No llegan a 2.000 los habitantes que actualmente están censados en el pequeño pueblo de Guadalupe, en el noreste de la provincia de Cáceres y enmarcado dentro de la mancomunidad de Villuercas-Ibores-Jara. Sin embargo, su relevancia histórica es inversamente proporcional a su densidad de población.
Reputado a nivel internacional por el impresionante Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, adscrito a la lista de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco desde 1993, este tranquilo pueblo cacereño ha hecho del monasterio su piedra de toque turística.
Erigido en el siglo XIV, cuando se le empieza a considerar monasterio, lo cierto es que ya previamente había sido santuario y priorato, siempre bajo la advocación de la Virgen de Guadalupe, cuya talla habría encontrado en el siglo XII un pastor en el río Guadalupe (de ahí todo el nombre que luego sigue a la leyenda) y que, curiosamente, guarda bastante parecido con la aparición mariana que sucedería en México en 1531.
Lo cierto, leyenda o no, es que el mito guadalupano se multiplicó y se la considera no sólo la patrona de Extremadura y de México, sino de toda Hispanoamérica, razón por la que es muy habitual encontrar una gran disparidad de acentos hablando español en las visitas al monasterio.
Cumbre arquitectónica de varios estilos consecutivos, el Real Monasterio es uno de los mejores ejemplos de conservación de arquitectura religiosa en España, encontrándose en él testimonios que van del gótico al neoclásico.
Aunque resumir en unas cuantas líneas todo lo que alberga el monasterio es una osadía, sí hay ciertos elementos que no se deben pasar por alto. La iglesia, consagrada a la Virgen de Guadalupe, es uno de esos grandes ejemplos de mistura arquitectónica donde encontramos una construcción gótica cuya decoración, con profusos policromados y telas, es plenamente barroca.
No menos relevante es la sala capitular, que mantiene frescos góticos, ya del siglo XV y sus claustros —tanto el gótico como el mudéjar—, dos de los grandes imanes fotográficos del monasterio. Dotado con generosidad de fondos por parte de los diferentes monarcas de España, el monasterio es un museo por sí mismo, en el que se encuentran obras que van desde el Renacimiento hasta el siglo XVI.
El Greco, Luca Giordano, Zurbarán, Egas Cueman, Goya… El derroche artístico del monasterio incluso ha llegado al siglo XX, cuando se encargó al arquitecto Rafael Moneo la remodelación del Comedor de la Hospedería.
Qué ver en Guadalupe
Con atención, el Real Monasterio de Guadalupe exige más de un día de visita —y nos quedaríamos bastante cortos—, pero sabemos que el tiempo apremia. Como es evidente, aquella potencia del monasterio sirvió para que el resto del pueblo también creciera y se engalanase.
De ello es testimonio lo que se conoce La Puebla, hoy consolidado como Conjunto Histórico-Artístico, y que no es otra cosa que el desarrollo entre callejas y soportales que Guadalupe tuvo entre los siglo XIV y XVI, su período de mayor esplendor.
Pasear por Guadalupe es invocar al síndrome de Stendhal a cada paso, sorprendiéndose casi en cualquier esquina. El Colegio de Infantes o el Colegio de Gramática son buenos ejemplos. También lo son la red de albergues y hospitales que daban cobijo a los peregrinos —no olvidemos que Guadalupe está en la ruta del Camino de Santiago—, incluyendo el Hospital de San Juan.
Fiel a ese carácter de paso, no es menos evidente resaltar la presencia de los arcos medievales, de ambas murallas, de los que quedan siete ejemplos en total y también de la antigua judería, reflejo de la arquitectura serrana de la zona y también de las agrupaciones de casas con soportales de madera.
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