Fueron, en su día, las termas más grandes de todo el imperio
No hay nada mejor que salir un poco en la tele –o en el cine– para que tu popularidad se multiplique. El que seguramente jamás lo habría esperado es el emperador romano Caracalla, protagonista involuntario de la secuela cinematográfica Gladiator II, donde se convierte en uno de los villanos de la película (que está llena de villanos).
Más allá de los errores de bultos sobre historia y anacronismos en los que recae Gladiator II, como viene siendo habitual en Hollywood, el retrato que se hace del emperador Caracalla es particularmente sangrante.
No vamos a entrar a valorar si Gladiator II es una película que merezca o no la pena. Esa tarea se la dejamos a nuestros compañeros de Espinof, que ya han despiezado con mimo la última película de Ridley Scott.
Lo que sí se puede valorar es la pésima impronta que se refleja del emperador Caracalla en la película, al que no solo se deja como poco menos que un botarate sifilítico y débil de mente a merced de su hermano Geta, sino que se omite, para arrimar el interés a la trama, su buena relación con el ejército romano.
No es, tampoco, generalmente buena la historiografía sobre Caracalla. Y esto es fruto en buena medida de que los intereses tras su asesinato –y parte de los testimonios históricos que se recogieron después de este– estaban condicionados por los 'contratadores' de estos reflejos: el senado y los patricios romanos a los que Caracalla ayudó más bien poco.
Sea como fuere, lo que sí sabemos es que Caracalla, más allá de gobernar por y para el ejército, es que dejó uno de los testimonios más claros de la grandilocuencia arquitectónica imperial en su breve carrera.
Cómo eran las Termas de Caracalla
Para ello nos debemos acercar a Roma, capital de aquel mundo, y descubrir las famosas Termas de Caracalla, erigidas entre los años 212 y 217. Proyectadas durante el reinado de su padre (Septimio Severo), Caracalla impulsaría la construcción de estos baños públicos, los segundos más grandes en la historia de Roma (solo detrás de las de Diocleciano, ya en el siglo IV). No obstante, a las Termas de Caracalla también se las conoce como Termas Antoninas (Thermae Antoninianae, en latín).
Hablamos de un espacio que supera los 100.000 metros cuadrados (unas ocho veces el terreno de juego de un campo de fútbol), que se extendía por 16 hectáreas y llegaba a tener una altura de hasta 40 metros.
Las Termas de Caracalla, las mayores de su tiempo, tenían capacidad para 1.600 personas al mismo tiempo, así que se calcula que unos 8.000 romanos las disfrutarían a diario.
Parte de la grandeza de las termas está, por ejemplo, en que se desviase flujo de agua desde el acueducto Aqua Marcia para abastecerlas o que aquí se diseñase un hipocausto especialmente práctico. Este sistema, ya muy utilizado en Roma, permitía calentar con leña en un espacio inferior el agua, proyectándola luego por diversas tuberías para dotar de agua caliente al resto de instalaciones.
A todo ello se deben sumar las esculturas, frescos y mosaicos que adornaban la construcción, que permanecería en uso hasta el siglo VI, cuando se abandonaron y se cortó el suministro de agua. Además, en el siglo VIII, un terremoto terminaría de dañar la estructura, derrumbando la mayor parte de los tejados.
No obstante, las Termas de Caracalla conservan buena parte de su fisonomía, incluyendo paredes y mosaicos con los que el suelo estaba adornado, constituyendo una de las paradas más habituales de los turistas ávidos de recuerdos de Roma imperial.
Imágenes | Turismo Roma / Pcdazero en Pexels / Italia.it
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