Cocinar a la brasa o a la parrilla es una técnica ancestral que se ha mantenido viva y se ha extendido por todo el mundo. Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha aprovechado el fuego para preparar sus alimentos, desarrollando métodos que han perdurado y evolucionado con el paso de los siglos. En culturas de todos los rincones del planeta, desde las tribus nómadas de Asia Central hasta los pueblos indígenas de América del Sur, el arte de asar carne ha sido una constante, simbolizando no solo una forma de cocción, sino también un ritual comunitario y festivo.
Hoy en día, el placer de cocinar al aire libre sigue siendo una tradición en muchos países. En Argentina, las parrilladas son casi una religión; en Estados Unidos, las barbacoas son una cita obligada en cualquier celebración al aire libre; en Sudáfrica, el braai es una verdadera institución nacional. Otros países como Brasil, Australia y España también tienen sus propias versiones de esta técnica, demostrando que, sin importar la latitud, el sabor inconfundible de la carne asada es un deleite universal.
Con la llegada del buen tiempo, las barbacoas se convierten en un plan habitual de fin de semana para muchos. Reunir a la familia y amigos alrededor de una parrilla es una actividad que fomenta la convivencia y el disfrute al aire libre. Esos momentos de risas, anécdotas y brindis junto al asador crean recuerdos imborrables, y la carne, sin duda, es la gran protagonista en la mayoría de estos encuentros. Ya sea un jugoso corte de ternera, una tierna pieza de cerdo o un sabroso pollo, el fuego lento de la parrilla saca lo mejor de cada carne, ofreciendo un banquete de sabores que difícilmente se puede replicar en la cocina convencional.
Las barbacoas no solo son sinónimo de buena comida, sino también de creatividad culinaria. Con el tiempo, los parrilleros han desarrollado técnicas y trucos para mejorar cada aspecto del proceso, desde la selección de la leña hasta la forma de dar vuelta a los cortes. Entre todos estos aspectos, uno de los más cruciales es la forma de salar la carne. No es un secreto que la sal es fundamental para realzar el sabor de los alimentos, pero ¿cuál es la mejor forma de aplicarla cuando se trata de cocinar a la parrilla?
La importancia de salar la carne correctamente no puede ser subestimada. La sal no solo potencia el sabor natural de la carne, sino que también juega un papel crucial en la textura final del plato. Al interactuar con las proteínas de la carne, la sal ayuda a retener la humedad durante la cocción, evitando que el producto final quede seco o duro. Sin embargo, el momento exacto de aplicar la sal es un tema que genera debate entre los expertos.
Muchos parrilleros coinciden en que lo más conveniente es salar la carne con mucha antelación, idealmente al menos una hora antes de cocinar, y en algunos casos, incluso la noche anterior. Esto se debe a varios factores. En primer lugar, cuando se sala con antelación, la sal tiene tiempo suficiente para disolverse y penetrar en las fibras de la carne, distribuyéndose de manera uniforme. Este proceso, conocido como ósmosis, ayuda a descomponer las proteínas, haciendo que la carne sea más tierna y jugosa.
Además, salar la carne con antelación permite que se forme una especie de salmuera natural en la superficie. Esta salmuera se reabsorbe lentamente en la carne, llevando consigo los sabores y asegurando que cada bocado esté perfectamente sazonado. Por el contrario, añadir la sal justo antes de cocinar puede resultar en una distribución desigual, donde la sal permanece principalmente en la superficie y no alcanza a impregnar el interior del corte.
Por eso, la técnica de salar la carne con antelación no solo mejora el sabor y la textura, sino que también demuestra el valor de la paciencia y la preparación en el arte de la parrilla. La próxima vez que prepares una barbacoa, recuerda este consejo: dale tiempo a la sal para hacer su magia y disfruta de una carne perfectamente sazonada y deliciosa.
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