A diferencia de las otras frutas de hueso del verano, como melocotones, nectarinas, paraguayos o ciruelas, los albaricoques tienen una temporada más corta y hay que aprovechar en cuanto llegan al mercado para disfrutarlos antes de que desaparezcan. Eso no quiere decir que haya que lanzarse a loco a comprar los primeros que se nos pongan por delante, hay que saber elegir para no llevarnos una decepción.
El albaricoque (Prunus armeniaca) llega poco después del níspero, alegrando la frutería ya en mayo con las primeras variedades tempranas -llamados mayeros-, aunque últimamente se intentan adelantar ya al mes de abril para abarcar más cuota de mercado. La temporada arranca en las plantaciones del sureste, destacando la producción de la Región de Murcia, principal zona productora, a la que siguen otras zonas productivas a lo largo de las semanas hasta terminar en julio con los ejemplares más tardíos. Es en junio cuando la temporada está a pleno rendimiento.
Justo cuando arranca el verano se juntan en los mercados las variedades madrugadoras con las más veraniegas, albaricoques que presentan un catálogo de tamaños, colores y formas distintas, aunque comparten las mismas características genéricas. Esta suerte de melocotón en miniatura puede ser de color amarillo arena, casi blanco, o puede presentar un llamativo tono naranja llegando incluso a rozar el rojo. Los hay pequeños y grandes, ligeramente acharados o redondos y gordos como una pelota de tenis. ¿Cómo escoger el mejor?
No te dejes engañar por el color
El color no es un factor importante a la hora de elegir los albaricoques más dulces. Solo representan diferentes variedades, y su intensidad o tono no indica nada sobre su jugosidad o sabor. Solo hay que evitar los tonos verdes, signo de inmadurez.

Es más bien una cuestión de preferencias, como a quien le gusta más una manzana amarilla que una roja. Los albaricoques de color naranja más intenso suelen ser, ligeramente menos dulces que sus hermanos amarillos, si los juzgamos ambos en el pico de su maduración óptima, con menos jugosidad Por ello, los naranjas son más adecuados para cocinar, ya que la cocción, parrilla u horno potencia los azúcares naturales e intensifica sus sabores gracias a la reacción de Maillard. Y son más adecuados para su uso en platos salados, por ejemplo con la receta de dip de queso de cabra con albaricoques marinados.
Una de las variedades más populares en España, que hacen las delicias tanto de quienes consumen albaricoques al natural como de quienes prefieren cocinar con ellos, es el moniquí. Grande y redondo, muy jugoso, con la piel ligeramente rugosa pero una carne de pulpa generosa y muy aromática, tiene un color amarillento claro con ligeras tonalidades rojizas.
Ni duros, ni blandurrios
El aspecto exterior y la textura son la mejor primera pista para reconocer un buen albaricoque. Aunque, en teoría, los productores cosecharán la fruta en el momento óptimo, a menudo se recolectan demasiado pronto para garantizar que llegan sin daños al punto de venta.

Esto se debe a que son una fruta climatérica, que seguirán madurando una vez se hayan recolectado, como ocurre con melocotones, manzanas, plátanos o aguacates. Sin embargo, si se han recolectado demasiado pronto y llegan muy duros a las tiendas, por mucho que los dejemos madurar en casa nunca alcanzarán el desarrollo de azúcares naturales y aromas que convierten a un albaricoque en un manjar.
Lo ideal es que estén firmes pero cedan ligeramente al tacto, que se note un buen peso al sostenerlos en la mano, en proporción con su tamaño, y que no presenten ni tonos verdes -inmadurez- ni magulladuras o zonas oscuras o pardas -exceso de maduración-. Si están muy blandurrios probablemente estén ya muy dulces, quizá demasiado para el gusto de muchos. Si te gustan así, procura consumirlos cuanto antes al llegar a casa, y prepárate para lidiar con los chorretones de jugos que soltarán al hincarles el diente. Eso sí, serían perfectos para hacer mermelada de albaricoque o un batido o helado.
Usa la nariz (y la vista)
Pese a que un albaricoque maduro no huele tantísimo como los melocotones de más calidad, el olfato no suele fallar a la hora de reconocer un fruto de calidad. Si no huelen a nada, mala señal. Hay que reconocer sus notas aromáticas naturales, frescas y dulzonas, procurando evitar los signos de fermentación o alguna nota extraña que nos haga pensar en un temprano estado de putrefacción. Algunos ejemplares pasan demasiado tiempo en cámara y se echan a perder antes de haber desarrollado sus azúcares en plenitud.

Por supuesto, el aspecto general también es importante, y es que a veces hay que ir con lupa al revisar la fruta. Comprueba que ningún ejemplar tenga ningún signo visible de posibles daños que haya sufrido durante la recolección, transporte o manipulación, como golpes, roturas, grietas, etc. Comprueba que no hay moho ni, por descontado, signos de insectos.
Si compras la fruta ya envasada, intenta pasar revista a todas las unidades para evitar llevarte algún albaricoque pocho o podrido que además pueda estar dañando a sus hermanos. Siempre que sea posible, compra envases que no estén cubiertos de plástico y con los albaricoques en una sola capa, o cómpralos a granel, manipulándolos con cuidado.
Imágenes |Unsplash/Merve Sehirli Nasir/Liana S - Freepik/user15285612/8photo
En DAP | Gazpacho de albaricoque
En DAP | Coca de albaricoques