Y es que, como en todo, siempre aparecen fraudes que atentan al consumidor, desde que el vino empezó a adquirir la categoría que se merece, las falsificaciones abordaron diversas denominaciones o marcas, especialmente de los buenos vinos.
En el año 2001 un grupo de científicos australianos ideó distintos métodos que detectaban los vinos fraudulentos, como el de la datación con carbono 14, muy adecuado cuando alguien compra un vino con una gran solera y como no, con un alto precio. Un vino cuya etiqueta indica que fue elaborado en los años 50, puede haber sido perfectamente falsificado y no contener vino perteneciente a esa fecha.
Por suerte, muchas de las sustancias o azúcares que forman un vino proporcionan la información necesaria para conocer su verdadera edad. Gracias a este tipo de técnicas, los falsificadores enológicos prácticamente son inexistentes.
Un ejemplo a poner sería el que escandalizó a la comunidad francesa a causa de los magníficos Burdeos, algunos contenían un vino que ni por asomo se asemejaba al más pobre de los Burdeos, engañando a los clientes con el vino y con su añada.
Análisis de ADN de las uvas, Carbono 14, grandes controles sobre las Denominaciones de Origen... muchos son los métodos que se emplean para “cazar al impostor”.
Afortunadamente, para los que somos de a pie y no aspiramos a uno de esos vinos de cientos o miles de euros, el vino que compramos es auténtico y pertenece a la añada que indica la etiqueta, quizá en este territorio, los engaños no aportan beneficios.
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