El programa que ha convertido a Alberto Chicote en toda una celebridad nacional 'Pesadilla en la cocina', va camino de alcanzar las diez temporadas, con el anuncio del rodaje de la que será la novena. Muchos son los restaurantes, bares y casas de comidas que han pasado por el programa, pero el cántabro Casa Pili es de los que más huella han dejado en los telespectadores.
En las numerosas redifusiones del docureality, el programa de Casa Pili suele ser de los más vistos y que vuelven a generar conversación y algún que otro meme en las redes sociales, pues en aquella ocasión se vivieron muchas situaciones de verdadera tensión. Especialmente, de tensión emocional, y no precisamente contenida.
Chicote se ha visto en muchas situaciones donde ha demostrado su capacidad por mantener la calma mientras el mundo parecía arder a su alrededor, llegando en ocasiones a enfrentarse a cocineros y empleados dando violentos golpes y llegando a amenazar al propio chef. Pero el cóctel que se vivió en Casa Pili fue un caso excepcional por tratarse de un restaurante familiar y humilde, con sus protagonistas arrastrando claramente un gran bagaje emocional. Era fácil empatizar con Pili, su hijo, su hermano y su madre.
Un menú incomestible
La cosa no empezaba bien ni con la tradicional cata de platos del menú, indicando ya desde el principio que todo funcionaba mal en el restaurante de Castro Urdiales. Por la mesa de Chicote desfiló un variado de opciones, a cada cual peor, prácticamente todo a base de precocinados de mala calidad y con una dudosa presentación.
La idea de acompañar las crêpes de marisco y los pimientos rellenos de bacalao -congelados- con sirope de frambuesa no ayudaba, precisamente. Una triste ensaladilla rusa, manitas de cerdo -precocinadas- tan duras que no se podían masticar, rollitos de masa brick calcinados, un filete a la plancha crudo...
El chef y presentador llegó a reconocer masticando las crêpes que era "de lo peor que había comido en su vida", y tuvo que pedirle a Pili que las probara. Ofendida ante el comentario de su hermano afirmando que eran "basura", al comer su propio plato corrió a vomitar de las náuseas. Cuando ni la cocinera es capaz de comerse lo que sirve, mal empezamos.
Un caos anclado en problemas familiares
Los servicios a los que asistió posteriormente Chicote no mejoraron precisamente el panorama. Con Pili tensa desde el principio y aturullándose rápidamente antes de tener el comedor lleno, la situación no hacía más que caldearse más y más. A pesar de servir prácticamente todo precocinado, por ella o de congelados, las comandas se acumulaban, y su hermano Christopher tampoco ayudaba a calmar las cosas.
Con Pili cada vez más nerviosa, llegando a beberse una cerveza antes de empezar a cocinar o encendiéndose un cigarrillo en mitad del servicio -para pasmo de Chicote-, los insultos, broncas y acusaciones entre cocinera y camareros no hacía más que crecer. Una tensión que claramente estaba enquistada en la relación familiar que amenazaba con separarles.
El punto álgido de la noche llegó con el ataque de ansiedad de Pili, demostrando que todo aquello le superaba, incapaz de gestionar no solo el negocio, sino también los problemas familiares y personales que arrastraban.
El renacer de Casa Pili
Las reprimendas de Alberto Chicote tras el turno de cenas y la posterior terapia individual y familiar a la que sometió a la familia, con la madre de Pili incluida, abrieron las heridas y expuso que la salvación del negocio pasaban primero por volver a ser eso, una familia unida que se apoya y trabaja junta remando en la misma dirección. Tras la emotiva conversación que terminó con abrazo y lágrimas, la reforma del local y la nueva carta insufló una nueva vida al restaurante.
Chicote dejó Castro Urdiales con una nueva Casa Pili, y también una nueva Pili, más tranquila, controlada y mucho más contenta y confiada en sus capacidades y su trabajo, colaborando con su hermano y su hijo, y ya sin recurrir a congelados. Los primeros clientes parecían más que satisfechos y se respiraba otro aire en el local. "Si no fuera por estos momentos, mi trabajo sería una mierda", declaraba el chef madrileño, sensiblemente emocionado en su despedida.
Y así, el restaurante continuó en marcha ganándose una clientela fiel y un rápido aumento de popularidad en la ciudad cántabra. Las reseñas positivas no dejaban de sucederse e incluso acudían muchos visitantes curiosos, atraídos por la repercusión del programa. Todo eran buenas palabras hacia Pili, su equipo y su comida, como se puede ver en las fotografías que fue publicando el restaurante en sus redes sociales.
Cierre repentino
Sin embargo, sin aparente motivo, Casa Pili cerró un buen día sus puertas para siempre, al menos hasta el momento. Era el primer día de mayo de 2019, el año anterior a la pandemia, y el restaurante se despedía con un escueto mensaje en Facebook.
Las reacciones de sorpresa y pena se sucedieron, pues ninguno de sus clientes habituales o vecinos parecían esperarse la repentina noticia, que llegó sin previo aviso. Tras las muestras de apoyo y mensajes de cariño recibidas, Pili volvió a responder para dar las gracias, pero sin añadir más detalles o posibles futuros proyectos.
Lo hondo que caló el programa en los espectadores queda patente al revisar la red social y otras donde aparece el restaurante cerrado, pues aunque han pasado más de cuatro años, todavía siguen recibiendo palabras de ánimo y afecto, con usuarios que incluso dicen sentirse identificados, deseándoles mucha suerte y éxitos.
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Ocho temporadas de 'Pesadilla en la Cocina' nos han dejado momentos esperpénticos y auténticos personajes estrafalarios con los que era difícil empatizar, pero Pili y su familia supieron conectar con el corazón de Chicote, y con el nuestro.
Fotos | Casa Pili en Facebook - laSexta