Burgos), uno de los epicentros de Ribera del Duero, convertida en lugar de peregrinaje de miles de festivaleros que acuden al Sonorama.
En no menos rojo, sin embargo, está marcado el mes de septiembre en la ciudad, momento en que empieza a bullir al ritmo de las vendimias de las numerosas bodegas que la pueblan y sus alrededores, incluyendo una Gran Fiesta de la Vendimia a finales de septiembre que se celebra desde hace cuatro años y que es la responsable de señalar en tinto a la ciudad.
Entre medias, bodegas subterráneas que horadan la ciudad, planes de enoturismo por doquier que se replican por los alrededores y un homenaje perpetuo al lechazo, santo y seña del horno castellano, que se convierte en el tercer protagonista de nuestro idilio.
Puede ser asado, evidentemente, que lleva la voz cantante en la mayoría de restaurantes y asadores que en la ciudad se replican, pero no menos importante son las chuletillas de lechazo, igualmente tentadoras, y que también merece la pena probar.
Hoy, para aquellos amantes del indie, del enoturismo y de la carne, tenemos un plan infalible para pasar 48 horas en Aranda del Duero en cualquier momento y conocer, comer y disfrutar de una ciudad con muchos encantos.
Día 1: arte sacro y enoturismo histórico
Nuestro primer día lo vamos a consagrar al centro de Aranda del Duero, una ciudad con un encanto renacentista espectacular, período de florecimiento de la villa a costa del vino y su situación de cruce de caminos en las rutas hacia el norte de España.
Prueba de ello es parte de su arquitectura religiosa y la distribución de la ciudad, aún embridada por algunos retazos de la muralla medieval que guarnecía la ciudad, acodada por un enorme meandro del Duero. Bajo su suelo, decenas de lagares históricos que servían como bodegas hasta hace no tantos años y con ejemplos que aún hoy se pueden visitar.
Mañana: de iglesia a iglesia y tiro porque me toca
Como en buena parte de Castilla y León, el patrimonio arquitectónico sacro cobra una gran relevancia turística, incluso para un público agnóstico o no creyente. Empezar la ruta histórica de Aranda del Duero bien merece acercarse a la monumental Iglesia de Santa María la Real, un templo gótico del siglo XV.
Impresionante, tanto por su portada, ejemplo de policromía de la que aún se conservan detalles, monumental y por su no menos llamativo interior, donde destaca el tamaño de las tres naves y el crucero, es una parada casi obligada en los caminos del viajero arandino. No dejes de prestar atención a la escalera del coro y al llamativo púlpito, ya renacentista, que se yergue en la nave central.
Más discreta y no lejos de la anterior se encuentra la otra gran iglesia de la ciudad, la de San Juan Bautista, que es todavía anterior a Santa María la Real. De carácter gótico y con una torre fortificada que en su día fue parte de las defensas y murallas de Aranda, es igual de impresionante gracias a su elegante portada.
Aquí además tenemos un alto perfecto para seguir conociendo el patrimonio artístico y religioso de la zona, pues alberga el Museo de Arte Sacro de Aranda del Duero, que reúne piezas de iglesias que han ido desapareciendo de otros pequeños pueblos de la zona y aquí se exponen.
Comida: primer asalto al lechazo
Los nombres de asadores que se vienen a la mente a la hora de catar lechazo en Aranda de Duero son decenas y casi todos son infalibles, pues podemos encarar desde el centro de la ciudad, a través de la Plaza del Trigo, una de las arterias principales arandina, la calle Isilla.
Allí espera Casa Florencio (Calle Isilla, 14), uno de los asadores con más tradición y renombre de la ciudad, con más de 70 años a sus espaldas y que aún hoy conserva ese espíritu de asador castellano y su decoración. Clásico y perfecto para apostar por los asados de calidad, su carta aún así innova y su barra, atestada de pinchos, también es una buena opción para empezar el día.
La gran ventaja que ofrecen, además de salones amplios, es la de distribuir varios menús cerrados que permiten a grupos grandes elegir una propuesta amplia que sirve para conocer todo lo que la zona ofrece. El más sencillo es el tradicional, que ofrece ensalada, lechazo, aperitivo de la casa, vino de Ribera y torta de Aranda como postre, pero hay otras opciones que incluyen sopas de ajo castellanas, revueltos de patatas o mollejitas con boletus.
