Con vistas a la Plaza de Neptuno, pero para sumergirse en el estilo del bistró parisino
Reconozco que me encantan los crepes, al punto de que, sin ánimo de chulear, soy un artista haciéndolos, pero tengo sentimientos encontrados a este clásico de la cocina francesa: no me gusta que sean dulces.
O, para ser más exactos, no me gusta que sean aparatosamente dulces. Quizá suene a contrasentido, pero considero al crepe un elemento elegante, fino y con suficiente presencia como para no emborronarlo con una cantidad indecente de azúcar o de procesados.
Por eso no suelo comulgar con los crepes rellenos de nutella o de otras cremas de chocolate. No tengo nada en contra de que haya gente que los idolatre, pues no seré yo quien proteste por los gustos del vecino, pero a mí no me convence.
Me parece, salvando mucho las distancias, como ponerse un chubasquero de plástico sobre un vestido de Chanel; o como añadir gaseosa a un Vega-Sicilia; o como, siguiendo con el cantar gastronómico, echarle kétchup a un solomillo.
¿Se puede hacer? Sí. ¿Yo lo haría? No. ¿Te gusta hacerlo? Estupendo. Este alegato viene a raíz de un descubrimiento para los fieles de la merienda de cafetería, que somos muchos, y de un restaurante sorprendente y nonstop que ha abierto recientemente en el corazón de Madrid.
Hablo de Chez Madrid, en la plaza de Canovas del Castillo, que es como oficialmente se llama la plaza de Neptuno, que es como todo el mundo –madrileños y turistas– conoce a esta glorieta que vertebra el Paseo del Prado y que es archifamosa para los aficionados al Atlético de Madrid por celebrar aquí sus triunfos.
También, más allá del fútbol, Madrid pone cara a la plaza por ser el epicentro del que hasta hace no tanto era el corazón de la gran hotelería de lujo madrileña, ya que aquí están el Mandarin Oriental Ritz Madrid y The Westin Palace, los cinco estrellas de más solera de la escena capitalina.
Pero no nos enredemos: vengo a hablaros de meriendas y de brunches al estilo parisino a costa de Chez Madrid, una de las últimas aperturas del Larrumba Carbón Holding, que ha convertido en bistró todoterreno este esquinazo y donde la carta se sumerge en clásicos de la cocina francesa.
Chez Madrid no desentonaría en el boulevard de Pigalle, ni en la subida al Sacre-Cœeur. Entrecot con salsa strogonoff, lenguado a la meunière, mejillones al vapor con patatas fritas como tributo al moules et frites belgas, pero sobre todo: los reyes de la barra, de la merienda y del desayuno.
Por un lado, el croque monsieur, arquetipo del sándwich gocho francés, con su queso, su jamón y su bechamel, que se puede disfrutar todo el día. Por el otro, mi alegato para defender un mundo del crepe distinto, donde aquí sirven una alternativa tan sencilla como los crêpes au citron, que no es otra cosa que crepes al limón.
Basta un crepe, basta un poco de azúcar glas y basta una gasa que envuelve un gajo de limón, que se sirve directamente, para triunfar con una receta que no necesita adornarse con nutella, caramelo ni tiene que disparar nuestra culpa o calorías.
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