Hoy volvemos a parafrasear al gran escritor británico Thomas Hardy y os traemos otra escapada para rendir homenaje a su Lejos del mundanal ruido. Ideal para parejas, pero también para grupos de amigos o de amigas, esta fuga al Pirineo catalán es la escapada más golosa para la primavera de Barcelona.
Hablamos de Durro, en la comarca de la Alta Ribagorza, en el corazón del Pirineo catalán, en un pueblo que apenas tiene 80 habitantes pero que en primavera se convierte en un jardín donde el verde brilla entre iglesias románicas y un patrimonio cultural de valor incalculable.
Perfecto para los que buscan la calma, pero también para los que buscan algo de actividad montaña arriba, Durro es un remanso de paz en pleno Vall de Boí, donde encontramos también algunos de los mejores referentes del románico español, como las que esperan en el cercano pueblo de Tahull.
A más de 1.300 metros de altitud, Durro sorprende por sus empedradas calles, casi de cuento, salpicadas de casas con cientos de años de historia, coronadas por tejados de pizarra que harán las delicias fotográficas de tu viaje.
Conocida por su actividad ganadera, Durro no es solo un reclamo arquitectónico con la garantía de ser Patrimonio de la Humanidad por la Unesco —gracias a la iglesia de la Nativitat y a la ermita de Sant Quirce—, sino también un oasis gastronómico en el que encandilarse de una cocina de montaña donde quesos, mieles y carnes son las protagonistas.
Imprescindible es pararse a comer en Casa Xoquin, donde templar cuerpo y alma a base de escudella y de trinxat, aunque no se deben perder de vista sus carnes a la brasa, que siempre apetecen en lugares donde los ramaders —ganaderos— han tenido tanta importancia históricas.
Para cargar las pilas o para ponernos a tono, diversas excursiones, paseos o caminatas, en función de nuestro nivel físico, esperan también en Durro y en los pueblos colindantes, como el citado Tahull o el no menos cercano Barruera.
Además, como os comentábamos al inicio, son pueblos que también celebran sus particulares Fallas, pero en este caso debemos esperar a los primeros compases del verano, cuando las laderas de los montes se llenan de personas desfilando con grandes antorchas para celebrar la llegada del solsticio de verano.
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Del mismo modo que las clásicas hogueras de San Juan se producen en las zonas de costa, en el Pirineo —aragonés, catalán y francés— varios pueblos celebran esta peculiar fiesta en torno al fuego que también tiene el sello de Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Imágenes | Vallboi.cat
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