Tarde: la Aranda desacralizada y la historia del vino
Bañada por tres ríos (Duero, Bañuelos y Arandilla), la historia de Aranda es la de una suerte de isla casi flotante que tenía un carácter inexpugnable debido a su altura y a estos 'fosos' naturales. Para comprender un poco mejor la historia de la ciudad es conveniente acercarse al Puente de las Tenerías, de origen medieval y que cruza el Bañuelos, desde donde podemos empezar otra ruta vespertina para recorrer la ciudad.
Avisamos —aunque habrá quien lo sepa ya— que Aranda es castellana pero no llana, ya que tiene bastantes cuestas, sobre todo si subimos desde las orillas del río, así que habrá que andar un poco. A la subida del puente es interesante hacer un alto en la puerta en la Antigua Puerta del Postigo de Santa Ana, hoy desaparecida pero con un letrero que avala su presencia. Cerca están las calles que dieron vida a la Judería de Aranda, en lo que era la parte nueva de la ciudad medieval, y de la que quedan pocos restos, aunque se sabe que había una sinagoga allí.
Encarados ya de nuevo en el casco histórico, es la opción perfecta para descubrir la enología y vitivinicultura tradicional de la zona. Lo mejor es acercarse al CIAVIN (centro de interpretación del vino), donde a través de visitas guiadas se enseña cómo se hacía el vino de manera tradicional aquí y la importancia de las bodegas subterráneas de la localidad (aún hoy quedan 135), incluyendo una recreación de una de ellas, bautizada como la Bodega de las Ánimas.
Cena: Aranda, una ventana abierta a lo gastronómico
Es evidente que podríamos seguir bailando Aranda al ritmo del lechazo, pero por alternar y dar un cambio de tuerca, vamos a apostar por algo más de picoteo. Un sitio perfecto para hacerlo es El 51 de Sol (C/ Sol de las Moreras, 51), el establecimiento que regenta el chef David Izquierdo, que ofrece menús degustación, pero también raciones y pikas, cómo él las llama.
De aquí no habría que irse sin probar el perrito castellano, las lascas de foie en teja o la hamburguesa a la parrilla en torta de Aranda, en cuanto a las raciones, la morcilla frita, los chipirones a la parrilla y las bravas también merecen que hagamos un alto. Todo ello se redondea con una carta de vinos de la zona bastante amplia y con opciones por copa que está bastante bien de precio. También es muy gastronómico y el restaurante merece muchísimo la pena, así que también os podéis sentar a disfrutar de su carta sin complejos.
Día 2: enoturismo más allá de la muralla
Puede resultar injusto delimitarse en un viaje a Aranda de Duero y no conocer algunos de los pueblos de alrededor, muchos de ellos a apenas 20 kilómetros, alojan a algunas de las grandes bodegas de Ribera del Duero como Portia, Pagos de Anguix, Dominio de Calogía, Hermanos Pérez Pascuas, Tarsus, Bodegas Áster, Pradorey o Finca Torremilanos.
No menos injusto es dejar a pueblos como Gumiel de Izán, Moradillo de Roa, La Horra, Anguix, Peñaranda de Duero o Montejo de la Vega de la Serrezuela sin hollar, pues por patrimonio histórico, arquitectónico y natural también merecería la pena asomarse a ellos, pero nuestro 48 horas es finito.
En la segunda jornada arandina os vamos a proponer un par de acercamientos enoturísticos muy a mano de la propia ciudad, incluyendo uno que ofrece alojamiento de primera categoría y que podría ser vuestra base para conocer la zona como es Finca Torremilanos.
Mañana: Finca Torremilanos, historia y biodinámica
Aunque lleva ejerciendo como bodega desde hace casi 120 años, es a mediados de los años setenta del siglo XX cuando la familia Peñalba López se hace con la propiedad, que hoy ocupa 200 hectáreas, todas suyas, y que además tienen el marchamo de ser biodinámicas.
Todo ello aloja una bodega moderna y reformada, que se ha consolidado junto a la construcción de un hotel de cuatro estrellas (en el año 2000) y de un restaurante, abierto en 2006, que permite que este lugar sea un punto de partida perfecto para nuestras rutas, pues está muy cerca de la A1 y a apenas 10 minutos de Aranda de Duero.
Los Cantos de Torremilanos 2019. DO Ribera del Duero
Además de hacer tres tipos de recorridos, desde uno corto, con solo cata a otro con un breve paso por bodega, Finca Torremilanos (N-122, km. 274, 09400 Aranda de Duero, Burgos) también tiene la particularidad de ser una de las pocas bodegas que se encargan de fabricar sus barricas, por lo que es un plan perfecto para ver viñedo, bodega, tonelería y cata en un mismo espacio.
