"De El caserío, me fío". Así rezaba uno de los eslóganes más recordados por quienes crecimos con la televisión de los años ochenta y noventa, cuando los anuncios dejaban verdadera huella. Una rima facilona bastaba para acompañar la imagen de niños lozanos y familias felices que nos animaban a comprar el famoso queso en porciones, con aquellas míticas cajas redondas de cartón. Había que distinguirse de la competencia, la vaca roja, y vaya si lo consiguió.
Puede que no fuéramos del todo conscientes, pero sabíamos que la caja con la casita de tejado rojo era producto español, mientras que la -algo perturbadora- vaca sonriente venía de fuera. Lo que quizás poco recuerden, o incluso nunca llegaron a saber, es que aquel caserío rural icónico reflejaba una construcción balear, más concretamente al estilo menorquín. Y es que los quesitos de nuestra infancia nacieron en Mahón, donde transformarían para siempre la industria láctea y ganadera, hasta que una multinacional absorbió la marca.
Todo empezó con una vaca roja
Lo cierto es que la invención de este producto, acusado de ser un no-queso por los más puristas, hay que atribuírsela a los franceses. El quesero Jules Bel (1878-1957) fundó su pequeña empresa láctea en 1865 en la región del Jura francés, a los pies de los Alpes, pero fue su hijo León Bel quien, en 1921, registró la marca La vache qui rit, lanzando al mercado aquel año los primeros quesitos cremoso que marcarían todo un hito histórico.
Pero para ser un éxito internacional fue crucial el papel que ya jugó el branding y la publicidad de entonces, gracias a la aportación del cartelista Benjamín Rabier, autor de la inmortal vaca roja sonriente de hocico blanco con sus pendientes de cajas de quesitos. En 1923 la vaca, que aparecía de cuerpo entero, pasó a ocupar los envases solo con su cabeza con el nuevo diseño.
La compañía familiar, el Grupo Bel, no tardaría en crecer rápidamente en Francia y el extranjero, expandiéndose primero hacia las islas británicas para acabar conquistando Europa, África, Oriente Medio y Estados Unidos, llegando ya al mercado asiático en los 90. En España comenzó a fabricarse en 1968 con la apertura de la fábrica en Ulzama, Navarra, pero para entonces los quesitos ya eran más que conocidos en nuestro país.
Un pionero emprendedor
Nos vamos ahora hasta las Islas Baleares, concretamente a la localidad de Alayor en Menorca, donde en 1907 nacería Pedro Montañés Villalonga, el mayor de seis hermanos en una familia bien situada económicamente.
Los medios familiares le permitieron desarrollar sus estudios de bachiller en Mahón, para trasladarse después a Barcelona a cursar la carrera de Director de industrias eléctricas, aunque tuvo que terminarla en Tarrasa tras proclamarse la dictadura de Primo de Rivera. Después de unos primeros titubeos laborales, el joven tuvo su primera experiencia foránea trabajando en Toulouse para un amigo personal de su padre.
El fallecimiento de este precipitó su regreso, pero Montañés Villalonga ya volvió rumiando ideas en su cabeza. Habiendo conocido de primera mano el éxito que estaba teniendo en el país el quesito en porciones, se le ocurrió que el queso de Mahón era perfecto para replicar su formato y textura fundente untable, así que volvió a partir con el propósito de establecer una colaboración empresarial con los propietarios de La vaca que ríe, aún casi desconocida en España.
Aquella relación no cuajó, pero el menorquín se empeñó en llevar su proyecto en solitario creando su propia versión del queso. A fin de empaparse de todos los conocimientos necesarios, marchó a Ginebra para aprender de los reyes del queso fundido por entonces, la compañía suiza Kustner. Del país helvético regresaría con la fórmula para hacer su producto con queso de Mahón y la maquinaria necesaria; solo necesitaba una ayuda económica extra.
Dicho y hecho, ya en casa se asoció con Massanés y Mir, empresarios menorquines, constituyendo la sociedad Industrial Quesera Menorquina en 1930. En enero del año siguiente se lanzó al mercado el primer lote de quesos El caserío, imitando la textura, tamaño, forma y embalaje de los franceses.
Los quesitos conquistan España y las vacas frisonas Menorca
Con el obligado paréntesis de la Guerra Civil, los conocidos pronto como quesitos se expandieron muy rápidamente por todo el territorio nacional, gracias a que aún La vaca que ríe apenas llegaba con limitadas importaciones, que dieron al producto menorquín la exclusiva de la novedad. Una acertada campaña de publicidad terminó de redondear la estrategia, logrando un producto y una marca convertidos en un icono español, que tanta huella dejarían en varias generaciones de niños y mayores.
