Es curioso comprobar cómo la evolución de las sociedades y culturas han ido pergeñando las costas como lugares poblacionales. Estar al lado del mar ha significado desde tiempos inmemoriales tener una buena cantidad de virtudes, pero también de riesgos.
Los pueblos marineros y pesqueros, ahora cargados de encanto bucólico, se han convertido en estampas de Instagram y encontrar localidades detenidas en el tiempo es casi un milagro. La realidad de algunos de estos municipios, independientemente de donde hablemos, es hablar de la evolución de la demografía humana en el último siglo a marchas forzadas.
Sin embargo, hubo un tiempo en que vivir cerca del mar no era una bicoca. Ahora, para el que es pescador, tampoco lo es, pero los pescadores han dado paso a las segundas residencias, a los retiros dorados y a un turismo masivo que busca mejores condiciones de vida. Razón por la que las costas españolas están plagadas de jubilados europeos que han encontrado en el sol y playa su modus vivendi ideal.
Antes no era así. Vivir cerca del mar significaba, entre otras cosas, depender de la pesca en la mayoría de casos. También el mar ha sido una puerta de entrada milenaria para el comercio, pero también significaba un riesgo añadido ante la presencia de corsarios, piratas y saqueos.
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Hoy nos parece una lección de historia, pero hay casos paradigmáticos, como los que encontramos en las Islas Canarias, donde las 'capitales' insulares eran localidades de interior como sucede en Lanzarote, con Teguise, o con Betancuria, la antigua capital de Fuerteventura.
La moneda de vivir cerca del mar podía significar cara, pero también cruz. Ahora, no obstante, son destinos que abrazamos a manos llenas. Por eso, la discreta localidad de Las Negras, en Almería, aún alejada del turismo masivo, de los guiris y de las empresas hoteleras es una rareza en el litoral andaluz.
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Casas encaladas, playas de arena y piedra y estrechas calles son el testimonio de una localidad que habla claramente de ese pasado de durísima supervivencia que hoy sirve para idealizarlo turísticamente como un destino casi virgen. Cuestión de gustos, evidentemente.
Pretender que una localidad así presuma de historia o arquitectura es un error. Aquí lo que presiden el discreto pueblo son sus casitas, o las caminatas por el antiguo volcán Cerro Negro o por el territorio casi lunar que le rodea.
También se puede acercar desde aquí a Cala San Pedro, una playita escondida solo accesible a pie o por mar en la que quedan las ruinas de un castillo de costa, aunque aquí lo que sorprende es la comunidad hippie y autosuficiente que allí vive.
Fotos | Soy de Almería, Parque Natural Cabo de Gata, Turismo Andalucía