A todo el mundo le gustan las albóndigas. Es una verdad casi inherente al ser humano, pero hay una estación del año a la que no le gustan las albóndigas. Al menos si pretendemos hacerlas a discreción.
El verano se presta a muchas recetas como el gazpacho, el salmorejo, la porra antequerana, la mazamorra o a todo tipo de ensaladas, pero quizá no sea la estación predilecta del año para intentar hacer albóndigas.
El calor, como es evidente, juega en nuestra contra cuando pretendemos bolear albóndigas. Pueden ser albóndigas de merluza, albóndigas de verduras o cualquier versión, pero es con las clásicas albóndigas de carne donde peor lo pasan estos redondos tesoros de la gastronomía.
Sin embargo, si se te resiste el boleo de las albóndigas en verano porque el calor hace que la grasa de éstas se deshace y no hay forma humana de dar forma de bola, tenemos una solución que es tan evidente como práctica: el frío.
En este caso, bastará que refrigeremos a conciencia el bol donde vayamos a hacer nuestra mezcla de carne picada, huevo, harina y pan rallado. Al enfriarlo —si lo sacamos del congelador le irá de perlas— la grasa de la carne se fundirá más despacio y nos permitirá que la mezcla se estabilice y que esa preciada grasa que ayuda a amalgamar no se derrita.
Luego, para que el boleo final sea aún más fácil, podemos recurrir de nuevo a la nevera y refrigerae la masa de albóndigas durante un par de horas. Suficiente como para que la masa sea más compacta y luego en el boleo de nuevo la grasa no se derrita.
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Con este par de sencillos gestos, bolear albóndigas —independientemente de la temporada— será mucho más fácil y no habrá excusas para decir que se nos quedan pegadas en las manos.
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