El sencillo pero amable y limpio diseño de la caja, con una acertada gama de colores y la familiaridad que transmite la ilustración de la tradicional construcción rural de caserío mahonés y su atmósfera algo naif, afable y serena, fueron parte del éxito, además de aprovechar las ventajas del formato. La caja era una novedad -y muchos niños descubrimos las posibilidades de manualidades que ofrecía-, así como la separación en porciones individualmente envueltas, perfectas para repartir y para llevar.
Se explotó además la idea de ser un alimento muy nutritivo, saludable, que proporcionaba energía a toda la familia y especialmente a los niños, un queso perfecto para complementar su dieta a cualquier hora, cómodo y práctico. La textura tan cremosa, de untar, y su sabor suave lograban que incluso los infantes más protestones a la hora de comer lo aceptaran de buena gana.
En sus propiedades organolépticas tenía mucho que ver la leche de la vaca frisona, raza en la que Montañés confió a raíz de su experiencia francosuiza para la elaboración de sus quesos, proporcionándoles una textura fundente y cremosa excelente para sus pretensiones, pero, sobre todo, salía más a cuenta: consume menos pienso y produce mucha más leche. Tal fue el éxito de El caserío, que los ganaderos de la isla fueron desplazando a la vaca local, vermella o roja, por la frisona, y en la elaboración del queso de Mahón se dejó de utilizar la mezcla de leche de otros animales, casi desapareciendo la vaca menorquina.
Del éxito al declive: Menorca dice adiós a sus quesitos
Ya finales del siglo, en unos años en los que España vivió una profunda transformación cada vez más abierta al exterior, la Quesera Menorquina sufrió lo que tantas compañías nacionales que habían vivido su época dorada. Montañés y sus socios se vieron seducidos por el capital de una multinacional de renombre como Kraft Foods, vendiéndole la compañía en 1992 para solventar problemas económicos.
El movimiento se vendió como un triunfo local por el importe de la compra y por la idea de hacer más grande la marca. Bruce Hamilton, presidente de Kraft España por entonces, declaró que la fábrica no se iba a marchar de Menorca, y que seguirían comprando la leche a productores locales. De hecho, muchos ganadores tuvieron que asumir importantes inversiones en sus instalaciones para seguir siendo proveedores de Kraft.
Pedro Montañés fue condecorado ese mismo año 1992 con la Medalla de Oro de la Comunidad Autónoma de Baleares por su larga carrera y el valor económico que había aportado a la isla. "Puede afirmarse con razón", decía el documento oficial que acompañaba la condecoración, "que don Pedro unió a su condición de adelantado a su tiempo, la de ser un magnífico empresario que no solo consiguió poner en marcha su proyecto y consolidarlo, sino también situarlo en un puesto relevante en el concierto del sector alimentario español".
Sin embargo, en el año 2008 Kraft Foods anunció que cerraba las instalaciones de El caserío en Menorca y trasladaba toda la producción a Bélgica, aludiendo a una supuesta falta de capacidad productiva unida a la crisis económica que se vivía entonces. La deslocalización supuso, como señaló CCOO en un comunicado, un mazazo para la economía local, pues el sector representaba un 8 % del PIB bruto de la isla.
Los quesitos se marcharon y Nueva Rumasa adquirió las marcas del grupo original que quedaban en Menorca, así como las instalaciones productivas. Pero una nefasta gestión, y todos los problemas que acompañaron al entramado empresarial que pretendía reconstruir el anterior holding, condenaron a la compañía quesera a concurso de acreedores en menos de tres años.
Quesería Menorquina ha logrado sobrevivir a una escala mucho menor gracias a los trabajadores que resistieron y pudieron comprar lo que quedaba de la empresa fundada por Montañés, fallecido en 1996. Los quesitos de El caserío siguen en nuestros supermercados manteniendo su nombre, pero ahora nos llegan desde Bélgica, tras pasar por un cambio de diseño que mantiene, sin embargo, la ya mítica imagen del propio caserío menorquín.
Mientras tanto, en Menorca, cava vez más productores apuestan por recuperar y reintroducir la cría de vaca autóctona local para la producción láctea y quesera, a pesar de que la normativa de la DO de los quesos no distingue entre unas razas y otras.
Guía de Menorca: Edición 2022
QUESO MAHÓN MENORCA SEMICURADO SON MERCER BAIX (SEMICURADO, PIEZA ENTERA 2,25 kg. aprox.)
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