Las visitas solo se hacen los sábados y domingos, y en el caso de pedir la experiencia prémium, donde se catan algunos de los vinos más selectos de la bodega, se debe realizar un aviso con antelación para poder organizarla.
Comida: Aranda para el siglo XXI
Si El Sol del 51 era un ejemplo de la nueva Aranda y de modernidad, no menos moderna es la propuesta que brinda Cumpanis Casa de Comidas (Plaza de la Constitución, 2), donde el chef David Mota hace una cocina divertida y con muchos guiños orientales y latinos que se salen de lo establecido en Aranda.
Si venimos de una ciudad grande con una oferta abundante de este tipo de cocina quizá no sea lo que pidamos, pero es un local original y la apuesta por el producto, sobre todo local, es clara en un montón de preparaciones que además son fáciles de racionar y compartir, por lo que es un sitio perfecto para comer y probar de todo o incluso para cenar.
Yo no me marcharía sin probar el bao de pollo frito, los raviolis de morro, los tacos de lechazo con salsa hoisin o la oreja de cerdo con mojo canario y nikkei. También trabaja muy bien el pescado, como el bonito confitado en grasa de foie o la corvina en sashimi. El ticket medio, sin hacer demasiados alardes, se puede ir a los 50 euros por persona con bastante facilidad pero merece mucho la pena. PD: Deja hueco para el postre.
Tarde: un enoturismo desde el tiempo de los Reyes Católicos en bodegas Pradorey
Aunque bodega Pradorey (Carretera Aranda Km. 66, CL-619) es relativamente joven (se fundó en 1996), la finca donde cobra vida tiene una centenaria historia que incluye haber sido propiedad de la reina Isabel la Católica a principios del siglo XVI. Luego pasó a manos del los ancestros del Duque de Lerma, que erigió un palacio bastante cerca para dar cobijo al rey Felipe III, y que hoy es La Posada de Pradorey, un encantador complejo con apenas 18 habitaciones que está a apenas 10 minutos del centro de Aranda.
Sr. Niño 2021. DO Ribera del Duero
En cuanto al enoturismo, Pradorey ofrece visitas guiadas, paseos por los viñedos, juegos sensoriales y catas maridadas con varios de sus vinos. Además, cuentan con una tienda donde comprar algunas de sus pequeñas joyas, incluyendo vinos de finca, vinos de autor y una selección de vinos más que curiosos como El Cuentista (un vino blanco hecho con uva tempranillo, es decir, un blanc de noirs) o Sr Niño, un tinto 100% tempranillo con maceración carbónica y fermentación espontánea.
Pradorey Finca Valdelayegua Crianza 2018. DO Ribera del Duero
Entre los grandes tesoros, vinos accesibles como Adaro, Finca Valdelayegua o Pradorey Élite, además de una importante gama que embotellan como Pradorey en crianza, blancos y rosados que también merece la pena adquirir en bodega.
Cena: el broche de oro del clasicismo
Aunque si nos alojamos en La Posada de Pradorey podemos cenar allí, también podríamos dejar nuestra tarjeta de visita de nuevo en Aranda, ahora volviendo a los puntos más clásicos de la ciudad como podría ser El Lagar de Isilla (Calle Isilla, 18) o Asador José María (Calle Carrequemada, 3), dos de los establecimientos con más solera de la capital ribereña, aunque el primero cierra los domingos por la noche.
La carta de El Lagar es amplia e incluye una buena selección de ensaladas, platos para picar (la morcilla y el chorizo son infalibles, así como las mollejas), bastantes recetas con setas que en temporada se agradecen y muchos pescados, brasa incluida. También el ritmo de la carne lo marca el lechazo, pero también chuletas, entrecots y solomillos, además de una apuesta cerrada con un menú arandino con ensalada de pimientos, pincho de chorizo y lechazo, secundado por los vinos de la casa, que está muy bien de precio y de calidad.
En Asador José María, otro referente, el tempo también lo marca el lechazo pero no se queda atrás el tostón asado (así se llama al cochinillo en estas tierras), que se marchan en horno de leña, fiel a los cánones arandinos, también se disfruta mucho de los platos de cangrejos de río guisados, de las mollejitas a la brasa y de carnes potentes como chuleta y solomillo.
Imágenes | iStock / Finca Torremilanos / Bodegas y Viñedos Pradorey / Turismoburgos.org / Cumpanis Casa de Comidas / El 51 del Sol
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