El secreto de la durabilidad de los monumentos de la antigua Roma estaba en su cemento, pero hemos perdido la fórmula

Más de 2.000 años después no hemos sabido dar con la 'receta' exacta

Cemento Romano Misterio Durabilidad
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Puede que se nos haga raro ver cómo, 2.000 años después, hay construcciones de la antigua Roma que siguen en un magnífico estado de conservación. Curioso también, igual que resulta paradigmático que suceda lo mismo con edificaciones milenarias de la Edad Media, como catedrales e iglesias.

Más aún en tiempos donde la cimentación ni estaba ni se la esperaba. Quizás esto también sea algo que nos choque, pero las certezas de la cimentación de manera masiva no se produjo hasta ya bien entrado el siglo XIX. Sí ha habido ejemplos de construcciones cimentadas, pero solo sobre terrenos especialmente blandos o lacustres, que permitían colocar vigas o cimientos, fueran de piedra o madera.

Sin embargo, la cimentación tal y como se conoce hoy es algo relativamente moderno, pues conseguir penetrar en la piedra o en la tierra hasta grandes profundidades era algo complicadísimo con medios manuales. Por este motivo, las construcciones antiguas estaban sobredimensionadas en su estructura para que el reparto de pesos consiguiera dotarlas de estabilidad.

Pero más allá de esa durabilidad, encontramos ejemplos en la arquitectura de la antigua Roma que no hemos sabido replicar en la actualidad y que han permitido que algunas de sus construcciones sean especialmente duraderas con algo tan elemental como el cemento.

Pensar en una construcción del siglo XXI que deba aguantar 2.000 años se nos antoja complicado. Sin embargo, vemos cómo aún hoy permanecen en pie vestigios de la antigua Roma como el Anfiteatro Flavio, en la capital italiana, o las impresionantes Arenas de Nimes, el anfiteatro mejor conservado del mundo.

También encontramos ejemplos como el puente Fabricio, también en la ciudad de Roma, que lleva más de 2.000 años en uso y aún hoy sigue permitiendo el paso de transeuntes, o el puerto de Trajano, en Ostia, ejemplo de durabilidad en su impresionante malecón. Y todo, como decimos, pasa por el cemento. Algo que también sucede en la cúpula del Panteón de Agripa, también en la capital romana –construido alrededor del año 113 después de Cristo– y que es, casi dos milenios después, la mayor cúpula de hormigón no armado del mundo.

Anfiteatro Flavio Colosseo Turismo Romas Coliseo de Roma. ©Turismo de Roma.

¿Qué tenía de especial el cemento romano? Aunque no se sabe con precisión la fórmula, lo cierto es que hay escritos antiguos que citan su fortaleza y durabilidad, así como parte de sus 'ingredientes'. De hecho, Marco Vitruvio Polión, el mayor tratadista arquitectónico de la Antigüedad clásica (y arquitecto de cabecera de Julio César (y sí, el mismo al que Leonard da Vinci dedicaría su particular Hombre de Vitrubio– dejó escrito en De Architectura parte del misterio.

Allí avala que el cemento romano se componía de una parte de cal por tres partes de puzolana, la palabra que va a explicar parte de este milagro. La puzolana es una arena volcánica que se extraía en Campania, en el sur de Italia, originada a través de las erupciones de volcanes como el mítico Vesubio.

También de cómo se utilizaba en construcciones acuáticas, como los citados malecones, donde se usaba una parte de cal por dos de puzolana, que explicarían un misterio mayor: cómo conseguían un cemento más resistente con el paso del tiempo. Podría parecer un contrasentido, más aún cuando se exponía el cemento a las corrientes marinas y a la erosión, pero nada más lejos de la realidad.

Anfiteatro de Nimes El anfiteatro de Nimes se erigió en el siglo I después de Cristo. ©Nimes Tourisme / O. Maynard.

Sin 'pretenderlo', los romanos descubrieron un mineral que se llama tobermorita aluminosa, que se formaba con el contacto del agua de mar y el propio hormigón. En esta reacción, disolvía parte de la ceniza volcánica de la puzolana, generando nuevos minerales y cristales que, con esta reacción, fortalecían la propia construcción. Un elemento que, curiosamente, también se ha dado en la formación natural de la isla Surtsey, en Islandia, de lo que se hacía eco la revista Nature, con apenas 60 años de vida.

El 'milagro' también ha sido estudiado por el Lawrence Berkeley National Laboratory estadounidense, que comprobó que el agua marina generaba esta reacción con la cual se podía conseguir un cemento más resistente, que justificaría su uso romano.

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Ahora queda por ver si en el siglo XXI podríamos aprender algo más de los romanos, aunque sea en la fabricación de hormigones que, además, podrían ser más sostenibles y duraderos que la mayor parte de los cementos convencionales modernos.

Imágenes | Turismo de Roma / Nimes Tourisme & O. Maynard / Turismo de Italia

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