La era del "usar y tirar" tiene los días contados. A partir de 2026, los consumidores españoles tendrán que acostumbrarse a un nuevo hábito: devolver ciertos envases de plástico en los puntos de venta, la buena noticia es que tendrá recompensa.
Esta medida, que busca reducir la contaminación y fomentar el reciclaje, forma parte del nuevo sistema de depósito, devolución y retorno (SDDR) que cambiará la manera en que gestionamos nuestros residuos. ¿Se acabaron los cubos de basura llenos de botellas y envases? Aún es pronto para afirmarlo, pero el cambio promete ser significativo, aunque ya avanzamos que habrá que seguir visitando el contenedor amarillo.
La iniciativa no es nueva en Europa. Países como Alemania o Noruega llevan años aplicando sistemas similares con resultados positivos: tasas de reciclaje que superan el 90% y una drástica reducción de la basura plástica en espacios públicos. España, que hasta ahora ha confiado en el contenedor amarillo como principal vía de reciclaje, se suma así a una estrategia más ambiciosa.
La idea es simple: el consumidor paga un pequeño depósito al comprar ciertos productos y lo recupera al devolver el envase en las tiendas. Una forma de incentivar el reciclaje con un impacto directo en el bolsillo.
Sin embargo, la implementación de este sistema plantea retos logísticos y culturales. No solo supone un cambio en los hábitos de los consumidores, sino también en la infraestructura del comercio minorista. Ahora, las grandes cadenas deberán habilitar espacios y sistemas para la recogida de envases, mientras que los pequeños comercios podrían enfrentarse a dificultades para gestionar este nuevo flujo de residuos en lo que será un nuevo motivo de debate sobre quién asume la responsabilidad del reciclaje.
Botellines de agua
A partir de 2026, los envases afectados serán principalmente botellas de plástico de menos de tres litros de agua, refrescos y latas de cerveza, y bricks de zumos. Este tipo de residuos representa una parte significativa de la basura plástica que termina en vertederos y océanos, por lo que su recuperación se considera clave en la lucha contra la contaminación.
Ahora bien, no forman parte de esta estrategia los bricks de leche, las botellas de vino y tampoco las de aceite ni envases de cristal, de modo que la medida será ambiciosa, pero todavía no estará completa.
La experiencia de otros países indica que el éxito de la medida dependerá en gran parte de la concienciación ciudadana y de la facilidad con la que puedan devolverse los envases.
Uno de los aspectos más discutidos es el impacto en los consumidores. Aunque recuperar el depósito económico es un incentivo, también supone una obligación añadida: almacenar los envases hasta poder devolverlos, desplazarse a un punto de recogida y adaptarse a un sistema que, al menos en sus primeros meses, podría generar confusión.
Aparte, será necesario que los consumidores dispongan de un espacio diferenciado (uno más) para tal cometido. Así, la comodidad del contenedor amarillo deja paso a una dinámica más activa, donde cada botella cuenta no solo como residuo, sino como una pequeña cantidad de dinero a recuperar.
Las empresas también tendrán que adaptarse. Los fabricantes de bebidas podrían verse obligados a rediseñar sus envases para facilitar su reutilización, mientras que los comercios deberán encontrar el equilibrio entre la eficiencia del proceso y la experiencia del cliente. En un mercado cada vez más orientado a la sostenibilidad, ignorar estos cambios no es una opción.
Fotos | Suzy Hazelwood y Jonas F
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