Pescar gambas a caballo: así es la ancestral tradición belga, patrimonio de la humanidad, pero al borde de la extinción

Pescar gambas a caballo: así es la ancestral tradición belga, patrimonio de la humanidad, pero al borde de la extinción
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En el litoral oeste de Bélgica, bañadas por las aguas del mar del Norte, se extienden las dunas de Oostduinkerke, hoy reserva natural que conecta sus playas de arena blanca con la francesa y cercana Dunquerque. Es en esta localidad de vida marinera donde sobrevive una tradición única en el mundo, la pesca o captura de gambas a lomos de caballos, patrimonio inmaterial de la UNESCO desde el año 2013.

Oostduinkerke es un pueblo de larga tradición pesquera que disfruta de un entorno único con aguas limpias y playas ricas en biodiversidad. En verano arranca la temporada alta de camarones locales, las llamadas gambas grises o quisquillas (Cravon cravon), de pequeño tamaño pero muy apreciadas por su sabor y que copa la oferta gastronómica de los abundantes restaurantes y bares de la zona, cada vez más rebosantes de visitantes.

Aunque las técnicas de captura han cambiado radicalmente en las últimas décadas, esta localidad flamenca mantiene viva la tradición de pesca a caballo que realmente la ha situado en el mapa de interés turístico. Tras estar a punto de desaparecer por la falta de relevo generacional, hoy son doce las familias de entregados pescadores que mantienen vivo este arte tan peculiar.

Caballos

La pandemia mundial de la Covid-19 ha obligado a cancelar el festival dedicado al camarón con el que Oostduinkerke suele celebrar la llegada del verano, así como las primeras demostraciones públicas de esta forma de pesca. Pero se espera que el próximo mes de septiembre la actividad pueda retomarse con cierta normalidad y el pueblo vuelva a recibir a visitantes curiosos dispuestos además a probar las gambas recién capturadas.

De antigua necesidad a símbolo cultural

Hace tiempo que la pesca de gambas a caballo dejó de ser una opción para ganarse la vida. La escasa rentabilidad del producto obtenido lo hacen inviable, con capturas demasiado pequeñas para el precio que alcanza este marisco en el mercado. Es un trabajo duro, exigente físicamente, que depende además de la caprichosa naturaleza y el estado del mar. Hoy en día ya no es una obligación, es puro amor por un arte en peligro de extinción.

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El origen exacto de este arte se pierde en el tiempo, pero se cree que data de, al menos, el siglo XVI, practicándose también en zonas francesas y británicas. Los habitantes del mar del Norte han vivido siempre de la pesca, aprendiendo a sacar el máximo partido de los productos que ofrecen sus frías aguas, una vida marinera combinada con tareas agrícolas.

Al bajar la marea, la costa de Oostduinkerke desvela tras las dunas unas playas limpias de extensión plana, que con la llegada de las aguas más cálidas estivales rebosan vida submarina. Plancton, medusas, peces diminutos y multitud de pequeñas gambas o quisquillas habitan entre sus arenas finas.

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Los flamencos supieron aprovechar la extraordinaria capacidad de fuerza y resistencia de sus caballos de tiro para sacar provecho de esas fértiles costas, desarrollando una técnica de captura que ha permanecido prácticamente inalterable durante siglos. Por sí misma ya no es rentable, pero refuerza el sentimiento de identidad colectiva de todo el pueblo, que vive con pasión las fiestas y actividades que derivan de ella, y que está ayudando a atraer la inversión turística.

Un trabajo duro de pasión por el mar

Los eventos programados para el público suelen concentrarse en verano, pero los pescadores que mantienen vivo este arte lo practican todo el año, salvo en pleno invierno. Al menos, cuando las condiciones climatológicas y las bravas aguas de este mar lo permiten.

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La jornada de labor arranca muy temprano, antes del amanecer, con la preparación de los caballos. Hay una relación muy especial que une a los pescadores con sus animales, de respeto mutuo e intimidad, de confianza y también cariño. Es fundamental para desarrollar sin contratiempos el trabajo, que exige un gran esfuerzo físico y mental, tanto para el jinete como para el equino.

Ataviados con un equipamiento especial para resistir la humedad salina del mar, los pescadores cargan a sus monturas con las típicas cestas de mimbre que llevan usándose desde hace siglos para depositar el marisco. Si las corrientes están relativamente tranquilas y ha bajado la marea, los caballos se adentran en el mar dejando que el agua les llegue hasta el pecho, vadeando en paralelo la costa con calma.

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Para hacer frente a esta rutina no sirve cualquier montura. Los paardenvissers -pescadores- confían en la fuerza y el carácter manso del caballo bravante, de tiro belga, una raza ancestral que fue durante siglos fundamental en el trabajo diario hasta la llegada del motor. El amor por estos animales mantiene viva su cría para evitar su desaparición, y la pesca de gambas supone un refuerzo en la continuidad de los animales.

Recios y fuertes, de patas robustas y cubiertas con crin, los caballos de tiro entrenados para la labor son capaces de atravesar las frías corrientes del mar del Norte sin inmutarse y de cargar con el peso de las redes que arrastran por sus aguas.

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Estas largas redes se atan al arnés con dos tablas en los laterales que las ayudan a abrirse a medida que el caballo avanza, formando una especie de embudo. Además, los pescadores colocan una cadena en el extremo que levanta la arena y forma ondas en el agua, que hacen surgir las gambas, molestas, quedando atrapadas por las redes.

Cada 20 o 30 minutos, los pescadores se dirigen a la orilla para vaciar las redes, separando a mano los ejemplares demasiado pequeños y otros seres vivos que no interesan, y que devuelven sin daños al mar. Una vez seleccionada la captura, se echa en las cestas y se vuelve a repetir la danza acuática, hasta que la marea vuelve a subir. Normalmente no pueden alargar la jornada más allá de tres horas.

La sabrosa recompensa

En una buena mañana, cada pescador puede reunir unos diez kilos de captura, muy poco rentable para su venta, pero que se sigue disfrutando en familia y comunidad. Esta variedad de gamba gris o quisquilla (grijze garnalen) es extremadamente popular en el norte de Europa, muy consumida en gran parte de Alemania como parte del desayuno o como ingrediente habitual de aperitivos y ensaladas.

Gambas

En esta localidad flamenca es fácil encontrarla en la oferta gastronómica de restaurantes y cafeterías, cada vez más enfocados al turista. Las familias de los pescadores procuran degustarlas recién capturadas, ya sea cocidas brevemente, o crudas. El caparazón es tan fino que algunos lugareños las comen sin pelar, pero resultan mucho más exquisitas cuando se degusta su carne limpia.

Con esos caparazones se preparan caldos muy sabrosos con verduras como tomate, cebolla,apio y zanahoria, base de sopas y guisos marineros, muy apreciados todo el año, especialmente durante los meses más fríos. Otras especialidades belgas muy populares son las croquetas de gambas y, ya más veraniego, el tomate-crevettes, tomates rellenos de salpicón de gambas, con una suerte de salsa rosa.

Tostada

Durante la temporada turística y festiva, los visitantes que acuden a las demostraciones de esta pesca pueden recoger ellos mismos las gambas de las redes o cestas, y se cocinan en la misma playa. Este año tendrá que esperar, pero con el impulso que adquirió esta costumbre tras sumarse al catálogo de la UNESCO, la tradición tiene, por el momento, el futuro bien asegurado.

Fotos | David Edgar - Roosde - Lipstar - Trougnouf (Benoit Brummer) - Horst J. Meuter - Abxbay - Michel VR - Bdom - Harddo Müller - Arnaud 25
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